Los estudiantes que de grandes se animaron a cursar una carrera

Si bien se asocia a los estudiantes con la franja que va de los 18 a los 26 años, no hay edad para volcarse a una carrera universitaria. Para algunos les puede resultar fácil, pero otros han tenido un largo camino para llegar a las aulas.

Los estudiantes que de grandes se animaron a cursar una carrera
Diego Sánchez, tenía una asignatura pendiente y a los 40 decidió estudiar para Contador Públcio. Foto Mariana Villa

El 21 de septiembre se celebró el Día del Estudiante, un término asociado, por lo general, a una franja que va de los 18 a los 26 años.

Sin embargo, la palabra estudiante se refiere al aprendiz dentro del ámbito académico y cuya actividad es su ocupación principal. Es alguien que sigue y adquiere ideas de un superior para después aplicarlas y no hace distinciones de edad ya que las universidades son instituciones abiertas a todas aquellas personas que cumplan con sus requisitos.

Silvana Vega, es farmacéutica y continúa en formación en diferentes carreras afines a su profesión. Foto Mariana Villa
Silvana Vega, es farmacéutica y continúa en formación en diferentes carreras afines a su profesión. Foto Mariana Villa

Silvana y su legado familiar

Silvana Vega creció en un hogar donde el estudio estaba naturalizado: su papá, ya fallecido, era contador y “devoraba” libros. Ella optó por Farmacia en la Universidad Juan Agustín Maza, la cumplió en tiempo y forma, egresó en 1999 y allí empezó otra etapa, la de capacitarse sin límites. “Siento que cuando termino un máster, curso o posgrado necesito iniciar otro, siempre estoy en la búsqueda. Me da una satisfacción enorme, libertad y riqueza de pensamientos. Mis hijos lo ven, de la misma manera que yo a mi papá y es lo mejor que puede sucederme”, reflexionó.

Diego: “Animarse a ir más allá”

A sus 47 años, Diego Sánchez estudia Contador Público Nacional en la universidad Siglo XXI. Teniendo en cuenta que la carrera se dicta a distancia, la virtualidad le permitió estos años cursar sin que afectara su trabajo en una fábrica de pinturas.

“Era una cuenta pendiente y decidí empezar a los 40. Al momento de hacer el balance, la suma del debe y el haber no se igualaban y definitivamente tenía que ir por ese título universitario, un deseo que siempre tuve, un regalo que quise hacerme a mí y a mi familia”, relató.

Será el primer profesional de su generación. “No es fácil, por momentos resulta agotador pero al mismo tiempo es un placer, no hay ´piletazos’ y la relación con los profesores es muy enriquecedora”, confió.

No sé si voy a ejercer, pero tendré más herramientas. Por eso –sugirió- invito a todos a que no dejen de cumplir sus sueños, vale la pena”, expuso, para concluir: “Me considero un millonario por el hecho de vivir todo esto a mis 47″.

Marcelo y su pasión por el psicoanálisis

Marcelo Sgarbossa descubrió el psicoanálisis cuando había pasado los 40. Ser un paciente de terapia no le alcanzaba. Sintió un profundo deseo de estudiar Psicología y fue hacia adelante, decidido.

“Fue encontrarme con mi esencia, descubrí en casa una biblioteca repleta de libros con temas que van desde los orígenes de las religiones, filosofía antigua y moderna, sociología y, por supuesto, psicología”, expresó. Claro que esto nada tiene que ver con sus últimos 20 años dedicados al comercio y la asesoría y venta de sistemas de seguridad.

“No todo tiene respuesta. Sin embargo, mi actividad comercial ligada al software y la electrónica se complementan y enriquecen con el estudiante universitario adulto que hay en mí”, reflexionó, para finalizar con una frase de Jacques Lacan: “Solo se siente culpable quien cedió en su deseo”.

Alto valor sociocultural

La licenciada en Psicología Soledad Bermejo expresó que estudiar una carrera universitaria en la Argentina suele estar sobrevalorado desde el punto de vista sociocultural debido a la propia historia de nuestros inmigrantes, que llegaron al país “con una mano atrás y otra adelante a hacerse la América”. Llegaron, también, para lograr que la generación siguiente fuera alguien en la vida.

“Brindarles estudio a los hijos, cuando muchos padres eran analfabetos, fue un avance enorme para aquellos que salieron con lo puesto desde Europa en busca de un futuro mejor. De allí el valor que tiene para nuestra cultura un estudio universitario”, contextualizó. Y agregó: “Nuestro país sostiene entre pocos la universidad libre, gratuita y laica, que brinda mayores posibilidades”.

No obstante, en el mundo universitario, a veces las expectativas son diferentes y en ese sentido enumeró a quienes estudian para habilitarse un título y cumplir con el mandato del “deber ser”. También quienes lo hacen porque los mueve el deseo de saber, que luego se convierte en la posibilidad de ejercer una profesión y autosustentarse.

En el recorrido de la vida facultativa, explicó Bermejo –que también es docente universitaria—enumeró, por otro lado, a quienes quedan en el camino a pesar de haber comenzado con ímpetu y también a quienes cronifican esta etapa. Finalmente, a los que logran concluir en tiempo y forma.

El promedio de estudio estipulado es de aproximadamente siete años, tiempo que condice con lo que expresa la ley en referencia a la manutención de los hijos.

En definitiva: estudian por convicción y también por mandatos; asumen el valor de tener título propio; responden a las expectativas de los padres; devuelven algo de lo invertido con su título universitario…

Muchos millennials salen a recorrer el mundo aún con títulos de grado dispuestos a trabajar en temporada con la libertad de hacer con su tiempo lo que desean”, amplió.

Respecto de quienes se cronifican con una carrera, la psicoanalista sostuvo que aduce a una etapa en la que se es dependiente. “Se goza de ciertos beneficios familiares y económicos, además de promociones y descuentos en las universidades. De algún modo es no correrse de la posición de hijo”, clarificó.

En cuanto a los adultos entre quienes prima el deseo de retomar los libros, hizo hincapié en el esfuerzo, teniendo en cuenta que en muchos casos esta etapa se produce alrededor de los 40, con una actividad laboral e hijos a cargo.

“Que alguien se haga espacio para estudiar es producto de la madurez”, amplió, para ejemplificar que el programa de reinserción de alumnos en la Universidad de Mendoza dio resultados muy satisfactorios. “Concluir de adulto una carrera es una instancia de enorme satisfacción personal porque, en general, los padres son muy mayores y ni hablar del ejemplo para los hijos”, reflexionó.

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