Creatividad y crisis económica parecen ir de la mano en estos duros tiempos de pandemia.
Y así fue que el trueque, una modalidad que tuvo muchísimo auge en Mendoza durante 2001, con casi 60 ferias en funcionamiento, volvió a cobrar fuerza aunque bajo un sistema más informal.
Es que para intercambiar productos ya no es preciso inscribirse ni acudir necesariamente a una plaza autorizada: en muchísimos domicilios particulares y en sus propias veredas suelen improvisarse percheros o ferias donde se ofrecen los más variados productos. Claro que la ropa y los alimentos, tal vez por tratarse de lo básico para la subsistencia, llevan la delantera.
“No me animaba, pero tomé coraje y coloqué la ropa que ya no usamos a la vista”, cuenta Celeste Fabregat, que vive en el barrio FOECYT de Godoy Cruz.
Celeste aprovecha cada vez que pasa algún verdulero o panadero ambulante e intercambian lo que tienen o pueden. Tiene tres hijas, alquila, y el trueque la ayuda a sobrellevar el día a día.
Además de otros vendedores, amigos y vecinos suelen detenerse frente al perchero. Si no canjea, vende y los pesos que obtiene la ayudan para los pequeños gastos.
“Al menos me hago el día”, sintetiza y agrega que los sábados nunca falta a la feria del barrio Estanzuela donde el canje es moneda corriente durante todo el día.
En esa zona tan grande, señala, se emplazan varios puestos, algunos habilitados por el municipio y otros informales y precarios.
“¿Pero quién puede negarle a la gente este modo de poder vestirse o comer? ¡Sería una locura!”, exclama.
Enormes ferias populares con ofertas de todo tipo para comprar, vender o intercambiar se emplazan en varios puntos de la provincia y representan una manera segura de cubrir necesidades básicas.
Una de las más conocidas se encuentra en Colonia Bombal, Corralito, que se convierte en un mundo de gente los sábados y domingos, cuando productores de frutas y verduras de fincas aledañas inician la actividad alrededor de las 7.
Poco después el sector se vuelve prácticamente intransitable a partir de un público cuya única salida frente a la crisis es canjear lo que se tenga a mano para poder comer: jabón en polvo por arroz; zapatillas por papas y zapallo; herramientas de trabajo por frutas y verduras y mucho, muchísimo más.
El lugar se transforma en una exposición de artículos nuevos o usados como juguetes, antigüedades, mercadería, herramientas, ropa, zapatillas, frutas y verduras. Lo mismo sucede en plaza Aliar, en La Favorita; El Algarrobal, en Las Heras, y algunas zonas de Ugarteche, Rodeo del Medio y Guaymallén, donde esta suerte de feria persa da para todo.
Si bien existen puntos ya conocidos, numerosas ferias se improvisan en los propios domicilios generando un mercado solidario entre vecinos.
Es el caso de Verónica Zarandón, que en esta cuarentena, además de abrir el merendero “Construyendo Pasitos” en su propia casa, en Félix Suárez 2240 de Guaymallén, colocó ropa donada por el barrio en una mesa gigante y estableció los lunes para que las mamás se acerquen y lleven lo que necesiten.
“Al mismo tiempo que sacan ropa colocan aquella que sus hijos ya no usan y así nos ayudamos entre todos”, cuenta Verónica, quien de niña solía alimentarse junto a sus hermanos en comedores comunitarios y con los años retribuyó aquella ayuda abriendo un espacio de solidaridad.
Así, los lunes, mientras las mamás miran, miden y cambian ropa, los chicos comparten arroz con leche.
Florencia Mattos, que vive en el barrio Gomensoro, Guaymallén, se enteró a través de una amiga sobre esta propuesta en el patio de Verónica y acudió enseguida.
“Fui por primera vez en abril porque somos familia numerosa y tenemos que vestirnos. El trueque me salva”, sintetiza Florencia, que es mamá de Tiziano, de 11 años; Yamina, de 7 y Luana, de 3.
Micaela Blasón vive en El Borbollón, un sector carenciado del departamento de Las Heras, es mamá de dos hijos y dos veces al mes concurre a Colonia Bombal, Corralito, también en Guaymallén.
“En general acompaño a mi papá, que lleva sus herramientas. Es un mundo de gente que lleva lo que tiene”, cuenta, para señalar que ella suele llevar fideos, arroz, harina y azúcar y traer a cambio fruta y verdura para 15 días.
En el 2001 existían 60 clubes
Tal como este medio publicó en varias de sus notas durante la crisis de 2001, ese año los clubes de trueque se incrementaron drásticamente y la provincia llegó a contar con 60 nodos.
Como sucede hoy, estas ferias persas donde todos tienen algo para ofrecer comenzaron con mercadería y productos para luego extenderse a servicios.
También en ese momento el canje se desarrollaba en el submundo de distintos barrios de clase media y baja de la provincia, en un mercado paralelo bastante similar a una feria callejera.
“Somos la clase media venida abajo y esta es la única manera que hemos encontrado para sobrevivir”, había señalado a Los Andes una ama de casa que hasta llevaba un carro y recorría los “stands”.
También existía una moneda social denominada crédito: el promedio que manejaba cada persona era de 30 créditos aparte de los trueques directos.
Si bien familias completas se volcaban al trueque, en un 60 por ciento la modalidad era llevada a cabo por mujeres.