Luego de un año complejo, con clases a distancia en las escuelas mendocinas, miles de chicos volvieron a experimentar la sociabilización y el trabajo en equipo gracias a las colonias de verano. Fue un espacio que les permitió volver a verse, conocer a otros niños y mantener el contacto cara a cara.
Los Andes consultó a muchos protagonistas de estos “reencuentros” para saber cómo fue, para visualizar si hubo cambios y para ver de qué manera los afectó la falta de presencialidad. Profesores de educación física, padres, madres y psicopedagogos coincidieron en reconocer que los que participaron de estas colonias de verano tuvieron esos beneficios.
Volver a vincularse
Es que la escuela de verano fue la oportunidad, aun en medio de una pandemia que parece lejos de terminar, para resocializar o, usando un término más adecuado, para “revincularse”.
“La escuela de verano puede haber servido de ‘fusible’ para los que estuvieron encerrados en serio, sobre todo para los más chiquitos. También sirve para tener alertas, sobre todo en las grandes ciudades, para los que viven en departamentos y edificios que viven frente a la computadora o la TV. Este regreso sirvió para el esparcimiento y el estar con otros, fue una oportunidad para preocuparnos siempre por esto. Es un tema que suele descuidarse”, explicó el psicopedagogo Alejandro Castro Santander.
Por ejemplo, Julieta Arrarás profesora de Educación Física del club El Trébol, en San Martín, contó que le sorprendió ver a los chicos más tranquilos y sociables entre ellos que otros años. “Teníamos la duda de saber qué clase de niños nos dejó la pandemia. Antes los veía con mucha actividad, como acelerados. Este año los vi relajados, compartiendo una charla o una merienda y se nota que están raros, pero entusiasmados por venir”, dijo la docente.
Por otro lado, contó que muchos de los padres y madres optaron por pagar parte de la temporada, unos días o una semana, pero que de a poco fueron extendiendo la permanencia de los chicos en la colonia de verano. “Venían por días y terminaban pagando la semana. O pagaban la semana y finalmente todo el mes. Sucede que los chicos estaban tranquilos, charlaban entre ellos y también vi menos violencia y gritos. Eso los debe de haber convencido”, detalló Arrarás.
De todas formas, reconoció que fueron los más chicos –los de 4 años, por ejemplo-, los que lloraron al principio por tener que dejar a sus padres y esto, piensa, tiene que ver con no haber podido ir al jardín de Infantes durante el año pasado. “A ellos les costó más, se notaba la falta de adaptación y venían muy pegados a los padres y a sus actividades en la casa”, señaló.
Por último, mencionó que muchos padres buscaron en la escuela de verano un espacio para que sus hijos no estuvieran, finalmente, frente a una computadora o conectados a internet y, aunque no pudieron hacer actividades tales como campamentos, sí pudieron trabajar en pequeños grupos. “Tratamos de hacer otras actividades que en otros años no les gustaban o se aburrían y este año eso no pasó. Vimos que muchos padres necesitaban la socialización de sus hijos con otros”, cerró.
Testigos directos
“Ella tiene 11 años y este año ha sido súper difícil, sobre todo desde lo social con sus pares”, contó María José, quien mandó a su hija a la escuela de verano del Gimnasio N°2 de Ciudad. “Ahora está muy feliz de haber podido compartir con personas de su edad, que están en su misma onda”, aseguró.
Esta madre contó que su hija se adaptó perfectamente a las actividades en el verano y que es algo que necesitaba, ya que durante el año pasó muchas horas frente a las pantallas. “Son todavía chicos y con todo esto entraron a todas las comunicaciones de una vez. Incluso yo, ahora, le saqué el celular”, indicó.
Ornella, por su parte, contó la experiencia con su hijo Bautista, de quien le preocupaba que pudiera socializar. “Justamente lo mandamos por eso y le costó adaptarse. Volvimos a la lógica de tener a sus compañeros que no fuesen solo sus primos, que fueron los únicos con los que tuvo relación el año pasado”, reconoció.
Luego, dijo que a su hijo le costó “un poco” entrar en contacto con niños que no conocía, sobre todo teniendo en cuenta que en 2020 empezó sala de cuatro y sólo tuvo algunos días de clases. “No le costó adaptarse al tapabocas o a la toma de temperatura, pero sí a relacionarse con otros niños, porque ellos no saben mantener la distancia en el juego. Le costó entender por qué tenía que cuidarse de ciertas cosas”, reconoció Ornella.
Un tema descuidado
Para Castro Santander, que haya ocurrido esto es lógico, sobre todo con muchas de las cosas que pasaron en el interior de los hogares, o que se potenciaron.
Indicó que los niños estuvieron “frenados” durante meses y que, si bien cada uno lo vivió de distinta manera, la colonia de verano vino bien. “Fue un lugar donde salir de malos climas, incluso, de situaciones de conflicto o de violencia en algunos casos”, destacó, agregando que el tiempo afuera les tiene que haber hecho bien y que comprobar eso obliga a las escuelas a pensar en trabajar las competencias sociales, un aspecto que está descuidado.
“Todo esto te plantea una escuela que va a tener que recibir a estudiantes que han sufrido además del encierro los climas que se vivieron en la casa como el desempleo, peleas, una muerte de familiar o duelos mal hechos. Hay situaciones que para los más chicos hay que considerar”, dijo.
Por ello, para terminar, destacó que, si bien se está hablando de la importancia de lo social o de lo afectivo en las instituciones y la ausencia de esto durante la pandemia, en general esto surge espontáneamente en los estudiantes y no por condiciones generadas desde la escuela.
“Todo es ensayo y error, no es que haya una planificación objetiva. En este sentido, la escuela necesita reflexionar sobre esa necesidad que tienen los alumnos. Y sobre cómo va a ser el reencuentro de los compañeros y cómo van a venir los docentes. La escuela tiene que ser contenedora”, terminó.