El martes 7 de marzo, en el momento en que comenzaba a anochecer, Erick Mamaní (6) falleció tras caer a un pozo de agua de más de 50 metros de profundidad. El lugar de la tragedia fue un predio ubicado en calle Urquiza al 700 (Guaymallén), donde su padre estaba trabajando como obrero en una construcción. Exactamente una semana después, el martes 14 de marzo –en horas de la tarde- Jonathan Pizarro (11) falleció en un episodio similar, tras caer a un pozo con agua en Uspallata. Al igual que Erick, Jonathan se encontraba jugando en el lugar -que también estaba en obras- cuando cayó.
Si bien la fatalidad jugó un papel importante en estos episodios trágicos que enlutaron los últimos días en Mendoza, hay factores socioeconómicos que hacen que ciertos sectores sean más vulnerables y estén más expuestos a estas tragedias. Y tienen que ver con el trabajo informal, la falta de controles y la imposibilidad de vivir siquiera al día para miles de personas.
“Son episodios que, lamentablemente, se ven mucho en la cosecha y en la construcción, donde hay una importante cantidad de trabajo informal. Salen familias enteras a trabajar; muchas veces todos trabajan, otras veces los niños juegan mientras sus padres trabajan. Pero los adultos los llevan consigo porque no tienen dónde dejar a los chicos”, describe el jefe de la Distrital 6 (Guaymallén, Lavalle y Las Heras) de la Policía de Mendoza, Pablo Domínguez.
El comisario habla con conocimiento de causa y experiencia, ya que durante 3 años, se desempeñó como director de Bomberos en Cuartel Central de Mendoza y fue parte de la regularización del Grupo Especial de Rescate (GER) y del Grupo de Operaciones de Buceo (GOB) de los Bomberos en ese tiempo.
“Llevo 31 años en la Policía, y si bien en los últimos 5 o 6 años se ha mejorado muchísimo en el bienestar de los menores –ha influenciado mucho doble escolaridad en escuelas rurales, por ejemplo, y el aporte de muchos municipios con guarderías–, la problemática se ve durante la época del receso escolar. O en los horarios en que no hay escuelas. En el caso de la cosecha, por ejemplo, el período de más trabajo coincide con el receso de los chicos. Y muchas veces los padres los llevan consigo porque no tienen con quiénes dejarlos, y se quedan con la sensación de tranquilidad de que están con ellos”, agrega Domínguez.
A nivel Estado, desde el Gobierno de Mendoza, reconocen que estas fatalidades merodean a los grupos más vulnerables. “Con un escenario inflacionario arriba del 100% interanual y que lleva a que las condiciones en general -no solo sectores vulnerables, sino también en los medios- caigan en calidad; se termina percibiendo un ajuste en todos los sectores. Entonces, lo que hay es un crecimiento del trabajo informal. Y estos dos episodios (NdA: por Erick Mamaní y Jonathan Pizarro) y otras tienen que ver con esa cuestión de trabajo informal, y de padres que –por fuera de sus trabajos- agarran changas en horarios atípicos, y llevan a sus hijos para no separarse de ellos”, se sincera el subsecretario de Desarrollo Social de Mendoza, Alejandro Verón.
Erick, Jonathan y otros tantos más
Sabiendo que las generalizaciones son muchas veces injustas e innecesarios, resulta imposible no ampliar las trágicas muertes de Erick Mamaní y Jonathan Pizarro a otras tantas que han ocurrido, ocurren y –lamentablemente- seguirán ocurriendo entre los sectores más vulnerables. Sumadas a aquellas que, por obra y gracia de vaya uno a saber quién o la oportuna intervención de alguien, no derivan en tragedia por cuestión de segundos.
Y es que en la mayoría de estos episodios, según describen quienes suelen intervenir con posterioridad, hay factores en común. Algunos de estos son el trabajo informal –con precarias condiciones-, la falta de lugares de contención y confianza para que los adultos dejen a los niños y la coincidencia con los momentos del año sin clases.
“En el Valle de Uco se ven muchos episodios de este tipo. En el caso de la cosecha de la nuez, por ejemplo, empieza a fines de julio y agosto, y coincide con algunos momentos en que los chicos no están en la escuela. Entonces, muchas veces, los niños van al campo con sus padres y, sintiendo que es un juego, ayudan a levantar la cosecha. Todo el grupo familiar trabaja y ayuda, y tiene que ver con una cuestión social. Porque los propios adultos lo ven como algo normal: su papá trabajó en la finca y él lo ayudó, por lo que ahora sus hijos lo ayudan a él”, describe Domínguez.
Otra de las circunstancias en que se dan estos siniestros coinciden con los momentos posteriores a la cosecha o al trabajo rural. “Hemos tenido intervenciones en verano, de chicos ahogados en cauces de agua. Y cuando llegamos, nos encontramos que son familias enteras que han estado trabajando en la cosecha, han parado a comer y se tiran al canal para refrescarse. Y ahí se los lleva el agua. Y cuando llegamos y preguntamos por el domicilio, no coincide con donde estaban, y ahí nos damos cuenta de que estaban trabajando en el lugar. Hay padres que siente que el estar con sus hijos es una especie de protección, ya que saben dónde están, se explaya el comisario Domínguez.
Cómo contrarrestarlo
Verón, subsecretario de Desarrollo Social de Mendoza, reconoce que muchas veces la mayoría de las acciones van detrás de la fatalidad en este tipo de casos.
“La realidad va más rápido que nosotros”, reconoce Verón. Y agrega: “Sabemos que hay mucho por hacer, pero estamos dando una batalla contra un gigante. Porque detrás de cada nuevo índice de inflación, significa que hay más gente pobre”.
El funcionario destacó que no se da solo en las familias y entornos rurales –y quienes trabajan en este plano-, sino también (y cada vez más) en ámbitos urbanos con “changas” informales.
“La mayoría son trabajos de construcción, de limpieza de espacios o de jardinería. También se observa, a raíz de los aumentos de 100% en los valores de alquileres, que muchas familias –ya adultas- vuelven a vivir con sus padres y se llevan a sus hijos. Entonces se da una situación de hacinamiento, así como también muchas veces se deja a los hijos más grandes (que no tienen más de 12 años) el cuidado de los más chicos, con la situación de peligro que eso conlleva”, detalla Verón.
Y el riesgo se manifiesta justamente en que esos propios menores no pueden garantizar los cuidados de sus hermanitos, por lo que los propios padres llevan a todos sus hijos a esos espacios donde desarrollan trabajos informales al no tener dónde dejarlos.
A nivel Provincia, y de forma coordinada con los 18 municipios, se crearon para contrarrestar esta problemática los espacios que se conocen como CDIyF (Centro de Desarrollo Infantil y Familiar). En toda la provincia hay 39 y se está trabajando para ampliarlos a doble turno, además de sumar salas de lactantes (chicos de entre 45 días y 2 años)
“Son espacios de contención a los que los chicos van en contraturno de la escuela, para que el padre no tenga que llevar los chicos a las changas. Allí se les da desayuno, almuerzo, merienda y cena, además de acompañamiento educativo y de salud. Actualmente hay 3.200 chicos en ellos y la idea es terminar el año con mucho más”, explica el subsecretario de Desarrollo Social. “Sabemos que no alcanza para evitar todas las tragedias, pero si no existieran estos espacios, la situación sería mucho peor”, concluye.
En conjunto con la DGE, Desarrollo Social también lleva adelante un programa que permite detectar –sobre todo en adolescentes- la deserción escolar. En algunos grupos, esta realidad va acompañada de la decisión de que los chicos salgan a trabajar para ayudar económicamente en sus casas. Y, como parte de este programa, el año pasado se logró recuperar a 70% de adolescentes que habían abandonado la escuela para trabajar.
El punto de vista sociológico
Para el sociólogo Leandro Hidalgo, el tema central está en ver al sujeto individualizado, al trabajador solo y dependiente de sí mismo, rindiendo, sin siquiera ser parte de una masa registrada de trabajadores precarizados.
“En primer lugar, creo que hay responsabilidad empresarial de que algo tan evitable pueda suceder. Pero por otro lado, si la lectura no es social y no es estructural, queda fuera del entendimiento, o se registrará como un ‘hecho fortuito’, más que pronto pasa al olvido. El sistema productivo avanza sobre la fuerza de trabajo consumando prácticas anticuadas, esclavizantes”, se explaya Hidalgo.
“La explotación laboral, en todas sus acepciones, mata seres humanos de distinta manera, y de distintas edades. ¿Dónde está el Estado, cuáles son las funciones y responsabilidades de los encargados, por qué en algunos campos laborales hay niños, acompañando o trabajando? Es una buena manera de empezar a tirar de la madeja. Las experiencias parecen ser múltiples en torno a estos temas, pero la intemperie de los trabajadores excluidos parece ser siempre la misma”, concluye.