Arqueología | Linaje patriarcal de la momia del Cerro Aconcagua

Estudios recientes han establecido el linaje patriarcal jerárquico lambayecano del niño peruano ofrendado en el coloso de América, a unos 5.000 msm. De raigambre mochica/lambayeque/chimú, el niño recorrió un largo camino hasta el sitio de su sacrificio ritual en la Pirámide del Centinela de Piedra.

Linaje patriarcal de la momia del Cerro Aconcagua
Niños de la capacocha del Llullailaco, según imagen tomada del catálogo del Museo de Arqueología de Alta Montaña de Salta. Foto: autor: J. Roberto Bárcena.

Un bioantropólogo comentaba que los desplazamientos humanos implicaban que primero se intercambiaran genes y después objetos. Más allá de cierta ironía, era un llamado de atención sobre reconocer la filiación de las personas y la génesis de sus objetos, siendo éstos, en determinado contexto, diferenciados como cultura arqueológica, sin conocer algunas veces el tipo humano portador y su proveniencia biológica.

Por entonces la Antropología Física instrumentaba su metodología fundamentalmente en la osteología y somatología humana, pues aún no podían alcanzarse desarrollos como los actuales de la Antropología molecular o genética, pues no hacía mucho que se había publicado la estructura doble helicoidal del ADN, que significaría el premio Nobel para sus descubridores, permitiendo comprender en profundidad la reproducción de los seres vivos y la información hereditaria de padres a hijos, incluida la proveniencia ancestral común, inclusive la propia humana, entre otros avances.

Claro que cuando se descifró el genoma humano, avanzó la metodología de estudio, incluidos procurar y preparar muestras aptas para análisis, y se amplió el registro de ADN de personas actuales y sobre los restos humanos del pasado, incluso de especies y subespecies fósiles del género Homo.

Por tanto, cada vez es más común que en las investigaciones antropológicas actuales, sean bioantropológicas, sean arqueológicas, en fin, multidisplinares, se acuda, siempre que se cuente con muestras adecuadas, a tratar esta parte del registro con análisis de ADN, sea el mitocondrial de herencia femenina, sea el propio del cromosoma Y masculino.

Isótopos en la investigación

Ni qué decir, además, sobre las posibilidades de los modernos estudios de isótopos estables del carbono (¹³C/¹²C), del nitrógeno (¹⁵N/¹⁴N), del estroncio (⁸⁷Sr/⁸⁶Sr), del azufre (³⁴S/³²S), del oxígeno (¹⁸O/¹⁶O), del hidrógeno (²H/¹H), y otros, que nos acercan a resultados sobre dieta humana y animal, como por ejemplo saber sobre el tipo de plantas y de otras sustancias consumidas, cuando no sobre la movilidad geográfica humana.

En este contexto de avances sustanciales de los que aquí sólo mencionamos algunos, simplificando su descripción y alcances, no es de extrañar que estudios sobre los cuerpos humanos conservados, de los santuarios de altos cerros andinos y de época incaica, hayan aplicado y apliquen esos métodos y técnicas, con relevantes resultados, que cada vez profundizan nuestro saber sobre características y simbología de sacrificios humanos -capacocha- en contexto de culturas pretéritas.

Es el caso del niño peruano de la capacocha de la Pirámide del Aconcagua, momia del Cerro Aconcagua, cuerpo preservado por el frío, cuya protección y condiciones de conservación son responsabilidad del Incihusa-Conicet desde hace décadas.

Otra perspectiva. Filo Sudoeste del Aconcagua, con la Pirámide (con flecha indicando la ubicación del sitio ritual incaico). Fuente: Schöbinger (2001, compilador). 
Foto: atención geóloga Claudia Beatriz Arcuri, de Tucumán.
Otra perspectiva. Filo Sudoeste del Aconcagua, con la Pirámide (con flecha indicando la ubicación del sitio ritual incaico). Fuente: Schöbinger (2001, compilador). Foto: atención geóloga Claudia Beatriz Arcuri, de Tucumán.

Justamente las investigaciones sobre los cuerpos, su ajuar, el sacrificio y contexto ritual, la simbología, entre otros y en el marco de la organización estatal incaica y de su dominio regional del Kollasuyu -unidad geopolítica, suyu, hacia el sudeste del Cuzco, región austral del Tawantinsuyu incaico (parte de Perú, Bolivia, Chile y Argentina actuales)-, avanzaron mucho el conocimiento de estas ofrendas en los altos cerros andinos, generalmente ubicadas por encima de los 5.000 msm.

Al presente, contamos con un registro de al menos una treintena de personas sacrificadas, la mayoría niños o niñas de 7 a 8 años, sumando más de 200 los sitios votivos -adoratorios, santuarios de altura-, con ofrendas de objetos y estructuras de pirca, desde Ecuador, Perú, Chile y Argentina -con ocho personas sacrificadas; en seis cerros (Nevado de Chañi, Nevado de Chuscha, El Toro, volcán Quehuar, Aconcagua y volcán Llullaillaco)-.

Según los análisis de cabellos -crecen a aproximadamente 1 cm por mes- de cuerpos preservados por el frío de tres de esos cerros, el niño del Aconcagua habría consumido una dieta terrestre, probablemente con maíz como uno de sus ingredientes principales, con cierta reducción estacional, al menos en el lapso del año y medio transcurrido hasta su muerte -según la longitud de su cabello-, mientras que la niña del Nevado de Chuscha lo hizo durante sus últimos catorce meses, incrementándose tal consumo hasta el momento de su fallecimiento.

En el caso de las niñas y niño del Volcán Llullaillaco las estimaciones de dieta relacionadas con los análisis de isótopos estables en cabellos, permitió por ejemplo inferencias relativas a los últimos dos años y medio de la “doncella” -niña de unos 15 años-, proponiéndose una alimentación que mejoró en proteínas -de origen animal- e hidratos de carbono -probablemente del maíz-, particularmente desde doce meses antes del sacrificio, siendo parcialmente semejantes las conclusiones para el niño de unos 7 años y la niña -del “rayo”- de unos 6.

Sobre los niños del Llullaillaco, además de establecerse que sus ADN no admitían parentesco entre ellos, al menos por línea materna, se concluyó sobre el mejoramiento de la dieta en el lapso indicado por los cabellos, que bien pudo ser a partir de su selección regional y congregación en el Cuzco, que en este caso tendría por final sus sacrificios rituales.

Estos niños, particularmente en el caso de la “doncella”, pudieron ser de familias con determinado acceso a recursos alimentarios, habiéndose mejorado su dieta, a partir de ser escogida para fines del estado incaico.

En este aspecto, diferiría el niño del Aconcagua, pues los estudios de dieta a más largo plazo, a partir de isótopos estables (δ¹³C, δ¹⁵N), sobre el colágeno óseo de un fragmento de costilla, que por sus características suma implicar indicadores de alimentación anterior a la de sus meses finales, ofrecería evidencia de consumo de productos marinos y terrestres.

Es decir, si de origen geográfico se trata y en el caso del niño de 7 años del Aconcagua, que su dieta más antigua apunta a productos costeros, marinos y terrestres, mientras la final, con ciertos altibajos estacionales, a sólo productos terrestres.

En un caso, la hipótesis según el ADN mitocondrial y del cromosoma Y, sobre la que escribimos en esta Sección en enero de 2023, que remitía la comparación de genotipos a la costa peruana, tomaba más fuerza sobre el origen costeño, en el otro, la dieta terrestre condecía con el supuesto traslado al Cuzco y su desplazamiento al Aconcagua.

Por otra parte, si bien la relación entre vestimentas y fardo funerario del niño no tiene necesariamente que condecir, geográfica y culturalmente, con el origen del niño, en el caso del Cerro Aconcagua las hipótesis sobre su ajuar, propias del complejo ritual incaico de la capacocha, inclinaban a postular desde el punto de vista cultural representación de la costa peruana, particularmente con la cultura arqueológica peruana de Chancay -costa central- y que, desde la consideración de la correspondencia con suyus, sería propia del Chinchaysuyu.

Este tema continuará en Nota II, el próximo 25 de enero

*El autor es investigador en Incihusa-Conicet- SIIP - UNCuyo; UNLaR

Producción y edición: Miguel Títiro - mtitiro@losandes.com.ar

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