A veces es el misterio y su acuciante necesidad de ser explicado. A veces, un terror profundo. Otras, el afán por honrar a los héroes y el mero gusto por contar historias. Muchas de esas son las razones en las que suelen poner sus cimientos los mitos y las leyendas. Pero hay algo más, otro germen poderoso que puede producirlas: el dolor o su compañera, la tristeza.
La pena por la muerte de una hija, sin dudas, ha de ser uno de los dolores y tristezas más desoladoras que puede sufrir una persona, una familia, y en esa tragedia pone sus pies la leyenda de la Niña López de Gomara.
La veneración a la tumba de esta joven ―hija de Justo S. López de Gomara, ilustre español radicado en la Argentina y que propició la creación de Villa Nueva― está cimentada en el dolor que causó su muerte prematura. Un culto espontáneo y pagano que se sostuvo en el tiempo, aun cuando sus deudos tomaran distancia de la tumba en el cementerio de Guaymallén, y que fue enriqueciéndose con relatos mágicos que confirmarían el carácter milagroso que se le atribuye.
La joven tenía un nombre tan extenso como el culto de la que iba a ser objeto. Se llamaba Mercedes Encarnación Genoveva Alejandrina Esparta Sanjurjo López de Gomara y había nacido el 6 de octubre de 1884 en Buenos Aires, donde residía su familia. Era hija de Mercedes Lugones y de Justo López de Gomara, quien había nacido en Madrid y que a los 20 años recaló en la Argentina, para convertirse en una figura en todos los ámbitos en que actuó: la literatura, el periodismo, la política y la función pública. Además, por supuesto, en la vida social, ya que era respetado y querido por todos aquellos con los que establecía vínculos.
Tras vivir mucho tiempo en Buenos Aires, se mudó a Mendoza. Según un artículo que le dedica la Real Academia de Historia de España, fueron los problemas de salud y los económicos los que lo trajeron a nuestra provincia, donde pronto tomó protagonismo: “Gravemente enfermo y sin recursos, se trasladó con su familia a Mendoza, adonde llegó en momentos de intensa lucha política entre caudillos. Cooperó en la fundación del diario El Porvenir; contribuyó al desarrollo de la vitivinicultura, publicando artículos sobre esa industria. Se desempeñó como agricultor y bodeguero. Fue nombrado síndico del Banco de la Provincia, puesto en el que fue reelegido. Como concejal proyectó la fundación de una villa (Villa Nueva) en el departamento de Guaymallén. Fundó en Mendoza la institución cultural El Ateneo, desde donde pronunció numerosas conferencias. Creó el Banco Agrícola Comercial, el Instituto Agronómico y los talleres municipales de cerámica y tejido de la región. En esta época escribió un drama en prosa y verso titulado Savonarola, evocación de la Italia renacentista”.
Sin embargo, como detalla esa entrada enciclopédica, la desgracia perseguía a López de Gomara y “la muerte de su única hija lo hizo regresar a Buenos Aires”.
La prematura muerte de la niña Mercedes, acaecida el 24 de abril de 1902 (se estima que por fiebre tifoidea), produjo una enorme desolación en la familia López de Gomara, pero también en el círculo social de Guaymallén y de toda Mendoza.
Es elocuente, en este sentido, el artículo que le dedicó Los Andes en su edición del 25 de abril y que no sería temerario considerar que contribuyó a la leyenda de la que luego sería objeto la niña: “Los densos crespones de una desgracia irreparable han caído sobre el hogar del señor Justo S. López de Gomara. Ayer en la mañana, esa familia virtuosa a la que la felicidad prodigaba sus sonrisas, ha perdido a uno de sus bellos vástagos, una flor de la mañana que esparcía su exquisito perfume de castidad y de pureza”, comienza el texto.
Luego, prosigue: “Mercedes López de Gomara y Lugones cae tronchada por el hálito fatídico del destino, a los 17 años, cuando su juventud, su bondad y su hermosura hacían sonreír de felicidad a sus padres. Nos imaginamos con profunda amargura ese hogar, testigo ahora del inmenso dolor de una amorosa familia”.
La dolida reseña no erraba, en efecto: tras las ceremonias fúnebres, a menos de una semana de la pérdida de su hija, la familia de López de Gomara abandonaba Mendoza y Los Andes también apuntaba el hecho con tristeza el 4 de mayo de ese año: “Anoche se ausentó á la metrópoli con su familia el Sr. Justo S. López de Gomara. Acudimos al andén de la estación del Gran Oeste para estrechar la mano del compañero, cuya obra en el periodismo local y en el departamento de su predilección, no es anónima. Gomara abandona esta sociedad que durante ocho años ha sido testigo de sus energías y de su talento, dejando huella muy profunda que no ha de ser fácil de borrar”.
“Justo López de Gomara es crucial para Guaymallén”, confirma Priscila Amaya, coordinadora del Área de Turismo de ese departamento. “Si uno recorre el edificio municipal y los alrededores, todo eso está gracias a él, quien lo pensó en 1890″, apunta. Y confirma: “La muerte de su hija hace que él se vaya de Mendoza. Hay una carta de él que dice que todo lo que hay en Mendoza le recuerda a su hija y por eso se va”.
Al parecer, la conmoción por la muerte de la hija de López de Gomara, cuyo cuerpo quedó en el cementerio de Guaymallén, no tardó en influir también entre quienes, sin ser familiares, se sintieron tan dolidos que atribuyeron a esa muerte joven un carácter divino.
“La devoción popular se dio de forma espontánea tras su muerte, y los vecinos comienzan a acercar flores al cementerio de Guaymallén, a prenderle velas y a presentarle exvotos, ofrendas en su memoria. Se ve que la fe de la gente la llevó a pedirle favores a esta chica y se los fue concediendo”, apunta Jesús Morales, historiador local y autor de la cuenta de Instagram Memoria de los Mendocinos.
Nadie sabe si cuando, 21 años más tarde, Justo S. López de Gomara muere en Buenos Aires, él conocía de la devoción que había despertado su hija. Pero esta siguió creciendo en forma de ofrendas, placas conmemorativas y promesas. Hasta que en 1963, una niña que vivía cerca del cementerio y se llamaba Carmen Dolores Delgado, presenció (o dijo presenciar) la apertura del cajón que albergaba el cuerpo de Mercedes López de Gomara. Y cuando vio que los restos mortales permanecían intactos e incorruptos, se convirtió en una de sus más devotas más fieles y en la responsable de cuidar, limpiar y mantener por años no sólo el mausoleo, sino también de revitalizar la fe en la niña, llamada alternativamente “La Lopecita”, “Mechita” o “Difuntita de Gomara”.
En 2015, el grupo Stell’Arts, integrado por un grupo de estudiantes de la Escuela Regional Cuyo de Cine y Video (los mismos que realizaron un spot sobre la Scaloneta que fue difundido por Nicolás Tagliaficco y se convirtió en viral) dedicaron un documental a la devoción de Carmen Delgado por esta “santa pagana”.
Mercedes, convertida en florista (con un puesto frente al cementerio) es mostrada en ese documental, titulado Mi niña Gomara, en su tarea diaria de limpiar y recorrer a diario el interior del mausoleo. Y en la entrevista para el cortometraje, confirma: “Se abrió en 1963 el cajón porque había muchas historias sobre ella y querían saber si eran ciertas”. Y resalta que el cuerpo estaba intacto, “no se sentía olor ni nada”. “Yo, desde ahí, empecé a tener mucha fe”, dice Carmen, quien falleció recientemente, convertida en una de las más fieles y reconocidas devotas de la Lopecita.
La certeza histórica de esa “apertura del cajón” no está ratificada. Jesús Morales confirma que ese relato está instalado: “Se dice que se abrió el cajón y que el cuerpo estaba intacto, lo que le va a dar un margen más de devoción, porque para la Iglesia Católica antes era condición en los santos que los cuerpos fueran incorruptos. De la Lopecita dicen que al día de la fecha el cuerpo sigue igual”. Sin embargo, desde Guaymallén no pudieron certificar esa historia.
De cualquier manera, como está visto, no hacen falta certezas para estas cuestiones. La tristeza provocada por la muerte de esta joven, hija de un personaje insigne, convirtió a la Niña Gomara en una santa popular y ya no importa el destino de sus restos mortales.
En un poema que está inscrito en la pared del mausoleo, y que sin dudas fue escrito por López de Gomara, se lee: “Al dolor supremo / redentor de las almas / consagran esta imagen divina / unos padres sin consuelo, / niña difunta”. El dolor acabó con la alegría de la familia, sin dudas, pero a la vez, dio nacimiento a una creencia que hoy atestigua cualquiera que cruza el portal del cementerio de Guaymallén y contempla la manifestación de una fe y una leyenda que, pareciera, jamás van a morir.