“Estamos todas destruidas de la espalda de tanto apilar, “banquetear” (acomodar las piezas y cargarlas para cocinarlas), o de tirar ladrillos para arriba”, dice, sin titubeos, Katty Javier, una de las primeras costureras que se incorporó a las filas de este proyecto a mediados del año pasado y en el cual encontró un nuevo ingreso, un futuro laboral y una satisfacción aún mayor: su hija Mailén, de 12 años, sigue sus pasos.
Katty le enseña a su tercera y última hija los secretos de una buena costura y los desafíos de ensamblar la poca tela que llega a través de donaciones. Cuenta orgullosa que su pequeña aprende rápido, que se acercó de a poco, viéndola en la máquina, hasta que se animó con los retazos.
Por estos días, Mailén intenta coser un chaleco para su perro porque es fanática de los animales y con los fríos se pone aún más compasiva. Más tarde, quizás, la ayude a su mamá con los encargos de la clientela, mientras trabaja de abogada y de veterinaria, las dos carreras que, jura, tendrá cuando sea grande.
“Lo que yo pienso es que nosotras somos el ejemplo de nuestros hijos. Mi hija me ve contenta cosiendo y quiere aprender. Yo la miro, nomás, y la dejo para que haga”, reflexiona Katty, nacida en Bolivia y radicada en Mendoza hace 27 años, el mismo tiempo que lleva trabajando en los hornos ladrilleros.
Allí se gana la vida junto a su marido con quien trabaja a la par en diferentes tareas. Recién ahora, y con 40 años, la emprendedora textil señala que ya no trabaja tantas horas como antes por su salud. “Me duele todo con un solo día de trabajo. Me deja de cama. Mi marido también me cuida, así que reparto el trabajo entre los hornos y los pedidos de costura”, describe, mientras cose un delantal con viejos retazos de descarte, que le encargaron a ella y al grupo de costureras de El Algarrobal de Abajo.
Un logro social y ambiental
En gran medida, las metas se vienen cumpliendo para las siete mujeres que continuaron este año el proyecto social, productivo y sustentable llamado “Mujeres retaceando historias”.
Se trata del hermoso proyecto que busca sacar a las mujeres de la insalubre tarea en los hornos ladrilleros y convertirse en profesionales textiles de la economía circular.
Básicamente, la economía circular es un modelo de producción y consumo que implica compartir, arrendar, reutilizar, reparar, renovar y reciclar los materiales y productos existentes durante el mayor tiempo posible.
El proyecto en Las Heras continúa y avanza, principalmente, gracias a las mujeres lasherinas que lo integran y a tres organizaciones comprometidas en este camino: Fundación Avina (que costea el proyecto social), la Fundación Nuestra Mendoza (coordina los pasos para la capacitación, alianzas, comunicación y comercialización de los productos) y Fundación Vínculos Estratégicos (a cargo de Graciela Baccarelli y ubicada en El Algarrobal). Esta última provee su espacio físico para los encuentros semanales, contiene, conoce y ayuda con diversas tareas a las mujeres.
“Las chicas han avanzado muchísimo en un año. Han crecido como equipo y deben ser una de las pocas mujeres que saben sobre textiles en economía circular, que no es sólo reciclar. Tiene su técnica y lleva tiempo”, cuenta Graciela “Chela” Baccarelli.
Desde el año pasado, pasaron cosas buenas en ese proyecto. Lo más importante, según coincide el equipo, es que se consolidó el grupo de trabajadoras textiles. De hecho, hubo un evento clave que las unió, que les dio sentido de pertenencia y las invitó a soñar con un mejor futuro: fue la Cumbre Mundial de Economía Circular, que se realizó en córdoba en noviembre del año pasado.
“Fue como un viaje de egresados, algunas de las mujeres no habían salido de Las Heras y, de repente, estaban en Córdoba aprendiendo de su oficio y entendiendo que la economía circular no es una actividad de pobres ni de subsistencia, sino que tiene propósitos sociales y ambientales muy importantes”, subraya Facundo Heras, coordinador del proyecto en El Algarrobal.
Durante el año anterior, el “año debut”, las mujeres incorporaron “habilidades blandas”, como responsabilidad, compromiso y trabajo en equipo, y aprendieron el oficio con las máquinas de coser cuando ninguna de ellas había tenido contacto previo con un aparato de ese tipo. Una empresa textil le dio capacitación, la fundación Avina proporcionó las máquinas de coser y ahora las mujeres alternan su escaso tiempo para cumplir con pedidos puntuales y ganar un dinero extra.
Vender lo que se hace, el gran desafío
Este año, asegura el coordinador, la misión es lograr hacer redituable el proyecto. Para ello, contó Heras, se trabajarán en el desarrollo de una mejor comunicación en redes sociales y en plataformas de exhibición y venta de productos.
Esto implica otro desafío por parte de las costureras ya que son mujeres con realidades difíciles, en contextos vulnerables. Para cumplir el aumento de demanda debe “aceitarse” el proceso de producción. “Son mujeres resilientes y han avanzado a pasos agigantados, pese a las dificultades”, dice “Chela” Baccarelli, quien asegura que el objetivo final es que las costureras sean independientes y se autoabastezcan con este emprendimiento textil. Para eso, asegura, falta un rato largo todavía.
Mientras tanto, las mujeres se entusiasman, aprenden y trabajan en equipo, comienzan a cobrar algo de dinero, transmiten lo que aprenden a sus pares y a sus hijos. Como Katty, que corta y cose telas con una sonrisa, ahora también porque Mailén, su hija, la está mirando.
Para hacer pedidos al proyecto
Para hacer encargos de prendas de vestir y accesorios con telas de descarte y ayudar a estas mujeres y al medio ambiente podés comunicarte a los siguientes números: Facundo Heras (2615080917) y Graciela Baccarelli (2615901423)