En Mendoza la Vendimia no es una tradición: son muchas tradiciones. Una de las más asentadas, guste o no, es la de la crítica al acto central de la Vendimia, que suele despertar un interés inusitado si se tiene en cuenta el género (el de la crítica, no el de la Vendimia), últimamente de capa caída en todos los medios masivos, y restringido a medios especializados, también debilitados estos últimos.
La tradición de las opiniones públicas sobre la fiesta vendimial es, si se quiere, un gran síntoma de vitalidad para la reflexión crítica en nuestra provincia. Parece algo lateral y superficial esto de ofrecer un análisis y una valoración razonados de la fiesta, pero en realidad dice mucho del respeto, del interés, de la importancia por la cultura local y del afán por que su vara esté siempre alta.
Y esto, a contramano de lo que puede pensar algún despistado, significa que a la fiesta se la puede abordar con afán crítico y decir de ella defectos y virtudes por igual, si se lo hace desde la honestidad intelectual. De hecho, es un gesto de enorme veneración por un espectáculo de este tipo el hecho de que se destinen horas, formación intelectual, espacio en los medios (centímetros de papel, píxeles o minutos al aire) a reflexionar sobre los logros artísticos del espectáculo más importante que tiene el Oeste argentino, y quizá la Argentina toda.
Sin embargo, esto no siempre es comprendido por parte del público y, sobre todo, por muchos de los artistas a los que les toca el rol de llevar adelante la fiesta. Predomina un prejuicio que dice que la fiesta “siempre” le gusta “al público” (¿a todo?) y no les gusta “a los críticos” (¿a todos?). Un prejuicio tan lleno de falsedad como el que dijera que todos los espectáculos siempre son buenos o siempre son malos.
Este año, las críticas a la fiesta han sido, por lo general, bastante coincidentes. Han tendido a resaltar, por supuesto, varios de los aciertos visuales, musicales y escénicos de “Juglares de Vendimia”, dirigido por Franco Agüero, y también han puesto sobre el tapete de la discusión lo que se pueden considerar errores, momentos menos logrados, fallas.
Lo que no ha fallado, valga el término, sin embargo, es la reacción enconada de algunos responsables de la fiesta. Este año ha sido Sara Verón, productora ejecutiva del espectáculo, quien ha alzado su queja públicamente por las críticas recibidas. A través de una publicación realizada en su cuenta de Facebook, ha destilado su enojo (eso parece, por el tono) y ha ejercido, cosa que nadie le niega, su derecho a criticar a los críticos. Sin embargo, con argumentos un poco desnortados, a juzgar por algunos fragmentos como el que sigue (lo limpiamos de algunas erratas gramaticales): “Acá hago un alto para ver la crítica no como algo para mejorar. Porque, disculpen estos ‘expertos en Vendimia’, el único proyecto cultural que nos posiciona en el mundo nunca será de su agrado. ¡Cuidado! Dejen de matar la Vendimia”.
Junto con otros conceptos como “nada te viene bien” o la queja por la “falta de objetividad” (¿en una opinión personal?) o “desprecian a los artistas”, la productora rechaza las críticas porque asume que esta debe ser siempre halagüeña (“para mejorar”), que siempre debe agradar (como si eso sólo fuera culpa de los que la ven) y que a la Vendimia la matan los críticos y no los artistas que podrían estar pifiando con su propuesta.
Es duro decir esto, pero en cuanto a la Vendimia, se atestigua mayor madurez en la crítica que en los artistas que la reciben. Los primeros saben que no están ni destruyendo ni construyendo el espectáculo, saben que no pretenden dar más que un punto de vista personal, saben que no pueden opinar sin argumentar y se puede estar de acuerdo o no con ellos. Pero los segundos parece que desconocen que no hay obligación en los críticos de defender porque sí (como si esa tarea no fuera de los artistas, en realidad) el prestigio del espectáculo escénico, ni la Vendimia como producto cultural con su comentario: esa obligación es de los propios artistas y del Estado que los pone al frente de tamaña responsabilidad.
El público siempre aplaudirá de a ratos, conmovido muchas veces por un impacto de base y un mínimo de calidad que una fiesta como esta ya posee, orgullosamente, como piso artístico. Pero también, y esto parecen desconocerlo algunos hacedores de la fiesta, hay parte de ese público que no se expresa mediáticamente y sí en las conversaciones familiares, y que no es raro que diga que se aburrió, que no entendió, que vio debilidades en el espectáculo… o todo lo contrario.
Este año, quien esto escribe no vio la fiesta ni ofreció su punto de vista. Pero sabe de qué se trata esta fascinante tarea de ser crítico de la Vendimia: en sus casi 30 años de carrera ha visto más de 20 fiestas y ha reflexionado y escrito sobre ellas. Le ha tocado ver propuestas de muy bajo nivel y otras de calidad sorprendente (en lo alto del podio, la fiesta de 2011). Pero también le ha tocado enfrentarse a responsables de la fiesta que reaccionan como si decir que no le gustó lo que hicieron fuese un pecado y a otros que, incluso a pesar de opiniones poco favorables, han sabido y hasta agradecido por el punto de vista.
Lo dice alguien que ha disfrutado y padecido espectáculos vendimiales a partes iguales, e incluso ha escrito algún espectáculo del calendario vendimial: la crítica siempre ha de ser bienvenida por el lector, el interesado, el medio y el artista. Y la responsabilidad del crítico es abordar esa tarea con seriedad. Pero una tarea análoga exige la fiesta del artista: que la fiesta sea buena o mala, ya es cosa de ellos, no del que opina.