Lorena Herrera, la mamá que adoptó a un niño con parálisis cerebral: “Dios me lo mandó y supe que iba a poder”

Madre de otros dos hijos, en 2007 decidió hacerse cargo de Máximo, hijo de una mujer que no podía criarlo y que nació con falta de oxígeno y numerosas secuelas físicas y mentales. “No me siento una súper-mujer, simplemente me tocó y lo sigo eligiendo”, asegura.

Lorena Herrera, la mamá que adoptó a un niño con parálisis cerebral: “Dios me lo mandó y supe que iba a poder”
Lorena Herrera y su hijo Máximo

Desde aquel 24 de septiembre de 2007, cuando Máximo llegó al mundo en el Hospital Perrupato de San Martín con un diagnóstico de parálisis cerebral y numerosas dificultades asociadas, no fueron pocos los que le preguntaron a Lorena Herrera “¿Por qué?”.

Por qué a los 30 años, teniendo ella una vida “normal” en Desaguadero --ciudad del departamento de La Paz, a 180 kilómetros de Mendoza-- con hijos sanos, marido y un trabajo, se hacía cargo de un bebé con problemas. Por qué buscar “problemas” cuando no los tenía. Por qué.

Lorena, peluquera de toda la vida, hoy de 44 años, repasa aquel día en que conoció a su tercer hijo con gratitud y felicidad.

“Maxi era hijo de una mujer que conocíamos y que no estaba en condiciones de hacerse cargo. Nosotros ya habíamos decidido adoptarlo con mi esposo, aunque desconocíamos lo que finalmente surgió en el parto, una falta de oxígeno que le dejó secuelas en todos los órdenes. De todos modos, seguimos hacia adelante porque deseábamos ser sus padres”, relata.

Continúa: “Fui a conocerlo a Neonatología y era un muñeco, un bebé hermoso con mucho pelo y rulos. Nunca me arrepentí de haber tomado la decisión de tenerlo, aunque esto no signifique que no hayamos transitado momentos duros y sacrificados, especialmente mis hijos que eran muy chicos”.

Poco después Lorena se divorció y siguió firme al frente de la familia junto a sus hijos Brenda, de 23 años, e Iván, de 17. Además, en el hogar vive Amira, su nieta de 3, y Olga, su mamá. “No me siento sola: las mujeres de la familia me dan una mano inmensa que siempre agradeceré, porque, insisto, fue mi decisión”, advierte.

Máximo no puede hablar, caminar ni comer. Transcurre sus días en silla de ruedas y se alimenta a través de un botón gástrico. Su cuerpo se ha vuelto rígido por falta de movilidad y presenta deformidad en la columna y la cadera. A través de los años fue sometido a numerosas intervenciones quirúrgicas.

“Le pone muchas ganas y entre todos la vamos peleando. Lo entiendo a través de sus gestos, de su risa y de su llanto y hoy no me cuesta, siento que me adapté a esta vida. No me creo una súper-mujer ni nada por el estilo, al contrario, cuando algo así creo que llega a la vida de una persona es porque Dios así lo quiso, porque podemos”, reflexiona.

Recuerda, también, aquellos primeros tiempos con Máximo en el hogar.

“Salió de Neo con 19 días y me encontré con algo distinto de lo que había vivido con mis hijos mayores. Le costaba succionar la mamadera y me angustiaba. Fue un proceso difícil pero siento que valió la pena. Le pedí mucha ayuda a Dios, le preguntaba cómo seguir y todos los días me convencía aún más de que el niño no era culpable de lo que le estaba sucediendo”, agrega.

Después de 14 años Lorena está cumplimentando los trámites legales para la adopción.

“Su mamá biológica suele llamar por teléfono cuando tenemos que internarlo, operarlo o simplemente para saber cómo está. Ella no pudo hacerse cargo, lo aclaró desde un principio y no la culpo ni le guardo rencor. Tenemos una buena relación”, agrega.

Con los años y el devenir diario, la familia --con Lorena a la cabeza-- se acomodó por completo y hoy funcionan a la perfección.

“Somos seis y en casa hay de todo, mi madre que es mayor, mi pequeña nieta, mis hijos y Máximo, que requiere cuidados especiales. Doy fe de que podemos sobrellevarlo”, señala.

El diagnóstico es encefalopatía crónica no evolutiva (ECNE), un conjunto de alteraciones de los movimientos, tono muscular o postura causado por un daño al cerebro en desarrollo. En el caso de Máximo se dio en el momento del parto.

Las cosas de la vida y las historias que se repiten: “En un principio mi propia madre me preguntaba por qué me había hecho cargo de un niño con problemas y le respondí que tomé su ejemplo ya que ella también crió a Emanuel, un hijo del corazón”.

“Solo que Emanuel era sano y Máximo tiene dificultades. Es la única diferencia. El amor que ambas les hemos dado a nuestros hijos del corazón es exactamente el mismo. Nadie nos obligó, sino que elegimos hacerlo”, concluye.

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