Laura Pros aún suele despertarse de madrugada soñando que continúa bajo arresto en un pabellón helado y oscuro de la Unidad Penal de Mujeres 3 El Borbollón, en Las Heras, donde transcurrió 22 de sus 49 años de vida.
Tito Sabino Aramayo no puede quitarse de la cabeza el ruido mortificador del portón y el candado del Complejo Penitenciario 1 Boulogne Sur Mer, donde ingresó el 11 de marzo de 2008 y permaneció siete años.
Ellos no se conocen pero comparten historias parecidas: además de haber cumplido tras las rejas delitos similares, supieron -más tarde- poner foco en las oportunidades que la vida les puso adelante.
Así, Laura concluyó en el penal la primaria y secundaria y hoy, mientras estudia la tecnicatura en Gestión y Administración Pública en la UNCuyo, fue contratada por el hospital Central para la confección de barbijos. En abril percibió el primer sueldo de su vida.
Tito, por su parte, estrena su flamante título de Trabajador Social, carrera que inició mediante el PEUCE (Programa de Educación Universitaria en Contexto de Encierro) y que anhela llevar pronto a la práctica.
Compartieron, además, otra experiencia que los lanzó al mundo laboral: haber formado parte de Germinar, primera y única cooperativa de trabajo de Mendoza que brinda oportunidades a personas que han salido de un contexto carcelario y que coordina acciones con la Dirección de Emprendedores del Gobierno.
Acurrucada en la soledad más profunda, encerrada. Las pesadillas en Laura son recurrentes. Recién cuando el dolor punzante le atraviesa el estómago. Entonces abre los ojos, mira alrededor y da gracias. Porque si algo aprendió en esos años que define interminables, es que no pudo haber recibido un castigo más duro.
-¿Cómo era Laura cuando ingresó a la cárcel y en quién se transformó cuando salió?
- Ingresé embarazada de mi sexto hijo siendo una mujer sumisa, golpeada por la vida, con una niñez durísima y una madre ausente, no por abandónica sino por ignorante. Al salir, el cansancio psicológico que sufrí en la cárcel me marcó para siempre pero me hice fuerte.
-¿Qué experiencia fortalecedora rescata?
-A los 10 años de encierro perdí a una hija y creí que me moría, pero debía luchar por mis otros niños. El maltrato y la discriminación resultan imposibles de describir. No me dí por vencida y de a poco me fui sobreponiendo, intentando superarme, estudiando y ocupando mi cabeza en todo tipo de talleres, costura, marroquinería, panificación y hasta electricidad. Finalmente, todo eso terminó ayudándome a conseguir este empleo.
-¿Siente que salió rehabilitada?
-El daño que produce un penal es terrible. No existe castigo más cruel. De todo modos, si bien al salir descubrí una sociedad acelerada y discriminadora, rescato la oportunidad que me dio la cooperativa de trabajo y uno de sus principales referentes, Pablo Gareca. Me cambió la vida.
-¿A qué se refiere cuando habla de daño irreversible?
-Entiendo que el ser humano debe corregir errores, pero creo que la cárcel no es la forma. He visto gente desangrándose de dolor, mujeres ahogadas en llanto de extrañar a sus hijos, quejidos por las noches que perturban, que te parten en mil pedazos.
-¿Cómo se sobrelleva?
-Teniendo la cabeza ocupada. Sacaba basura, ensamblaba cartones, cosía. Todo a beneficio. Jamás recibí un centavo a cambio. Los que ganan con el trabajo interno son solo los políticos y las empresas.
-¿Cómo es su relación con sus hijos?
-Los dejé siendo bebés, al cuidado de su padre, que se merece todas las medallas del mundo porque los crió lo mejor que pudo. Y cuando salí eran hombres y mujeres. Me he perdido muchos años de sus vidas y, a veces, siento que no conozco sus gustos. Su papá hizo un gran trabajo.
-¿Qué cosas disfruta hoy?
-¡Todo! Fueron tantos años de falta de aire, ruidos desagradables y régimen estricto que hoy suelo despertarme a la madrugada y sentarme en la vereda a mirar las estrellas. Descubro a cada rato en cosas simples lo impactante y maravillosa que es la vida.
El logro del título universitario
Tito -así su nombre- es jujeño de pura cepa. Nació en Humahuaca hace 45 años, aunque de muy niño adoptó Mendoza junto a su familia golondrina. Siempre en problemas, tal como lo recuerda, a los 32 intuía que terminaría en un penal. Y así fue.
“Por eso entré resignado, pero a la vez con miedo. El ruido del portón cerrándose es espantoso”, insiste.
-¿Cómo fueron esos años?
-Tenía más problemas afuera que adentro. Preparé mi cabeza y salí adelante. Hasta que un día, entre las muchas opciones que había para estudiar, me decidí por Trabajo Social, una profesión al servicio de las personas en vulnerabilidad y que las ayuda a mejorar su calidad de vida.
-¿Sueña con ejercer?
-Me encantaría y entiendo que el haber pasado por la cárcel puede ser un estigma para conseguir trabajo. Pero soy terco y voy detrás de mis objetivos. Mientras tanto, me desempeño en el rubro de la construcción e incursiono como gasista.
-¿Qué aprendió en la cárcel?
-La conducta, la disciplina y el respeto por el otro. No reniego de mi paso por el encierro. Al contrario, me cambió para bien porque mi vida era turbia. Eso sí, al salir es importante tener una red de contención, personas que deseen acompañarnos psicológica y emocionalmente. Yo no tuve hijos, pero sí tengo a mi familia de origen.
-¿Qué sintió en diciembre, cuando aprobó la tesis final?
-Fuimos con una compañera, ella rodeada de familiares y yo solo. Claro que me emocioné por el logro obtenido, pero siento que la cárcel me curtió, me endureció, y que no termino de disfrutar las grandes satisfacciones.
-¿Siente que hoy es otra persona?
-Sí. Las rejas me marcaron para siempre. La cárcel me selló de un modo indescriptible.