La Crucesita: un agreste sitio histórico, de turismo sustentable y casas de piedra

Camino a Cacheuta y en un camino de tierra en ascenso hacia los cerros se encuentra la antigua estancia que perteneció a los jesuitas. Un sendero entre las montañas hasta un campanario es una de las principales atracciones. Pequeños conjuntos de casas de piedra de fin de semana o de residencia permanente.

La Crucesita: un agreste sitio histórico, de turismo sustentable y casas de piedra
Entre las actividades que se pueden realizar, la más requerida por el público es un trekking de algo más de 3 kilómetros hacia los cerros cercanos, como el Negro. | Foto: Marcelo Rolland / Los Andes

Al sur se ve la línea que marca el río Mendoza en su bajada desde la cordillera hacia el valle con dirección al noreste. Es un impresionante mirador del Gran Mendoza, pero el mayor atractivo está en el lugar, una zona de precordillera agreste, pero con disponibilidad de agua natural de vertiente. Por este motivo cuenta con importantes sectores más verdes que se destacan en el terreno pedemontano. Es La Crucesita, a casi 2000 metros sobre el nivel del mar, un antiguo enclave que perteneció a los Jesuitas, que hoy está marcado por dos actividades principales: un sitio turístico de fin de semana para los amantes de la naturaleza y la práctica del senderismo, y un desarrollo inmobiliario sustentable.

En 45 minutos se llega al lugar, partiendo desde la capital mendocina. Hay que tomar la ruta 82, en plena construcción de la doble vía, por eso tal vez el viaje dure un poco más. Por el camino a Cacheuta-Potrerillos, entre la Toma de los españoles y el control policial, junto al colector aluvional y sobre el costado norte de la ruta está el ingreso a la antigua estancia. Es un camino de tierra en ascenso, que se debe circular a 20km/h, incluso menos y es apto para autos, motos y biciletas. Pequeños complejos inmobiliarios se observan a mano izquierda y a medida que se asciende, crece la cantidad de casas construidas en piedra, una característica del lugar. En unos 15 minutos uno llega al camping, administrado por los propietarios del sitio. Es la base de las actividades que se pueden realizar, la más requerida por el público es un trekking de algo más de 3 kilómetros hacia los cerros cercanos, como el Negro y Colorado; entre senderos, ríos secos, vegas y vertientes. La salida más conocida es hasta el Campanario, dos torres de piedra donde se colocó una campana. El trekking no tiene mayores dificultades y hay que caminar entre 60 y 90 minutos para llegar hasta la campana. Y la otra es hacia la cascada del cerro Colorado.

“Por la quebrada retumba el eco de largas campanadas. En lo alto de una inmensa pared de piedra, como una atalaya, la campana espera que los visitantes la hagan sonar. Enfilamos hacia la cañada que separa el cerro Negro del Colorado para subir hasta el enigmático campanario. En esta cañada, la vegetación es abundante y verde, con rosa mosqueta y algunos árboles perfectos para hacer el picnic de refuerzo”, destaca Cecilia Panella en las redes sociales, tras su visita a La Crucesita. Centenares de visitantes de fin de semana se congregan en este sendero y durante prácticamente todo el año. Es una de las típicas caminatas por los cerros de la precordillera mendocina, para muchos más atractiva que la cordillera, porque cuenta con mayor vegetación.

Entre dos enormes piedras cuelga el misterioso campanario que congrega a visitantes. | Foto: Marcelo Rolland / Los Andes
Entre dos enormes piedras cuelga el misterioso campanario que congrega a visitantes. | Foto: Marcelo Rolland / Los Andes

Sobre la caminata, la Cámara de Turismo de Mendoza, destaca: “otra variante muy placentera es caminar por la cañada entre el Cerro Negro y el Cerro Colorado. La marcha es tranquila y fácil sobre la arenilla de arrastre que deja el agua cuando baja. Por el mismo camino que nos lleva a la vertiente de los sauces y la base del Negro, al llegar a una cisterna de piedra tenemos que tomar el sendero de la izquierda, por ahí bajaremos a la cañada”.

“Tras andar unos 3 km por la Quebrada de la Cruz, sobre la falda Sur del Cerro Negro, a unos 140 metros de altura, orientadas de noroeste a sureste, dos torres de roca que se asemejan a unos menhires naturales, amparan a La solitaria”, comenta Enrique Guerrero, autor de huellascuyanas.blogspot.com

Por muchos años, en esta zona de montaña solo se reconocía por una gran zona de acampe y el casco de la antigua estancia. Fue punto de reunión de jóvenes por varias décadas. Incluso muchas personas llegaban hasta allí en búsqueda de aire puro de montaña. En los últimos 20 años se inició un desarrollo inmobiliario sustentable. Casas construidas o revestidas en piedra, uso de energías limpias y conservación del paisaje natural es una característica que destacan sus pobladores. Algunas viviendas son de fin de semana y otras de residencia permanente.

Sobre la historia del lugar, hace unos años, María Verónica Godoy escribió el libro “La Crucesita. Entre Huarpes y Jesuitas”, a pedido de uno de los propietarios del sitio, el reconocido veterinario Sergio de la Torre. Allí resalta que en este sector han hallado rastros que permiten sostener que en la zona hubo pobladores hace 10.000 años. Luego fue un asentamiento huarpe y se sostiene que hasta se convirtió en refugio para escaparse de los encomenderos que los tomaban prisioneros para trasladarlos a Chile a trabajar a las minas. Luego allí se establecieron los jesuitas, hasta que la corona española decidió su explusión de América, en 1767. Durante la etapa jesuita, recibía el nombre de La Estanzuela y su extensión era mucho mayor que la actual La Crucesita (incluía Blanco Encalada, Vistalba, Chacras de Coria, La Puntilla, Ciudad de Luján y parte de Godoy Cruz). En el libro se destaca que allí, los sacerdotes plantaron nogales, hicieron construir corrales de pircas -todavía se conserva el cierre de piedra de uno de 24 hectáreas- y criaban mulas y caballos. y en el predio donde estaba la estancia y hoy hay un puesto, se conserva un árbol que se estima debe tener unos 400 años de antigüedad, ya que en el interior de su ancho tronco -dividido naturalmente en dos- se observa una escalera, por lo que se estima que debía servir como mangrullo o puesto de avistaje.

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