En 1986, Rodrigo López -quien por entonces tenía 15 años- viajó a la región chilena de Los Ángeles -a la altura de Chos Malal (Neuquén), aunque al oeste de la Cordillera de los Andes- junto a su padre, Nelson, a su hermano y a un amigo. Un rodeo de caballos criollos había sido la excusa para semejante aventura, que los había llevado desde Tunuyán hacia esta ciudad ubicada a unos 120 kilómetros al sudeste de Concepción.
Entre los anfitriones de este evento, se destacaban Enrique Labbe (gran amigo de Nelson López, a quien había conocido en otro rodeo celebrado en 1970 en Tunuyán) e Ítalo Zunino, un experimentado empresario agrícola de esa ciudad chilena, donde -además- había sido regidor entre 1971 y 1973 y alcalde entre 1972 y 1974. Y fue precisamente este último, Zunino, quien -sin siquiera proponérselo abierta y decididamente- haría en ese momento un aporte invaluable a la cultura equina de Argentina y del mundo.
Porque fue Zunino quien, años después, le obsequió a los López el caballo Chuchoca, uno de los ejemplares más puros en su especie -si de caballos criollos hay que hablar- y quien terminaría siendo el originador de una línea sucesoria que hoy no solamente está entre los más cotizados a nivel mundial, sino que está rodeada de una historia increíble.
De hecho, la historia de Chuchoca es una de las más escuchadas y repetidas entre la gente que vive en Tunuyán, especialmente aquellas personas vinculadas de alguno u otro modo a la actividad. Y también se ha convertido en un mito urbano, aunque con documentación, testimonios que prueban que no es solo una “linda y colorida historia”.
“Era un caballito de 1,38 metros, que es el mínimo del estándar de la raza. A ello se le sumaba que había perdido un ojo por un cáncer y que, estando suelto en la manada, ni siquiera se lo veía montar a las yeguas. El tema es que lo hacía de noche, y en 1996, en lo que fue su primer año, de 30 yeguas que montó, prendió a 29″, describe Rodrigo en diálogo con Los Andes y en su ferretería de Tunuyán.
La familia López, ferreteros tradicionales en ese departamento del Valle de Uco -y actividad en la que se mantienen aún-, terminó abriéndole la puerta a los Chuchoca en el país y en la región. Desde ese año, este caballo -en la jerga se los identifica con un prefijo y luego el nombre, que es aquí donde se ubica la denominación “Chuchoca”-, sus hijos y sus nietos se convirtieron en un récord en el país, además de uno de los ejemplares más valiosos en los remates.
“El Chuchoca se terminó convirtiendo en una especie de ‘gallina de los huevos de oro’. Pero su valor no solo era material, porque el Chuchoca era amigo de la gente. Nosotros tuvimos el privilegio, el lujo y ese toque mágico de la vida de ser los propietarios del Chuchoca y de haberlo tenido. Él casi que fue mi papá un tiempo más en vida”, describe, como emoción, López sobre el caballo que debe su nombre a una típica comida chilena que se prepara a base de maíz.
El popular caballo falleció en 2006, con 28 años. Hace 15 años ostenta el primer puesto en cantidad de crías y tuvo, en total, 618 hijos y otros tantos nietos (no hay una cuenta exacta). Los ejemplares que se desprendieron de su linaje, además, ostentan el récord de rodeos ganados, al tiempo que cuenta con ganadores en casi todas las pruebas realizadas por las asociaciones de criadores de caballos criollos (más de 90%). A ello se suman, además, premios internacionales en Brasil y en Chile.
FRATERNIDAD ARGENTINO - CHILENA
Prácticamente no hay tunuyanino que no haya escuchado alguna vez la historia del Chuchoca. Contada por los propios López o por el tradicional, infaltable e incomparable “boca en boca”, la historia del caballo que marcó un linaje en Argentina es una anécdota imperdible en las reuniones sociales o en un asado, por ejemplo.
“Es la historia del caballo por el que nadie daba ni dos mangos y terminó siendo uno de los más puros de Argentina”, resumen -palabras más, palabras menos- quienes se ven en la difícil tarea de resumir la historia en una sola y sintética frase. Pero es una historia que merece ser repasada largo y tendido, y, en especial, con orgullo, ya que Tunuyán y Mendoza son actores principales en esta cronología.
Aunque “el Chuchoca” nació en 1988, para entender la historia hay que remontarse a 1970. Ese año se celebró en Tunuyán un importante rodeo (también conocido como “paleteada” en la jerga) y varios caballos llegaron desde Chile en tren para participar de este evento. Allí fue donde Nelson López (padre de Rodrigo) y el chileno Enrique Labbe se hicieron grandes amigos y siguieron en contacto.
“En 1986, Enrique nos invitó a participar de un rodeo en Los Ángeles (al Sur de Chile) y fuimos con mi papá (Nelson), mi hermano (Marcelo) y un amigo para allá. La idea era estar todo el fin de semana, pero hubo un temporal de lluvia, se inundó la medialuna donde se iba a hacer el rodeo y se suspendió”, recuerda Rodrigo López en la ferretería familiar donde trabaja, en el centro de Tunuyán.
En ese primer viaje, los López conocieron al ya mencionado Ítalo Zunino. Una noche, junto con Enrique Labbe, fueron a comer a la hacienda de Zunino y el círculo de amistad se abrió un poco más. Este dato terminaría siendo clave, ya que fue Zunino quien les entregó a Chuchoca a los López algunos años después.
Claro que esa primera visita a Chile y para participar del rodeo -que no pudo celebrarse- no quedó allí. “El rodeo se suspendió hasta el fin de semana siguiente, y nosotros volvimos a ir. A Ítalo le llamó la atención la pasión de mi papá y de toda la familia por los caballos. No era un viaje corto ni fácil, ya que la ruta 5 de Chile era de una sola vía por entonces”, recuerda Rodrigo, quien es el hermano del medio de los herederos de Nelson.
Entre 1986 y 1988, el vínculo entre los tunuyaninos y sus amigos chilenos se fue estrechando cada vez más, los López viajaban periódicamente a las paleteadas y compartían cada vez más y más tiempo.
En 1988, Chuchoca nació en Los Ángeles (Chile) como parte de una manada de padrillos en la hacienda de Zunino.
CÓMO LLEGÓ CHUCHOCA A MENDOZA
En 1989, en uno de los viajes de los López a Chile, se dio el primer contacto visual entre Chuchoca -caballo puro y con pedigrí de parte de sus cuatro abuelos- y Nelson López. Junto a quien se convertiría en el protagonista célebre de esta historia, había otros 10 padrillos. Pero en un par de vueltas que dio el Chuchoca, él y Nelson hicieron un notorio intercambio de miradas. Y el caballo siguió a la par en sus pasos al tunuyanino.
A los meses de esa visita, y durante una de las incontables comunicaciones, Ítalo Zunino le prometió a Nelson López que le iba a obsequiar “aquel caballo que se había acercado”.
La importación era por entonces muy tediosa. Pero, con vocación, lograron completar todo el papeleo.
“El caballo no tenía precio porque era un obsequio, pero necesitaban tasarlo por una formalidad. En 1990 se presentaron los papeles, Zunino envió la carta formalizando el obsequio para poder importarlo y la mujer de Ítalo lo facturó con un precio mínimo que fijó la aduana. Así se inició la importación, que trajo a Chuchoca de Los Ángeles (Chile) a Tunuyán”, repasa Rodrigo López.
En 1991, sus nuevos dueños fueron a buscarlo a Los Andes -del otro lado de la cordillera- junto al motor de una camioneta que necesitaban traer a Tunuyán.
Ya en suelo valletano, el caballo debía cumplir la cuarentena estricta antes de recibir el alta. No obstante, desde el primer momento se mostraba chúcaro y temperamental. Y, estando encadenado, empezó a golpear e intentar tirar abajo la pared de ladrillo de la pesebrera donde estaba resguardado.
“Un día fue mi papá con una tenaza, cortó la cadena, lo trajo a casa y dijo que los últimos análisis iban a hacerse en casa de los López. ¡Y así fue!”, rememoró hace unos años Rodrigo López en un vivo de Instagram con el programa “El Rincón Criollos”.
Desde el momento en que Chuchoca llegó a la casa de los López, el vínculo se tornó irrompible.
“Los caballos tienen mucho de genética, pero también mucho de adquirido. Y el Chuchoca, en la casa, se encontró justamente con eso. Más allá de su pedigrí bárbaro de genética, también se sumó eso adquirido, el amor que recibió y encontró hacia él”, refuerza López a Los Andes.
CHUCHOCA, DE “DE NO DAR NI DOS MANGOS” A SER EL CABALLO MÁS PURO DEL PAÍS
Antes de cumplir 4 años, Chuchoca mantenía su fina estampa y presencia de caballo puro. Sin embargo, algunas irregularidades se empezaron a evidenciar en su físico. Por un lado, se había quedado en el mínimo de la altura ideal (1,38 metros). Pero, además, dado su temperamento, el caballo se peleaba mucho con sus pares -estaban a su lado, en la pesebrera- y ello llevó a que rozara permanentemente la cabeza con la pared.
Así fue como, a los 4 años (en 1992) a Chuchoca le diagnosticaron cáncer en uno de sus ojos, precisamente a la altura de donde se producían los roces. Comenzó como un quiste muy pequeño arriba del ojo (de 5 mm), por lo que debió ser operado por primera vez. Al no evidenciarse mejoras, pasó a una segunda intervención y, ya en la tercera, precisó que le quitaran un tumor del tamaño de una pelotita de tenis encima de uno de sus ojos. Ello derivó en que tuvieran que extirparle precisamente ese ojo, y también le comprometió parte del hueso de la cabeza.
Así y todo, el caballo corría, paleteaba, hacía una vida normal. Para peor, Nelson López falleció también en 1992.
“Cuando se murió mi viejo, nosotros estábamos en la lona. ¡Estábamos 5 metros bajo tierra y no sabíamos para dónde agarrar! Salimos a vender todo lo que teníamos, aunque lo único que no se vendió fue el Chuchoca y el Sepultura Cañumil, dos caballos insignia del criadero”, rememora Rodrigo.
El apego con Chuchoca, por entonces, era más afectivo que con fines crianceros. Porque el caballo no estaba bien de salud, aunque había sido uno más en la familia y –como dijo Rodrigo- su presencia en la casa de los López era como si aún siguiera Nelson entre ellos.
Aunque no estaba en sus mejores condiciones –físicas ni de salud-, la noticia de que Chuchoca había cruzado de Chile a Argentina no tardó en propagarse en el ambiente de los caballos criollos. Y su impactante y destacada genealogía en el país trasandino era muy renombrada, por lo que Eduardo Ballester –una eminencia en Argentina si de caballos criollos hablamos- se ofreció a llevar al equino a la estancia San Baldomero, en Trenque Lauquen (Provincia de Buenos Aires) para que reciba una atención especial por el cáncer que estaba atravesando.
“Eduardo se ofreció a llevar al Chuchoca a Buenos Aires para atenderlo y cuidarlo, ya que nos dijo que podía llegar a ser un caballo importante. Con mi hermano éramos chicos, estábamos estudiando, y la muerte de mi papá había sido un golpe bravo. A ello se sumaba que las operaciones del Chuchoca eran caras, y entonces llegó la propuesta de Eduardo Ballester, quien se ofreció a costear la tercera operación. Nos dijo que no nos preocupemos por nada, que después íbamos a arreglar”, recuerda Rodrigo López.
En 1995, Chuchoca llegó a Buenos Aires y, ni bien llegó, fue sometido a la tercera y más compleja operación. El tumor encima de su ojo ya tenía el tamaño de una pelotitta de tenis, por lo que –según palabras del menor de los hijos de Nelson López-, no tenían más que “encomendarse a Dios”.
La operación fue exitosa, Chuchoca evidenció una marcada recuperación y el cáncer disminuyó. Sin embargo, como consecuencia de la intervención, el caballo perdió uno de sus ojos. En lo referido a apariencia –algo que adopta un rol protagónico en los caballos criollos, ya que suelen ser de exposición-, este detalle no era menor. Y se sumaba a la baja estatura del animal.
Sin embargo, con todas esas misceláneas, este caballo no demoró en romper todos los récords habidos y por haber en las paleteadas. ¡Y eso que, al comienzo, lo habían anotado como yegua! Y es que, antes de verlo en persona, habían asociado el nombre “Chuchoca” a una yegua.
Luego de la operación, y antes de que se desatara el “fenómeno Chuchoca”. los hermanos López (Rodrigo y Marcelo) viajaron a San Baldomero a reencontrarse con el caballo que ya era un miembro más de la familia. Allí los recibió Ballester con otra noticia que –a priori- echaba aún más por tierra las expectativas de Chuchoca para darle continuidad al linaje.
“Eduardo nos contó que el caballo no ‘cubría yeguas’ (NdA: así se llama al momento en que se intenta aparear a los equinos). Que lo había dejado con las hembras, pero que nunca vio nada. Claro que después todos nos dimos cuenta que el Chuchoca ‘trabajaba’ de noche. En su primer año en la estancia, 1996, le echaron 30 yeguas y parieron 29″, relata Rodrigo.
UN FIEL COMPAÑERO Y LA CONTINUIDAD DE LA GENEALOGÍA
De la misma manera en que el caballo Chuchoca acompañó a Nelson López hasta el último día de su vida, lo hizo también con Eduardo Ballester. Chuchoca estuvo 16 años en San Baldomero, 14 de los cuales compartió con Ballester –hasta que el hombre falleció- y los otros dos con los sobrinos de Eduardo.
En 2008, el querido Chuchoca falleció, pero dejó su linaje, el mismo que hoy es uno de los más exclusivos si de caballos criollos se trata. “Chuchoca nunca salió de San Baldomero, allí acompañó a la familia hasta el último día. Recibíamos muchísimas ofertas por el caballo, que iban desde plata hasta otro tipo de acuerdos. Pero siempre tuvo la prioridad Eduardo. Y nosotros separábamos la amistad de los negocios. Él hacía remates, y siempre apartaba algo para nosotros”, repasa Rodrigo, desde Tunuyán. Y destaca que el ejemplar era una “bomba genética” desde el principio, tanto de parte materna como paterna.
“Ahora hay 28 caballos en las finales de las paleteadas. De ellos, 18 son hijos y nietos de él”, ejemplifica.
Aunque se dedicaron siempre a la ferretería y a su comercio, los López siempre han sentido pasión por los caballos. Entre sus joyas, la familia tiene –por ejemplo- una colección de anuarios de caballos chilenos desde fines de los 60.
“Los caballos criollos son una cosa que siempre han dado jerarquía. Y que dos hermanos de Tunuyán, ferreteros, peguen un batacazo así, la verdad que no es algo que se da todos los días”, piensa –en voz alta- Rodrigo López.
En Colonia Las Rosas, donde viven Rodrigo y Marcelo López junto a sus familias, los hermanos tienen hijos e hijas del Chuchoca. Ellos siguen en el ruedo, y los equinos siguen participando en exposiciones. Y la sangre de Chuchoca sigue acompañando a los López, de la misma manera en que el primero de los caballos lo hizo ni bien pisó suelo mendocino.