Hace dos años, un 1 de setiembre, se iba de este mundo Julio César Bac, hombre en el que reconocemos muchas facetas, muy vinculado a la actividad periodística, social, deportiva y cultural de la provincia.
Fallecido a los 98 años, sin lugar a dudas será recordado prioritariamente como un pionero de la publicidad mendocina, al punto que abrió una agencia de publicidad en agosto de 1943, cuando tenía 22 años, y recién la cerró para siempre en 2003, tras sesenta años ininterrumpidos en la profesión.
Julio –noveno hijo de un comerciante francés y una madre mendocina- se dedicó por entero a esa actividad comercial, donde fue reconocido y muy respetado. Su vínculo con nuestro diario fue permanente en todo ese tiempo. Su amplia biblioteca personal ha sido donada a la Biblioteca Municipal Juan Bautista Alberdi, de Luján de Cuyo.
Estuvo casado con Lilia Velia Agustina Vila (m. en 1999), matrimonio del que nacieron su hijo varón y homónimo, ya fallecido también, y la abogada Miriam Beatriz Bac, quien reside en Buenos Aires. Le suceden además tres nietos y siete bisnietos.
Los comienzos en el oficio fueron rudimentarios y esforzados: alquilaba un auto con parlante con el que recorría las calles de su Luján de Cuyo natal. En ese departamento creó también un periódico: La Voz de Luján, que llegó a durar 15 años. La radio también lo tuvo como innovador con sus Panoramas Departamentales, que se emitían por LV 10.
Julio fue también un dirigente gremial empresario dedicado y comprometido, que fundó y presidió varias veces la Asociación Mendocina de Agencias de Publicidad (AMAP) y que, además, tuvo estrecha relación con la Cámara de Medios de Difusión (Camedi). Su capacidad de conducción también alcanzó a la Unión Comercial e Industrial (UCIM) y a numerosas entidades de servicio y bien público, como el Club de Leones y el Lions Internacional.
Desde hacía por lo menos una década, el conocido publicitario ejercía la nunca abandonada rutina de escribir. La sección Opinión de este diario recogió, en innumerables oportunidades, sus columnas costumbristas sobre temas del pasado y las rutinas de otros tiempos.
Acumuló relatos de temas tan diversos como los almuerzos de domingo y en familia; las vacaciones; las relaciones comerciales y el valor de la palabra empeñada; los modos de diversión que ya no se practican o sus descripciones sobre lugares que ya no están o que han cambiado, como cines, casas comerciales, medios de transporte y otras particularidades de la ciudad de sesenta o más años.
De una de esas crónicas de antaño, rescatamos estos renglones: “A las señoras y chicas les encantaba recorrer caminando la calle San Martín y acercarse a tomar algo en las confiterías Colón, La Bola de Nieve, o concurrir a cine Avenida o hacer compras en las grandes tiendas del momento: Gath y Chaves, A la Ciudad de Buenos Aires, Casa Arteta y El Guipur. No faltaban quienes se trasladaban a la esquina de San Martín y Colón para conocer la centenaria iglesia de los Jesuitas. Enfrente se encontraban los ‘baños exposición’ o públicos, un servicio que brindaba la Municipalidad de la Capital hasta que en ese predio se construyó, en 1950, el Correo Central”.
Otra faceta de Julio era su culto por la amistad y las reuniones periódicas que promovía en su casa de Coronel Rodríguez y Emilio Civit, brindis y bocados de por medio.
En un caso, los que llegaban a su hogar eran los colegas del rubro publicitario; en otra jornada, el encuentro se cumplía con sus compañeros del Golf Club Andino. En una tercera juntada, se daban cita integrantes de medios periodísticos y de la misma forma llegaban a su hogar viejos amigos de Luján de Cuyo, cuna de nacimiento del hombre que recordamos.