Kiara, la pequeña gigante que salvó a su hermanita en un incendio

Tiene seis años, vive en el barrio Flores y el 11 de junio último, cuando una estufa eléctrica explotó en su habitación y las llamas comenzaron a propagarse, alzó a la bebé y salió corriendo a pedir ayuda.

Kiara, la pequeña gigante que salvó a su hermanita en un incendio
Kiara perdió todo hasta la única muñeca que tenía.

Kiara tiene seis años pero se comporta como adulta: siempre atenta a su familia, aprendió a limpiar, tender su cama y cuidar de su hermanita menor como si fuera la propia madre.

Por eso, en la tarde helada del 11 de junio pasado, como todos los días, cambiaba a Daniela --de tres--, con la dedicación y la destreza de siempre. En definitiva, está habituada a ser jefa de hogar mientras sus padres trabajan.

Kiara salvó a su hermana menor de las llamas que provocó la explosión de una estufa eléctrica.
Kiara salvó a su hermana menor de las llamas que provocó la explosión de una estufa eléctrica.

De pronto, todo fue oscuridad en el modesto habitáculo que comparte con el resto de sus hermanos, en pleno barrio de Flores.

La estufa eléctrica que su mamá había comprado el día anterior --apenas cobró el sueldo como empleada doméstica-- explotó con un ruido que la paralizó.

De inmediato, las llamas alcanzaron el machimbre y, de allí en más, se propagaron por toda la casa a la velocidad de la luz.

Mientras el fuego destruía lo que encontraba a su paso, Kiara tomó alzada a la bebé y salió corriendo, asustada, espantada, a pedir ayuda.

Corrió sin aliento con su hermana en brazos y dio aviso a sus hermanos, que pateaban la pelota en un potrero vecino.

Valiente, madura, Kiara, que ni siquiera es consciente de que es una verdadera heroína, lleva dos meses junto a su familia peregrinando de casa en casa, durmiendo en colchones prestados y vestida siempre con la misma ropa y zapatillas.

“Perdimos todo, pero lo que más agradezco es poder contarlo”, reflexiona Liz Toribio, su mamá y agrega, emocionada: “Kiara es la hija que toda madre desea tener”.

Con precariedades, al menos hasta antes de la cuarentena, la familia sobrevivía. Hoy, ni siquiera eso.

“Con esfuerzo pudimos comprar todo lo necesario para equipar nuestra casa. Hasta la camita y el acolchado para Kiara, con su espejo y su muñeca. Cuando llora angustiada por lo que le tocó vivir, le digo gracias. Todo se puede recuperar… menos la vida”, señala.

La municipalidad prometió chapas y 15 mil pesos.

“Me pregunto cómo colocar las chapas si no tenemos paredes”, cuestiona.

“La gente del barrio nos alojó como pudo, pero somos muchos y nadie tiene comodidades, todos somos humildes en esta zona”, se sincera.

Más allá de que necesitan chapas, colchones, frazadas, ropa y zapatillas, lo más imperioso, asegura, es un lugar donde vivir.

“Todo lo que teníamos se esfumó en cuestión minutos. Me desespera pensar que los días pasan y seguimos igual”, reflexiona.

“Me pide perdón”

Kiara, que nació el 13 de septiembre de 2013, perdió lo poco –-o mucho-- que tenía. Hasta su única muñeca, cuya cabeza anda suelta entre los perros y las cenizas que todavía se esparcen en el patio.

“Llora porque ya no tiene muñeca, cama ni espejo. Y yo le recuerdo que salvó a su hermana”, reitera Liz.

Pero a Kiara parece que no le alcanza: se desvive pidiendo perdón porque, en medio del apuro, no pudo salvar la cartera y el monedero donde –ella sabía bien—su mamá guardaba el dinero.

“Le enseñé siempre que sus hermanos están por encima de todo. Como mi marido y yo trabajamos muchas horas, sabe perfectamente que si, por ejemplo, se produce un temblor, debe salir corriendo y ayudar a sus hermanos”, relata.

Hoy no habrá Día del Niño y posiblemente tampoco festejo de cumpleaños, el mes que viene. También lo sabe, porque ella sabe todo.

Cuenta Liz que su esposo, Antonio, siempre hizo changas, pero ahora quedó frenado por la cuarentena. El matrimonio, además de Kiara y Daniela, tiene dos varones: Matías, de 9 y Quemai, de 5.

Empleada por hora, el último tiempo Liz también cuidó a una abuela de 101 años, que acaba de morir.

“Unas horas antes me dejó su teléfono celular. Me dijo que yo iba a necesitarlo mucho más que ella”, recuerda.

Liz llegó de Perú hace ocho años. La Argentina se presentaba como una gran oportunidad para salir adelante. Por ahora, no ha sido más que eso, solo una oportunidad.

Iornías: a metros del lugar que fue su casa, un graffiti en un paredón blanco le recuerda lo que nunca deberá olvidar: “Está derrotado quien deja de soñar”.

Quien desee ayudar a la familia, puede llamar al (0261) 156218089.

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