El calor del mediodía, a fines de febrero, golpea una vez más a Costa de Araujo, en el departamento Lavalle. A poco andar de la plaza 9 de Julio, ya sobre la ruta nacional 142, se encuentra el cementerio municipal. Hasta allí llegan a diario los pobladores que mantienen viva una creencia pagana: veneran a “La Calaverita”, un cráneo con un misterioso pasado al que le atribuyen la concesión de deseos.
La fecha de la fundación de la necrópolis data de finales de 1890, y si bien no hay muchos datos certeros, el terreno fue donado por la distinguida vecina Felisa Morales de Araujo, integrante de las primeras familias en asentarse en esa tierra bañada por el río Mendoza, en épocas cuando se le decía Costa de los Araujos, y también conocida como el pueblo ribereño, el último poblado grande antes de ir a las tierras de las cien lagunas.
El cementerio actual es de líneas simples en su fachada, manteniendo una distribución con pocas ornamentaciones sobre las tres paredes divisorias. En su interior se destaca un grupo de más de 200 nichos sobre las mismas paredes y en su centro, entre añosos árboles, y se levanta un reducido grupo de panteones con varios cientos de tumbas.
Su principal remodelación data de la década del 1940, cuando reordenaron los enterramientos de las víctimas por causa del trágico terremoto del 17 de diciembre de 1920, donde Lavalle fuera el epicentro y la cifra de muertos ascendiera a más de 250. La mitad de las casas quedaron destruidas o con grietas que obligaron a demolerlas.
Creencia pagana
A pocos pasos de la entrada, sobre el sector derecho de las tumbas, se destaca un pequeño altar abierto de mediana altura, recientemente pintado y que es el más visitado del cementerio lavallino. Es conocido como el santuario de “La Calaverita”.
Cuenta la historia que, a los pocos años de inaugurado este camposanto, apareció un cráneo en medio del descampado. Al no lograr tener datos o referencias (sólo se sabe que es de un adulto), se lo enterró sin su lápida identificadora. Aunque, para el asombro de los enterradores, apareció fuera de la tierra al día siguiente y completamente limpio.
Durante años se lo enterraba en distintas zonas, pero aparecía siempre afuera, por lo que se decidió construir este espacio especialmente diseñado para la calavera. Se sabe que varias familias se llevaban “La Calaverita” a sus casas por algunos días para que los bendijera y después la devolvían.
Durante la década del ‘70 y hasta la actualidad, muchos fieles le piden favores y se puede comprobar por los agradecimientos que recibe en la actualidad, como lo son algunos libros, pequeñas placas, varias alianzas de oro, un par de patentes de autos y varios collares. En el altar también se observan figuras de la religión católica, como Nuestra Señora de Lourdes, el Cura Brochero y San Expedito.
Antiguas cruces de más de 70 años que sobrevivieron a un incendio en la década del ‘80, un póster desteñido de la Difunta Correa, cigarrillos prendidos y mucho dinero que suelen dejarle dentro de las rejas, completan las ofrendas del altar. Los trabajadores cada tanto llevaban esos valores, como anillos de oro y alianzas que donaban, a la capilla Nuestra Señora del Carmen. El vistoso altar está pintado, limpio y es mantenido semanalmente debido que, al estar abierto, requiere de cuidados constantes.
El cráneo que no se deja enterrar
Carlos, el actual cuidador del cementerio lavallino, ofrece una visita guiada. Allí señala un montículo de libros dentro de bolsas, que han sido colocados ese mismo día, pero que aumentan sobre fin de año y por estos días, dado que, al estar al lado de la escuela Juan Bautista Alberdi, muchos alumnos entran a rezar y pedir que “La Calaverita” los ayude en su desempeño académico.
Luego regresan con velas y sus libros y hasta le dejan los diplomas en agradecimiento.
Un relato importante aporta alguien que trabajó allí como el único sepulturero durante casi cuatro décadas. Félix Arancibia, conocido en el pueblo como “El Ñato”, rememora:”Recuerdo que hacía frío cuando ingresé en 1979 y pude escuchar a mis antiguos colegas enterradores que eran Esteban Rojo y Mario Cuello, y que aportaron un dato valioso de la calavera: fue traída por integrantes de la familia Rojas y fue enterrada allí en el viejo playón de tierra dentro del cementerio”.
“Pero por la mañana apareció desenterrada y colocada sobre el mismo montículo de tierra que la había tapado. Luego de más de diez intentos fallidos, optaron por dejarla debajo de un árbol, pues ya no la enterrarían más. Es que no se dejaba enterrar”, asegura con tono serio y dándole al momento un poco de misterio.
“Con el correr del tiempo, la gente fue comentando este fenómeno y lo tildó de sobrenatural, milagroso y hasta de místico. Por eso mismo es que se le hizo una urna con ventanas y después se le construyó este pequeño altar para que sea venerada. Cosas de pueblo”, remata Arancibia y aclara que hace tiempo que no visita el cementerio por recuerdos tristes de su pasado.
Durante la caminata por el lugar muchas personas se acercaron y comentaron que le pidieron a “La Calaverita” un favor y lo obtuvieron, por eso le dejan lo que habían prometido. Así lo hicieron tres alumnos de cuarto año de la escuela Alberdi, que llegaron a pedirle una ayuda para pasar de año ya que están por comenzar el último. Después de dejar el dinero que tenían destinado para la merienda y el transporte, deberán volver caminando a sus casas, distantes a seis kilómetros. “Pero vale el esfuerzo”, comentan al unísono y ríen con complicidad.
Afuera, María la vendedora de flores del lugar, confiesa que, durante la pandemia, cuando volvieron a abrir las puertas del cementerio, tras haber permanecido cerradas por varios meses, “La Calaverita” estaba como la última vez, pero tenía varias velas encendidas. “¡Es creer o reventar!”, remata.
Son esos relatos populares los que logran trascender en el tiempo, entre la mística y la veneración a “La Calaverita”. Curiosamente, en los relatos todos ríen en algún momento, mientras lentamente la siesta sorprende en el profundo silencio del camposanto de Costa de Araujo.