El hospital Central es el principal centro asistencial de nuestra provincia y del Oeste argentino y sin dudas un hospital de referencia en atención médica, alta complejidad y urgencias.
Pero para entender cómo fue concebido hace más de medio siglo, tenemos que remontarnos al proceso de construcción política y técnica que lo atraviesa, con un plan de centralización sanitaria y edilicia que tenía distintos fundamentos.
La arquitecta Cecilia Raffa, del Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales del Conicet (Incihusa), hace un recorrido histórico exhaustivo que nos permite entender cuáles eran las prioridades en materia sanitaria en los años 30 y 40 en Mendoza.
El Hospital Central fue proyectado funcionalmente como un monobloque, con una superficie de 27.688,84 metros cuadrados. Significó un avance en la concepción compositiva de los hospitales en Mendoza que, hasta ese momento, habían sido planteados como conjuntos dispersos de pabellones en grandes áreas parquizadas.
Fue el primer hospital inserto en el área central de la capital provincial, en un lugar de convergencia de caminos troncales que comunicaban -y comunican- los departamentos del Norte, Sur y Este con la capital de Mendoza.
El hospital se comenzó a utilizar, por disposición de las autoridades nacionales, antes de finalizar las obras, para albergar a quienes habían sufrido las consecuencias del terremoto en la provincia de San Juan en 1944, hecho que demuestra su importancia regional. El monobloque fue inaugurado formalmente en agosto de 1945.
La salud como política pública: los años 30 y 40 en Mendoza
Las políticas públicas vinculadas a la salud en Mendoza muestran acciones incipientes desde fines del siglo XIX, a partir de las luchas por el mejoramiento de la calidad de vida de los pobladores y la erradicación de epidemias.
Sin embargo, fue durante la primera mitad del siglo XX, con un nuevo centro político-administrativo en marcha, cuando esas acciones se manifestaron más claramente.
La creación del Hospital Provincial en 1907, sumada a la puesta en funcionamiento del primer lactario en la gobernación de Emilio Civit; la creación del Hospital de Infectocontagiosos, en 1924, y la aprobación de la Ley 925 de Salubridad, en 1927, que establecía las facultades de la dirección homónima; la finalización de las obras para varios hospitales departamentales y la ampliación de los servicios existentes en otros nosocomios; la creación del laboratorio Pasteur de bacteriología y anatomía patológica y de una serie de dispensarios, durante las gestiones lencinistas, fueron jalonando el camino hacia la intervención completa del Estado en temas de salubridad.
Durante la década del 30, se intensificaron las acciones regulatorias estatales en el área de la asistencia social y, a partir de ella, en temas relacionados con la salud de la población.
En Mendoza, el Estado expandió los establecimientos sanitarios sobre espacios rurales y ciudades intermedias, acompañados de planes y programas de asistencia social que regularon particularmente la protección de la mujer, los niños y los ancianos.
El proceso de construcción política y técnica del Central
La provincia de Mendoza contaba hacia 1930 con 1.045 camas distribuidas en todos los hospitales. En 1938, ya sea por la ampliación de los edificios o por la creación de nuevos hospitales, el total de camas llegó a 1.646, con un movimiento de 22.317 internados en ese año. Pese al incremento de camas, el coeficiente de utilidad estaba muy por debajo de lo necesario para la provincia, que en 1938 debió haber podido atender a alrededor de 40.000 enfermos.
Para el Gobierno, la solución a este problema no estaba en el aumento sistemático de camas sino en la eficiencia de la atención: era necesario concentrar el movimiento de enfermos en un lugar con mejor asistencia médica y reducir la estadía del paciente en el hospital a su justa necesidad. El enfermo debía concurrir a un centro de asistencia donde hubiese todos los elementos necesarios para su diagnóstico y tratamiento.
En efecto, no todos los hospitales habilitados en la provincia contaban con todos los servicios. Algunos carecían de laboratorio para análisis clínicos, de salas de operaciones o servicio de RX, y en la mayoría de los casos el personal técnico era limitado. Al no resultar posible para Mendoza elevar el nivel de todos los hospitales existentes a las exigencias científicas del momento, se pensó en la posibilidad de levantar dos núcleos hospitalarios, uno en la capital provincial (el Central) y otro en San Rafael.
Con ese plan, los hospitales de los departamentos circunvecinos pasarían a ser de atención primaria, para la ulterior derivación, si la complejidad del cuadro lo requería, al núcleo hospitalario correspondiente. La concentración económica y técnica era planteada por los políticos y técnicos intervinientes como la clave del mejor rendimiento en el amplio sentido.
Las razones para la centralización sanitaria
Además de las desventajas vinculadas a la poca eficiencia de los conjuntos arquitectónicos dispersos, desde la segunda década del siglo XX, los avances médicos en la rama de la bacteriología principalmente habían disipado la idea que los pabellones aislados disminuían los riesgos de contagio de cualquier tipo. En términos económicos, los costos elevados de grandes extensiones de terreno en áreas centrales y de la construcción de conjuntos hospitalarios extendidos, sumados a la influencia de arquitectura de circulación internacional de tipo monobloque, fueron derivando en la concreción de la propuesta.
Las principales ventajas eran de orden financiero y físico. Las circulaciones fundamentales se realizaban en sentido vertical por medios mecánicos para personas y elementos; se eliminaba un alto porcentaje de las horas de trabajo insumidas por el personal en desplazarse en los viejos hospitales; el transporte de enfermos se realizaba siempre a cubierto; los servicios técnicos del hospital y otros servicios específicos, al estar ubicados en la misma unidad arquitectónica, ganaban en eficiencia y economía de los recorridos, ejerciendo un mejor control sobre las prestaciones y la relación entre los servicios a los pacientes era fácil y económica.
En lo formal, las nuevas propuestas adoptaban el lenguaje de la arquitectura moderna -ventanas continuas, superficies lisas, losas, aleros y voladizos, cubiertas habitables, nuevos materiales-, con pretensiones simbólicas acotadas respecto de otros lenguajes estéticos, pero con eficacia. Así, en setiembre de 1938, a través del Decreto 763, se creó una comisión para que estudiara las características que debía tener el edificio para el hospital general y su ubicación más favorable.
En abril de 1939, y a partir de un pedido del director de Salubridad, un grupo de los integrantes de la comisión, conformado por Manuel Civit, Pedro Calderón y Francisco Correas, viajó a Buenos Aires con el fin de estudiar como antecedentes, los planos y la distribución funcional de los nuevos hospitales que, con tipología monobloque, se estaban levantando. Reunidos los antecedentes y teniendo en cuenta las características sísmicas de Mendoza, que no permitirían la construcción de un monobloque vertical, la comisión propuso, en un informe presentado en julio de 1939, adoptar un tipo mixto entre el vertical y el horizontal que cubriera las necesidades de orden técnico y las condicionantes de carácter económico y administrativo. Paralelamente, la comisión emprendió un estudio para determinar la mejor ubicación para el emplazamiento del hospital.
Características funcionales y arquitectónicas
A partir el informe de la comisión, la Dirección Provincial de Arquitectura (DPA) previó para el hospital una estructura antisísmica de hormigón armado y mampostería de ladrillo, pisos acústicos, revoques y revestimientos impermeables y carpintería de madera enchapada con persianas. Los herrajes serían de bronce niquelado especial. El edificio contaría con dos plantas de subsuelo, planta baja, seis pisos y una azotea.
Con una extensión en horizontal que permitiera la ubicación de 500 camas y de las dependencias necesarias, sus dimensiones ascendieron a 123,10 metros de largo, 64,45 metros de ancho y 42 metros de alto. Se realizó un estudio pormenorizado de las circulaciones de médicos y pacientes, para posibilitar entre otras cosas que los enfermos externos no tuvieran contacto alguno con los internados.
De esta manera, los consultorios externos, RX, farmacia, laboratorios, entre otros, tendrían un sector de ingreso y egreso específico. El hospital tendría además un servicio de transfusión sanguínea; un servicio general de radiología con radioterapia; una farmacia; un comedor en cada piso, transformable en sala de recreo y lectura para los convalecientes; depósitos en cada servicio que sirvieran de almacenaje de medicamentos, útiles de clínica y elementos de curaciones, entre otros.
Se previó una distribución eficiente de los alimentos, iluminación y calefacción modernas y prácticas. Por sus costos, la provisión de aire acondicionado quedaría reservada a las salas de operaciones y se instalaría una central telefónica que permitía la comunicación interna y con el exterior.
Las 500 camas se agruparían como máximo cada ocho y se distribuirían de la siguiente manera: 100 camas para las especialidades de oído, nariz y garganta, oftalmología, odontología y urología; 200 camas para el servicio de clínica médica que comprendía las ramas de cardiología, gastroenterología y neurología, entre otras; 200 camas para cirugía general, incluyendo traumatología y ortopedia.
El anteproyecto arquitectónico presentado por la DPA fue aprobado por la Comisión Asesora en octubre de 1939. Rodeado de jardines y espacios para estacionamiento, el Central proyectaba la imagen de una máquina de curar aséptica y eficiente.
Su lenguaje arquitectónico moderno contribuía a la alimentación de esa imagen. Técnicos y políticos, consideraban que el hospital proyectado subsanaría desde las falencias de confort y aseo de los antiguos hospitales hasta las deficiencias de atención médica, administración y organización.
La renovación del ambiente a través de equipos de climatización y solárium utilizables en cualquier momento del año, y la característica de ser un hospital de clínica y cirugía, que excluía enfermos infecciosos y niños, posibilitaron arribar a la conclusión que lo importante era que el centro asistencial estuviera “al alcance de todos”, “a la vista en su eficiencia y estructura”.
Una ubicación estratégica
De los terrenos vistos y estudiados por la comisión, el ubicado entre las calles Alem, Montecaseros, Salta y Garibaldi de la capital provincial resultó el más propicio para la construcción del hospital. El terreno, con una superficie total de 36.460 metros cuadrados, dejaría lugar a las obras de urbanismo propuestas. Además, era un sitio que reunía las mayores ventajas y fácil acceso en todo sentido. De toda su superficie, 21.000 metros cuadrados correspondían a terrenos municipales, por lo cual el monto de las expropiaciones a particulares se vería considerablemente reducido.
Finalmente, la ubicación a la entrada de la Ciudad, sobre una ruta nacional, sería la manifestación -buscada- de una obra de una gestión política que autodenominaban como “de gran aliento popular”. El hospital allí construido, además, colaboraría en el embellecimiento de un barrio que servía de acceso a la ciudad y simultáneamente resolvería un problema de urbanismo que el Gobierno estaba interesado en abordar con la organización de un plan urbano para la ciudad capital y los departamentos aledaños, y para cuya ejecución recibía asesoramiento de los arquitectos Alberto Belgrano Blanco y Fermín Bereterbide, de la Sociedad Central de Arquitectos.
El devastador terremoto de San Juan
En enero de 1944, la provincia de San Juan sufrió un terremoto catastrófico. Por orden de las autoridades nacionales y provinciales, se abrió de urgencia el Hospital Central para recibir a la gran cantidad de heridos que llegaban a Mendoza, lo que da cuenta de su importancia en el marco regional.
En el hospital se atendió a 577 mujeres y 383 hombres. Al tiempo que se trasladaban heridos, se procedía al acondicionamiento general del edificio.
Desde otros hospitales se transportaron al Central, por ejemplo, los elementos necesarios para realizar intervenciones quirúrgicas.
Si bien no todos los servicios estaban en funcionamiento, el 19 de agosto de 1945 terminó inaugurándose formalmente el Gran Hospital Central de Mendoza, con un valor de inversión de alrededor de $7.451.000, de los cuales la Nación aportó $756.599, superando varios de los presupuestos anuales del período previstos para la construcción de obra pública en Mendoza.
Nueva etapa al servicio de la salud popular
En búsqueda de la eficiencia sanitaria, Mendoza había experimentado un crecimiento poblacional sostenido durante la primera mitad del siglo XX. Procesos migratorios internos sumados a la llegada de inmigrantes habían producido impacto en la ciudad capital y en el resto de los núcleos urbanos de la provincia.
De 16.000 hospitalizados y 388.000 consultas en consultorios externos en 1932, se pasó a 25.000 enfermos internados y 1.263.000 atenciones en consultorios en 1940. Estas cifras respondían tanto al aumento de la población local y a la afluencia de enfermos de otras provincias, como también a la ampliación del radio de acción y mejoramiento progresivo del servicio sanitario durante el ciclo conservador, cuya mayor evidencia es el incremento de equipamiento construido para el funcionamiento de los servicios sanitarios.
En ese marco, el Central sintetiza de alguna manera las características políticas del conservadurismo del período analizado, en lo relacionado con la eficiencia y la economía: el objetivo de técnicos y políticos era que ese hospital resolviera los problemas hospitalarios de Mendoza, centralizando la asistencia médica para lograr el máximo rendimiento. Más allá de aquel propósito, el Central significó en ese momento una mejora en la asistencia sanitaria provincial y regional.
En términos arquitectónicos, el Central fue un proyecto de avanzada que remarcó, como lo habían hecho otros proyectos de arquitectura pública del período, la posición vanguardista de la gestión política y técnica provincial basada en un capital cultural común a los agentes, que les permitía proyectar obras de envergadura con mucha inversión provincial.
Las realizaciones en Mendoza estuvieron a la par del equipamiento público moderno que se construía en las principales ciudades argentinas -Santa Fe y Buenos Aires, particularmente- y en varias urbes de América y Europa. El Hospital Central fue planteado por sus impulsores como un núcleo de gran significación sanitaria pero también social. Se consideraba que, para los médicos, sería un aliciente para el trabajo y un estímulo para avanzar en la realización de una verdadera carrera hospitalaria. Para los enfermos, el hospital moderno supondría la solución a los males en un ambiente agradable y científico.
* Fuente: Construir Mendoza. Obras y políticas públicas en el territorio (1932/1943) de Cecilia Raffa.