La historia de Tatú: el chico mendocino que escapó de las drogas y que hoy sueña con terminar la primaria

Creció a la deriva en uno de los asentamientos más pobres de Mendoza, en Guaymallén, y desde niño se convirtió en adicto. Hoy, a los 18, estudia, juega al fútbol, participa de una murga y sale adelante.

La historia de Tatú: el chico mendocino que escapó de las drogas y que hoy sueña con terminar la primaria
Sebastián "Tatú" Videau, el chico mendocino que superó una vida de dificultades relacionadas con las drogas y que hoy busca progresar y terminar la escuela.

Flaquito, descalzo, desgarbado, de mirada perdida y el rostro manchado de tanto quemar neumáticos para mitigar el frío. Sebastián Videau (a quien conocen como “Tatú”), era un niño que merecía estar en su casa, en la escuela, y no deambulando en Loteo Castro, la villa de Guaymallén que muchas veces es noticia por delitos de todo tipo. Pero la vida lo fue llevando a la calle, ese denominador común de muchos, donde la problemática de no contar con una red de contención que brinde auxilio es el peor punto de partida.

Sebastián era el típico exponente: lo salpicaban la pobreza, las adicciones y su contexto vulnerable. Y así, la calle lo atrapó desde niño. Creció de golpe sufriendo lo inimaginable. Sin embargo, la vida siempre brinda oportunidades y así fue como el merendero Juguetes Perdidos, que más allá del alimento brinda contención a los jóvenes adictos, supo “captarlo” y hacerle el seguimiento que necesitaba.

En resumen: un merendero levantado a pulmón y la contención de sus voluntarios lo terminaron salvando. “Nunca robé para conseguir droga, pero la compraba con el dinero que pedía en la calle”, se sincera, en diálogo con Los Andes, para empezar a contar su dura historia.

Al principio, las mamás del merendero intentaron acercarlo para darle un plato de comida. Estaba extremadamente delgado y era desconfiado: ni siquiera aceptaba entrar. Solía comer afuera, en soledad.

“Fue un proceso largo y difícil pero dio sus frutos y estamos inmensamente orgullosos de haber podido ayudarlo”, resume Angélica Frías, una de las referentes barriales de Loteo Castro dedicada especialmente a jóvenes con adicciones.

Hacerlo partícipe, abrirle las puertas y darle pequeñas tareas y obligaciones y responsabilidades, fueron clave a la hora de lograr la recuperación. “Desde pelar papas, cebar mate, cosechar zapallo, ayudar a elaborar dulces, atender a los niños... Empezamos a darle tareas y a notar su entusiasmo”, evoca. Se dieron cuenta enseguida que Tatú era pura tierra fértil para sacarlo adelante.

El tiempo fue transcurriendo y retomar el estudio se presentó como una opción. A través de la biblioteca popular Jesús Nazareno, se anotó en un curso de alfabetización mediante un aula satélite y los adelantos se vieron casi de inmediato.

“Pasó por muchas recaídas, nada fue fácil, y cada paso representaba hablarle, insistirle, convencerlo. Hasta que ganó confianza en nosotros y en especial en sí mismo”, rememora. Un hecho simple, como comenzar a higienizarse y vestirse adecuadamente, demostró que iba por buen camino.

Más tarde se anotó en un CEBJA, con la firme convicción de finalizar la primaria. Hoy juega al fútbol (a veces es árbitro), participa de la murga Jaque Mate y hace changas para llevar a su numerosa familia que hoy se mudó a Las Heras.

Como referente y conocedora de los principales flagelos que conlleva la pobreza y la marginación, Angélica lamenta que el Estado se ocupe de los adictos cuando ya han caído en la droga. “Llegan los asistentes sociales cuando el joven ya delinque, está preso y sin vuelta atrás. Estas problemáticas deben atacarse antes a través del acompañamiento y el trabajo exhaustivo”, diferenció.

Con el sueño de progresar

Lo cierto es que Tatú es hoy otro chico, muy diferente de aquel que deambulaba en el barrio años atrás. Si bien la pobreza lo sigue atravesando, pudo salir de un entorno que lo llevaba indefectiblemente al peor escenario.

Vive con Paola -su madre- y sus seis hermanos (Franco, Orlando, Jackelina, Soledad, Celeste y Luciano) en una choza de caña y nylon, y es consciente de que, al menos, debe finalizar la primaria.

Para él, la ayuda del merendero y de la Asociación Generando Puentes, además de todos sus voluntarios en forma personal y en particular de Angélica Frías, resultó fundamental.

“Para todos nosotros, Tatú es sinónimo de orgullo. Él siempre demuestra que puede, que desea salir adelante, porque todas las actividades que le proponemos las recibe con alegría. Es nuestra mayor gratificación”, concluye.

Angélica sonríe y lo sigue llenando de palabras halagadoras. Y asegura, convencida, de que el trabajo social en equipo llevado a cabo en este asentamiento de tanta marginación, dio como resultado en este caso un joven “servicial, solidario y predispuesto”.

“Salió de la calle, se instruyó, se presenta mejor ante el mundo y desea seguir estudiando. Tatú, sin dudas, lleva una mochila por su pasado difícil, pero le ganó al alcohol, la droga y la calle. Y nosotros no podemos pedir más”, finalizó la que hoy es su mentora.

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