3 de febrero de 2025 - 08:50

La historia de Flor Vega: tiene síndrome de Down, trabaja en un jardín maternal y es ejemplo de perseverancia

El Síndrome de Down no es ningún impedimento para que esta mendocina trabaje en un jardín maternal, en una cantina y sueñe con casarse. Un ejemplo de superación

Flor tiene el pelo castaño, le gusta bailar zumba, es detallista y tiene una memoria perfecta. Jamás olvida un cumpleaños. Trabaja mucho, le gusta lo que hace y es un ejemplo para todos. Trabaja en un jardín maternal, en una cantina y toma pedidos de planchado.

Y también tiene sueños: quiere tener su propia casa, casarse y formar su propia familia. Además, Flor tiene Síndrome de Down, solo una más de sus características.

María Florencia Vega tiene 36 años y hace trece que trabaja en un jardín maternal municipal. “Se llama Mi pequeño mundo”, cuenta. Y Mónica Aguilera, su madre, acota: “Ese nombre del jardín es perfecto para definir lo que significa para Flor, su pequeño mundo”.

Comenzó a trabajar allí por un proyecto de integración que había presentado la directora del jardín. El proyecto establecía que la Municipalidad de San Martín, a través de una beca/ contrato de trabajo, sumara a Flor al plantel, para que ella hiciera tareas generales. La beca va de febrero a diciembre y se ha renovado año tras año, debido a lo efectivo que ha sido el programa para Flor y también para el jardín, ya que la muchacha es una excelente trabajadora.

“Me adapté muy rápido, me sentí cómoda”, dice Flor y detalla sus labores en el jardín: “Limpio, ayudo a cuidar a los niños, hago cosas en la cocina”.

Quizás la satisfacción más grande de Flor sea que los chicos que han pasado por el jardín durante todos estos años, la crucen por la calle y todos la saluden con mucho cariño llamándola “seño”.

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En la cantina

Flor vive con su madre, su segundo padre, algunos de sus hermanos y su sobrino y también ahijado, León, que tiene cinco años y es su devoción.

La casa está en el límite este de la ciudad de San Martín y el fondo del patio da, sin que la imagen sea un mendocinismo, a las primeras viñas del distrito de Buen Orden.

Es un barrio del IPV de unos diez años de antigüedad, en donde los árboles de la calle ya quieren dar un poco de sombra y la plaza es centro de reunión de los vecinos en las noches de enero.

El paisaje, el entorno, no son un dato menor. Flor se mueve por su barrio libremente, con tranquilidad, haciendo sociales, conversando, haciendo las compras.

Durante las mañanas de febrero a diciembre trabaja en el jardín y, por la tarde, desde las 19 y hasta cerrar hacia la medianoche, es la moza de la cantina del Club Montecaseros, que es regenteada desde hace cuatro años por su familia.

“Me gusta mucho ese trabajo también. Atender a la gente, llevarles las bebidas, conversar…”, dice.

“Es muy activa, muy amable con la gente, siempre alegre”, dice Mauricio, el segundo papá de Flor y pareja de Mónica, su madre.

José Vega, su papá de sangre, también es un padre presente. Flor lo visita los fines de semana, pasa tiempo con él y tienen una relación afectuosa y fluida.

En la cantina del Club hay gran actividad de martes a domingo. Allí las bochas y los juegos de cartas son el motivo de convocatoria por excelencia y mantienen la vida social. Además, en la cantina se cocina y se hace delivery para la zona. “El distrito es grande y trabajamos bien, porque nadie da el servicio que brindamos nosotros”, dice Mauricio, con orgullo.

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Flor Vega

Flor Vega

Planchar, eso que nadie quiere hacer

Flor es perfeccionista con cada cosa que hace. Entonces, cuando empezó a planchar para su familia, no se sorprendieron cuando vieron que la ropa quedaba como si hubiera ido a una tintorería y mejor aún.

Pero eso no fue suficiente. A Flor le pareció buena idea planchar “para afuera”. Ofrecerse a planchar la ropa de otros.

No tardó mucho en hacerse una clientela. “Hay que ver la perfección. Jamás vi una camisa planchada con semejante calidad”, dice Mauricio.

Le compraron una buena plancha, segura, y listo. Flor hace un trabajo siempre detestado por la mayoría. Y ella lo disfruta, como disfruta todo lo que hace.

Alegría y sueños

María Florencia Vega tiene varias virtudes. Quizás las dos más notorias son la alegría y la ternura.

Siempre sonríe. Y siempre hace todo con alegría, como si todo fuera un juego. Por eso todas sus actividades le entusiasman.

Por eso una de sus alegrías cotidianas más fuertes es ir a una academia para bailar zumba.

“No sé por qué zumba. Porque la profesora es amiga. Porque me divierto”, dice ella, mientras sonríe, porque casi siempre sonríe.

La otra cualidad más notoria es su ternura. Adora a sus ahijados, a los chicos del jardín, a sus amigos y amigas, a la gente que comparte su vida. Y demuestra eso con abrazos fuertes y prolongados, sin pudor, sin miedo, sin guardarse nada.

Por eso también dice que sueña con formar su propia familia, con independizarse, tener su casa y construir su hogar.

Ella se pone colorada y dice que tiene novio. Su familia bromea con eso.

“Ellos (las personas que tienen Síndrome de Down) son muy afectuosos y también enamoradizos”, dice Mónica Aguilera, la mamá de Flor. “Ella está muy enamorada de un amigo de uno de sus hermanos. Incluso a los padres del chico les dice suegros. Ella es así”, cuenta.

Pero el sueño de formar pareja es intenso y, como es ella, seguramente lo concretará algún día. Y será feliz, como siempre.

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