La increíble historia del vuelo secreto del “Enola Gay”, el avión desde donde arrojaron la bomba a Hiroshima

Se trató de un Boeing B-29, usado para que Estados Unidos atacara por primera vez en la historia con armamento nuclear a la ciudad japonesa.

La increíble historia del vuelo secreto del “Enola Gay”, el avión desde donde arrojaron la bomba a Hiroshima

Parece uno más entre tantos, pero no lo es. Aunque busque pasar desapercibido, asoma con su brillo de hojalata, amontonado entre aeronaves de la Segunda Guerra Mundial, y casi se puede tocar con la mano la cabina, donde lucen intactas las letras negras con el nombre del avión: “Enola Gay”, como la mamá del piloto.

Lo que lo distingue del resto de los aparatos es un vidrio de protección, quizás blindado, que evita que se le puedan arrojar objetos desde una pasarela. Es una señal de que no es solo un viejo artefacto: es el avión estadounidense que arrojó hace exactamente 75 años la primera bomba atómica de la historia en la ciudad japonesa de Hiroshima, provocó en el instante 70.000 muertos y dio inicio a una carrera nuclear que aún continúa. Las muertes con el tiempo fueron más, alrededor de 140 mil.

El “Proyecto Manhattan”

Horas antes del amanecer del 6 de agosto de 1945, el Enola Gay despegó de la isla de Tinian, en las Marianas, con un cargamento secreto: una bomba atómica de uranio pergeñada en las sombras de un plan de desarrollo nuclear que se llamó “Manhattan Project”.

En un cielo azul despejado, el entonces coronel Paul Tibbets, de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, conducía el avión de cuatro motores que él mismo había nombrado en honor a su madre hacia el objetivo de la bomba, un importante cuartel de las fuerzas japonesas en el centro de Hiroshima.

A las 8:15, hora local, la bomba que había sido bautizada como “Little Boy” (muchachito) por sus creadores fue lanzada desde una altitud de casi 1.000 metros. Cuarenta y tres segundos más tarde, la bomba explotó en un infierno nuclear que dejó decenas de miles de muertos achicharrados y miles de heridos y convirtió a la ciudad, que en ese entonces tenía unos 250.000 habitantes, en una escenografía de terror.

El hongo de humo que provocó la bomba

En sus memorias, Tibbets describió lo que vio mientras se alejaba del lugar: “El hongo púrpura gigante ya había subido a una altura de 45.000 pies, 3 millas por encima de nuestra propia altitud, y todavía estaba hirviendo hacia arriba como algo terriblemente vivo”.

Tres días después, una bomba aún más poderosa –esta vez de plutonio- fue arrojada sobre Nagasaki desde otro B-29, con miles de víctimas adicionales. El 15 de agosto de 1945 Japón se rindió, lo que dio fin a la Segunda Guerra Mundial.

Controversia histórica

La historia que los chicos aprenden en las escuelas de Estados Unidos retrata el lanzamiento de la bomba como un acto destinado a prevenir una posible invasión japonesa, que causaría un millón de víctimas fatales estadounidenses. Pero muchos cuestionaron la dimensión moral de la bomba atómica y también la real necesidad de lanzarla, ya que hay evidencia histórica de que Japón estaba dispuesto a rendirse antes de que la arrojaran y que Estados Unidos buscaba mostrar su poderío ante las ambiciones en Asia de la Unión Soviética.

“Esta controversia existe desde 1945. En ese entonces, un 85% de los estadounidenses apoyó la bomba porque creían que era la única forma de terminar con la guerra. Pero en ese momento mucha gente también sabía que esto no era cierto, incluyendo algunos de los principales científicos del país”, dijo Peter Kuznick, profesor de Historia y director del Instituto de Estudios Nucleares de la American University.

La polémica fue feroz para el 50 aniversario de Hiroshima, en 1995, cuando se quiso exhibir al Enola Gay, recientemente restaurado, en el Museo del Aire y del Espacio en el centro de Washington DC.

Kuznick, que es autor de varios libros sobre los bombardeos nucleares y coautor de un documental sobre el tema con el cineasta Oliver Stone, fue uno de los que participaron en la organización del evento.

“Dos grupos (la Asociación de la Fuerza Aérea y la Legión Americana, que aglutinaba a veteranos conservadores) se opusieron a que, además del avión, también se mostraran imágenes de niños y mujeres japonesas víctimas de la bomba. Tampoco querían voces de militares críticos con el lanzamiento. Nosotros sugerimos mostrar solo dos cosas: el avión y una lunchera con arroz y frijoles carbonizados de una japonesa de 11 años que murió incinerada en el bombardeo. Pero ellos creían que, si se desafiaba la narrativa oficial, toda su acción en la guerra iba a ser cuestionada. Por eso se oponían tan firmemente. Al final, las autoridades decidieron solo conmemorar las bombas atómicas, no expusieron para nada la controversia que había sobre este tema”. En realidad, fue una exposición pequeña, “sanitizada”, que no conformó a nadie.

En 2003, el Enola Gay fue alojado donde está hoy. En algún momento manifestantes intentaron lanzarle pintura roja y por eso se le colocó un vidrio de protección. Pero ese avión que es tan simbólico pasa casi desapercibido. Hay un modesto cartel, que solo dice que fue el que arrojó la primera bomba atómica, pero no menciona las víctimas que causó.

Tibbets murió en 2007, a los 92 años, y sus restos no reposan en el cementerio de Arlington de Washington, como todo militar con honores. Pidió expresamente ser cremado y que sus cenizas fueran arrojadas al Canal de la Mancha, donde amaba volar. Estaba aún orgulloso de haber arrojado la bomba más mortífera de la historia: su último deseo evitó que su tumba se convirtiera en un desfile de antibelicistas.

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