“El caso que presentamos a continuación y que hemos tenido la oportunidad de observar detenidamente en la policía de La Plata, donde permaneció durante el proceso, y en el hospicio de Melchor Romero, donde se encuentra recluido, es digno, por varios conceptos de ser conocido por los lectores”. De este modo comienza una crónica escrita por el mítico Juan Vucetich –desarrollador de las huellas dactilares como método de identificación- sobre un lúgubre personaje, cuyas costumbres despertaron horror y fascinación.
El sujeto en cuestión llevaba por nombre Tomás Cavellone. En 1902 tras golpear al dueño de la casa donde vivía fue arrestado dificultosamente: se defendió con un arma de fuego, rasguños y mordidas. Una vez detenido confesó todos los hechos pero aseguró que sólo cumplía con designios comunicados por espíritus y que poseía comunicación directa con el Altísimo.
Ante tamañas declaraciones Vucetich se interesó y comenzó a investigarlo. Cavellone vivía en Lomas de Zamora, provincia de Buenos Aires, y era conocido por muchos como “Doctor del Agua Fría” porque utilizaba dicho elemento para llevar a cabo supuestas curaciones. Sin embargo lo más llamativo fue su actividad en el cementerio del lugar.
Don Tomás poseía abundante cabellera y una barba bien poblada, se rasuró durante años cumpliendo cierto “pedido divino”. Su suave voz contrastaba totalmente con el frío inquietante de sus ojos. De costumbres extrañas durante meses, antes de ser arrestado, se presentó todas las tardes en la necrópolis local de manera puntual. Allí trataba de abrir ataúdes, lo que era impedido por el vigilante a duras penas. Tamaña situación llevó a las autoridades a prohibirle el ingreso. Al ser anoticiado, Cavellone perdió los estribos y amenazó con asesinar a quienes le impidiesen acceder al camposanto.
Durante sus visitas al cementerio, llevaba a cabo un ritual místico. Extraía los cadáveres, arrojaba tierra al espacio y recitaba palabras sin sentido, dictadas por los espíritus, según sus declaraciones. La ceremonia buscaba liberar a los muertos. Consideraba que muchos difuntos se hallaban “atados” y no podían tomar el camino de la luz, con este procedimiento él consideraba que los enviaba hacia el más allá. Al realizar estas prácticas sentía un calor especial, veía aureolas y escuchaba voces.
Tomás Cavellone fue sobreseído tras ser considerado demente, afectado por “monomanía religiosa”, según el informe de Vucetich. Lo raparon y quitaron su barba, aunque le permitieron conservar el bigote. Su historia es una más de las que se pierde entre los manicomios de principios del siglo XX.