Kiara cumplirá 8 años de edad en septiembre pero le tocó crecer de golpe y por eso se comporta como adulta. Lo demostró en el invierno pasado, cuando al ver que su casa se incendiaba, tomó en brazos a su hermanita y salió corriendo a pedir ayuda.
Dulce, sonriente y despeinada, tiene tan grabada aquella imagen que hoy la relata como si hubiese sucedido ayer: cuenta que estaba cambiándole los pañales a “la Daniela”; que de pronto escuchó una explosión; que todo se puso oscuro y empezó el fuego. Entonces alzó a la beba y fue con “mucho miedo” a buscar a sus hermanos mayores, que pateaban la pelota en un potrero vecino.
Kiara contemplaba las llamas con la nena a upa y pensaba en su único bebote de juguete. Pensaba también en su espejo recién comprado, en su camita…
Aquella no era la primera vez que quedaba a cargo de su casa. Cuando sus padres salían a ganarse la vida como podían durante la cuarentena más estricta, Kiara cuidaba a Daniela con un amor tan grande como si fuera la madre.
El 11 de junio de 2020 el desastre lo inició una estufa eléctrica que Liz, su mamá, había comprado el día anterior, tras cobrar su sueldo por cuidar a una abuela. Mientras las nenas estaban solas, el aparato sufrió un cortocircuito y las llamas alcanzaron al machimbre en cuestión de segundos. No quedó nada.
En Flores y Olivares, donde viven -una villa con gran pobreza- los vecinos se conmovieron y ayudaron como pudieron. Así, un tiempo peregrinaron de casa en casa durmiendo en colchones y comiendo en merenderos.
El municipio también colaboró con materiales. Algunos mendocinos que se enteraron de la noticia a través de Los Andes acercaron mercadería y prometieron dinero y más ayuda.
Pero el tiempo empezó a pasar y la gente se fue olvidando. Entonces, la familia decidió armar su propio habitáculo con chapa y cartón. Un lugar oscuro y húmedo donde sólo hay un colchón.
Fue así que desde el colegio donde asistía Kiara comprobaron las condiciones en que había quedado la familia y se hicieron las gestiones para que, de lunes a viernes, los niños vivieran en la escuela-albergue Eva Perón, en el parque San Martín.
Transcurrió más de un año y Kiara aprendió a leer y a escribir y tiene varias amigas con quienes comparte una habitación enorme. Allí tiene muchas más comodidades, pero confiesa: “Quiero volver con mamá”.
“Duermen separados, nenas de un lado, nenes del otro. Estoy agradecida y sobre todo tranquila, porque allá tienen un baño adecuado, comida y van a clases en el mismo edificio. Ya le expliqué que será sólo un tiempo, hasta que podamos estar mejor”, justifica Liz Toribio.
Kiara observa atenta a su mamá. “Hasta que podamos estar mejor”, repite, y se convence. Y enseguida, con su vocecita dulce, entona una canción que aprendió en la misa de los domingos. “Alabaré, alabaré, alabaré, alabaré, alabaré a mi Señor”.
“Hay que rezar mucho para tener la casa”, dice la pequeña, convencida.
Es domingo y en el barrio Flores y Olivares y el frío cala los huesos. En el cuarto donde la familia de Kiara se amontona los fines de semana no hay ni miras para el almuerzo.
“Esto es lo que quedó de mi casa, porque acá nada se puede dejar afuera. Hasta el lavarropas que habíamos dejado afuera me robaron y vendieron por pocos pesos. Así con todo”, exhibe y se lamenta la mujer.
“No culpo a nadie; todo fue un accidente. Pero nuestra vida dio un vuelco y no podemos levantar cabeza ¿De qué me sirve tener un montículo de chapas y escombros si ni siquiera estamos en condiciones de empezar a construir?”, cuestiona Liz, que llegó de Perú hace nueve años, cuando la Argentina se presentaba como una oportunidad para salir adelante.
Hasta que irrumpió esta cuarentena eterna y luego el incendio, Kiara y su familia sobrevivían: los chicos más grandes iban a la escuela Doctor Juan Agustín Mazza, cerca del barrio, y las changas nunca faltaban.
“Pero todo se derrumbó de un día para el otro. Hoy me entristece que los niños vivan en el albergue. Todos son chiquitos y me necesitan pero también entiendo que no podemos pedir todo el tiempo a nuestros vecinos un baño, un colchón y una cocina para calentar leche”, reflexiona la mamá.
El recuerdo del incendio: “Pedía perdón por no haber salvado el monedero”
Kiara, que nació el 13 de septiembre de 2013, salvó a su hermana con solo seis años. Sin embargo, no toma dimensión: el día del incendio lloraba por no haber alcanzado a sacar el monedero de la mesa.
“Se desvivía pidiendo perdón. Le repetí que había hecho lo correcto, que era una hermana ejemplar, una heroína”, recuerda Liz, su mamá.
“Ella no es la mayor pero se comporta como tal. Siempre le enseñé que sus hermanos están por encima de todo y sabe que ante cualquier situación, como un temblor, debe salir corriendo y ayudarlos”, advierte la mujer.
Ni Kiara ni sus dos hermanos varones -Matías, de 10 y Quemai, de 6- tuvieron conectividad durante la cuarentena. Sólo a veces tomaban prestado el teléfono celular que le obsequió a Liz la abuela que cuidaba. “Vos tenés hijos y vas a necesitarlo mucho más que yo”, le dijo la generosa anciana poco antes de morir.
El domingo pasado, Kiara se puso la mejor ropa que tenía para ir a misa: un buzo colorado de Mickey Mouse y calzas floreadas. Jamás olvida su barbijo.
Llegó a su casa con la canción pegada: “Alabaré, alabaré…”. Y arriba del colchón de dos plazas sobre el piso de tierra, hacía morisquetas con su sonrisa dulce.
Kiara, la pequeña del barrio Flores, representa la alegría y la esperanza en medio de la adversidad.
Quien desee ayudar a la familia a ponerse de pie para que Kiara y sus hermanitos puedan volver a su hogar puede llamar al (0261) 152339427.