La fecha y el escenario no podrían haber sido más apropiados: Memorial de los Caídos en Malvinas, en la Plaza San Martin de Buenos Aires, el domingo 9 de julio de 2023.
Julieta Gargiulo, fundadora de Mujeres Mendocinas, un grupo de voluntarias que realizó un gran trabajo durante la guerra de Malvinas, viajó especialmente para encontrarse con aquel soldado de la clase 1963 llamado Miguel Angel Courtade, oriundo de Baradero.
El objetivo fue que él le entregara la bufanda azul que recibió en plena guerra y que lo abrigó no sólo en aquellos dramáticos –y helados- meses, sino muchos años después. Incluso hasta 2015, cuando decidió llevar esa bufanda azul al museo de su ciudad, donde en un espacio se exponen elementos de Malvinas.
“Fue un encuentro emocionante, distinto, cargado de historia. Es la historia de un soldado de Malvinas, una mujer mendocina y la bufanda azul que vuelve a su lugar después de, nada menos, que 41 años. Siempre digo que el hilo rojo me ha seguido durante toda mi vida y acá hay otra demostración”, relató Julieta Gargiulo a Los Andes, todavía en Buenos Aires.
Julieta y Miguel almorzaron juntos y recordaron todos y cada uno de los episodios relacionados con aquella época. Ella le contó cómo se llegó a la creación de Mujeres Mendocinas, un grupo que supo reunir a 500 personas para ayudar a los soldados y, más tarde, seguir trabajando en pos de la democracia.
El soldado veterano, de 60 años, le habló de aquel inolvidable día en que recibió la caja, la abrió y repartió todos los elementos: un gorro, un pullover, chocolates, guantes de lana… “Decidí quedarme con la bufanda. Una bufanda que le pertenece a usted, Julieta y aquí se la entrego para que esté donde debe estar”, le dijo en pleno almuerzo.
Una deuda de soldado
Más tarde, cuando ya se despidieron, él le envió un caluroso mensaje: “Aquí, soldado clase 63 Courtade Miguel Angel. Muy emotivo el encuentro, creo que después de muchos años es lo mejor que me ha pasado. He cumplido con todas mis deudas”.
“La verdad, mis lágrimas comenzaron a caer antes del comienzo, Me he quebrado bastante, pero la satisfacción fue grande al poder agradecer y decirle a Julieta que su esfuerzo no fue en vano, que su trabajo llegó y cumplió con el objetivo que se propusieron. La bufanda tenía que volver a su dueña, ese era mí objetivo”, relató Miguel a Los Andes.
El inicio de la historia
En mayo de 1982 Miguel Angel estaba en Malvinas como soldado del grupo Vigilancia y Control Aéreo. Obedeció la orden de llevar un sobre cerrado al centro de operaciones de la Fuerza Aérea Argentina en las islas.
“Al despedirme, el brigadier me entregó una caja bastante grande. Para usted y sus compañeros, soldado’, me dijo. Llegué a mi base, la abrí y fue una alegría: había alimentos no perecederos, guantes y medias de lana, un pulóver, un pasamontaña y una bufanda azul, además de un chocolate. El remitente decía ‘Mujeres Mendocinas’. Todo fue perfectamente repartido y yo me quedé con la bufanda, que usé desde el momento en que la recibí hasta finalizada la guerra”, recuerda el soldado. Y agrega: “Muchos años después abrigó del frío a mis dos primeros hijos cuando iban al jardín y luego la guardé como un tesoro hasta el 25 de julio de 2015, cuando se llevó a cabo el acto por los 400 años de mi ciudad y pasó a ser exhibida en la sala Malvinas Argentinas del museo local”. Fue así que desde 2015 la bufanda se encontraba exhibida detrás de una vitrina junto a un cartel que reza: “Gracias, Mujeres Mendocinas”.
De Mendoza
“La intriga de quiénes eran estas mujeres estuvo siempre. Pero no fue hasta 2023 que logré dar con Julieta Gargiulo, la fundadora, que llegó a tener en su lista nada menos que 500 voluntarias que pusieron manos a la obra realizando talleres para fabricar apósitos y luego enviando elementos sanitarios a los hospitales, además de víveres y ropa de abrigo para los soldados”, relata. “Yo deseaba encontrar la punta del ovillo, ese grupo maravilloso que envió aquella caja a las islas. Una caja que seguramente fue de las pocas que llegó”, indica.
“Recibí su llamado telefónico y fue muy conmovedor. Insisto con el hilo rojo que siempre me acompaña. Me parecía mentira”, evoca Julieta.
Luego ambos hicieron una videollamada que también fue emocionante ya que Miguel se colocó la bufanda, que previamente había ido a buscar al museo. “Haberla encontrado a usted, Julieta, era todo lo que pretendía. Cumplí lo que tanto deseaba, no puedo pedir más”, le dijo él a la mujer mendocina. Y agrega: “Merecía saber que su caja llegó a destino, que todos mis compañeros se quedaron con algo, que nada de lo que usted hizo fue en vano”.
Para Julieta, lo sucedido fue “un grito de esperanza”. “Es una situación mágica e inesperada. Muchas de las mujeres que formábamos el grupo ya no están pero conservaré esta bufanda como si fuera una bandera”, anticipa. “La bufanda azul es un trofeo muy importante que sintetiza el trabajo que realizamos junto a un equipo”, dice Julieta, para agregar que también la reconforta el hecho de saber que a Miguel no se la quitaron cuando fue prisionero de guerra.
Finalizada la contienda, Miguel pudo rearmar su vida.Al llegar, siguió haciendo el servicio militar que había iniciado el 6 de enero del 82, y recién le dieron de baja el 1 de noviembre. “Fui la guerra con cierta ilusión. No tomé dimensión de las consecuencias, no había nada previsto, no había logística. Los soldados nos quedamos sin nada, con 15 grados bajo cero, sin provisiones ni alimentos. Imposible ganarla”, refexiona hoy, divorciado y padre de cuatro hijos. Toda su vida trabajó en el Servicio Penitenciario y hoy está jubilado.
Aquel 3 de abril de 1982 quedará grabado a fuego en la memoria de Julieta Gargiulo. Esa tarde, horas después de que las tropas argentinas recuperaran las Islas Malvinas, levantó el teléfono, llamó a su amiga Gloria González Arenas de Funes y le dijo: “Hagamos algo, hay que ayudar a nuestros hombres que luchan en el Sur”.
Julieta no lo sabía, pero acababa de fundar una agrupación sin fines políticos mayoritariamente integrada por mujeres que funcionaría durante los años más difíciles de la posguerra y que luego prolongaría su misión social: “Mujeres Mendocinas”, que llegó a tener en su lista nada menos que a cerca de 500 voluntarias.
Comenzaron realizando talleres para fabricar apósitos y luego enviaron elementos sanitarios a los hospitales, organizaron charlas y conferencias sobre los derechos argentinos, recibieron a los excombatientes y, más tarde, con el advenimiento de la democracia, se pusieron al hombro la tarea de difundir información sobre cómo iban a desarrollarse los actos electorales tras años de dictadura.
Mágister en Cultura Argentina y diplomada en Historia, la mujer valora el esfuerzo de otras tantas exponentes de Mendoza que volcaban sus ratos de descanso para fabricar apósitos, comprar algodón, enviar insumos y organizar la logística necesaria. Siente orgullo por este grupo que trabajó para apoyar a los hombres que dieron su vida por la Patria y para reivindicar nuestros derechos sobre las Islas Malvinas. Y concluye con emoción:”Y la vida hoy me dio esta sorpresa”.