Llegó a Mendoza de vacaciones, se enamoró de la provincia y apostó todo: hoy es una líder barrial de Maipú

Inés Fernández es mendocina por adopción y una importante referente social que trabaja en forma voluntaria en escuelas, merenderos, cooperativas y también en Fonbec, organización que beca a alumnos de bajos recursos.

Llegó a Mendoza de vacaciones, se enamoró de la provincia y apostó todo: hoy es una líder barrial de Maipú
Inés Fernández vino de vacaciones a Mendoza en 1999, se enamoró de nuestra provincia y se quedó a vivir. | Foto: Ignacio Blanco / Los Andes

A esta altura, con 67 años bien vividos, Inés Fernández, que vive en una pequeña finca de Chachingo, en Maipú, podría escribir un libro repleto de capítulos felices y también de los otros, los difíciles, aquellos que la hicieron fuerte. Todavía, relata en diálogo con Los Andes, el libro no lo concretó, aunque la conclusión fluye de manera casi inmediata: “Desapego de lo material y abrazar los buenos momentos, esa es mi premisa”.

Nacida en San Isidro, pero enamorada de Mendoza, en especial de su lugar en el mundo, una cabaña construida con troncos en una zona rural de Chachingo, Inés llegó de vacaciones junto a su familia en 1999 y fue tan ferviente el deseo de sentar sus bases aquí que, ni lerda ni perezosa, alquiló una vivienda en Carrodilla y, en un mes, organizó una mudanza para cinco: su esposo y tres hijos.

Por entonces, lejos estaba de imaginar toda la labor social que tendría por delante en la Tierra del Sol y del Buen Vino: hoy es una importante referente barrial que trabaja de manera voluntaria en una cooperativa de agua, escuelas, merenderos y en el Fondo de Becas de Mendoza (Fonbec), organización que oficia de mediadora entre padrinos y alumnos de bajos recursos para que puedan continuar estudiando.

Claro que, para vivir en plenitud, como hoy lo hace, corrió mucha agua debajo del puente. A los 35 años, con dos niños pequeños y un muy buen pasar económico, sufrió un antes y un después en su vida cuando quedó viuda de manera inesperada. Supo que cada momento cuenta y que la vida merecía ser “exprimida”.

Se puso de pie y salió a remar como pudo. Tiempo después apareció en su vida Ramón Godoy, con quien siguieron construyendo una familia y fueron padres de Camila, la menor.

“Lo tenía todo y de repente mi vida se derrumbó. Tal vez por eso soy una persona desapegada de todo lo material. Conocer Mendoza en aquellas vacaciones nos cambió por completo. Dijimos por qué no. Estábamos cansados de tanta inseguridad y decidimos instalarnos aquí. Siempre supe que no nos íbamos a morir de hambre, mi esposo sabe hacer de todo y nos lanzamos. Jamás nos arrepentimos”, evoca.

Alquilaron, primero, una vivienda en el barrio 21 de Julio, en Carrodilla. Poco después se mudaron a Maipú. “Cuando conocí Chachingo supe que iba a ser mi lugar. Conseguimos una pequeña finca, sin casa, y mi esposo edificó una cabaña de troncos. No es fácil vivir en la zona rural, sin gas, sin Internet. Todo cuesta mucho, pero la gratificación es enorme. Contemplo los atardeceres y entiendo por qué me enamoré de Mendoza”, reflexiona.

Ramón comenzó a trabajar en la Federación de Cooperativas Vitivinícolas Argentinas (FeCoVita) y fue así que sentaron bases en una zona olvidada, aunque hermosa y repleta de olivos. Adoptaron dos ovejas y dos ponys. “Nada fue fácil, nos faltan cosas, la cocina económica que en Buenos Aires tenía de adorno hoy nos sirve para calefaccionar. Pero no cambiamos esto por nada del mundo”, advierte.

De a poco sumando manos solidarias

Sin prisa ni pausa, Inés se fue involucrando en distintas instituciones. Primero llegó a la escuela secundaria “Las Retamas”, en Cruz de Piedra, donde conoció las realidades más inimaginables. Enseguida empezó a dictar un taller de panadería. Paralelamente se metió en el mundo de la Vendimia, también de ese distrito. Como delegada, forjó grandes vínculos de amistad que aún perduran.

En forma simultánea, siempre apostando a su comunidad, pasó a integrar la cooperativa de agua y el merendero “Rayito de Sol” en el barrio de las 7 casas, donde las necesidades apremian.

“Mis hijos bromean y me preguntan cuándo dejaré de ser voluntaria. La tarea solidaria requiere, incluso, poner dinero del bolsillo propio y, sin embargo, recibo mucho más de lo que doy”, advierte, para señalar que cada uno de sus dos varones ya se independizaron, mientras que la menor, que vive con ellos, tiene un emprendimiento gastronómico.

“El punto de partida fue la creación de una unión vecinal con gente de la zona rural. Observé que, si me involucraba, el municipio otorgaba grandes beneficios y ayudas. Las oportunidades había que salir a buscarlas y, por supuesto, empezar a trabajar fuerte”, indica.

“Creo que una cosa va llevando a la otra y así fue como un día me acerqué a la escuela Las Retamas, donde observé que las chicas finalizaban la primaria y, por muchas circunstancias, sobre todo económicas, no podían seguir estudiando. Fui docente muchos años hasta que me retiré, pero siempre estoy cerca. Gracias a esta institución conocí la organización Fonbec, donde en forma conjunta logramos que 37 estudiantes de esta zona lograran ser becados”, repasa.

“Son chicos que necesitan una ayuda para seguir adelante y la selección no siempre es sencilla. Muchos requieren ese empuje, pero deben tener buenas calificaciones, asistencia y no presentar problemas de disciplina. Pienso que la educación es fundamental en la vida de una persona, por eso me volqué de lleno a Fonbec y la gratificación es enorme. Amo profundamente el trabajo social y me llena de orgullo cuando alguno de estos alumnos resultar ser abanderado, escolta, premiado o reconocido”, señala.

Expuso el caso de Milagros, una niña de bajos recursos que sufrió un accidente y quedó con secuelas en el habla. “Es excelente alumna. Había que ayuda a esa familia y hacer el seguimiento. Es una alegría cuando me llaman de Fonbec con la novedad de que existe un padrino dispuesto a ayudar. Mi labor consiste en encontrar el alumno merecedor de esa beca”, dice.

En el merendero “Rayito de Sol” los inicios también fueron a pulmón y con gran convicción. “A veces, por desconocimiento, pasan algunos beneficios que pueden cambiarle la vida a muchos niños, por eso me involucré. La Nación y el municipio nos dieron una mano grande y cada vez que llega una fecha importante, como Reyes, Navidad o Día del Niño, las celebraciones son inolvidables”, agrega.

“No hay nada que pague ver a los chicos felices disfrutando de una fecha especial, de un día de pileta, de merienda, de alegría y entretenimiento”, opina.

El balance de su misión solidaria, asegura hoy, 25 años después de recalar en esta provincia, le dejó un gran saldo a favor.

“Aprendí mucho más de lo que dí, me crucé con gente maravillosa en cada lugar donde decidí apostar y me llevé miles de aprendizajes. La Vendimia me dejó recuerdos imborrables. Y, como si fuera poco, mis dos nietos son mendocinos. No puedo pedir más”, concluye.

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