En cualquier momento previo a marzo de 2020, hablar de alumnos era sinónimo de escuelas abiertas, aulas, pasillos, pizarrón, recreos. Pero todo cambió con el advenimiento del coronavirus SARS-Cov2, cuya proliferación se convirtió en una pandemia que llevó a los gobiernos de casi todo el mundo a tomar medidas que incluyeron el cierre de las escuelas y el intento por paliar la falta de clases presenciales a través de las clases virtuales.
Mendoza no escapó al resto, aunque, luego de que ese primer año de pandemia dejara graves problemas de “desconexión” de varios alumnos que no pudieron ser parte de ese nuevo formato educativo, comenzó, el 10 de febrero de este año, con las primeras experiencias de las “burbujas”, esto es, la vuelta presencial a clases de los alumnos, divididos en grupos fijos que alternaban días en las aulas con el formato presencial. A diferencia de otras jurisdicciones, que demoraron más el regreso (hecho que produjo una larga polémica por muchos sectores que pedían la vuelta a los claustros), la provincia fue incrementando esa presencialidad hasta que, por fin, el lunes 23 de agosto la Dirección General de Escuelas (DGE) autorizó el regreso a la presencialidad absoluta, aunque cada escuela pudiera evaluar su propia realidad sanitaria u operativa, para llevar a cabo ese regreso.
En el medio hubo, por supuesto, un verdadero desafío para todos los actores del proceso: docentes, sobre todo, pero también directivos, personal administrativo, padres y alumnos. En suma, sin dudas, 2021 fue un año mucho más complejo en términos educativos, porque la convivencia de dos modalidades, los vaivenes de la situación sanitaria y cambios en los modos de evaluar y aprobar contenidos para los chicos tuvo características, diríase, únicas.
Recién terminado el ciclo lectivo, tal vez, más complejo en ese sentido de los últimos años, el director General de Escuelas, José Thomas, se sienta a compartir con Los Andes todo lo que dejó este particular ciclo lectivo.
-Primero que nada, ¿cuál es el balance de este año de la vuelta a las aulas, de la recuperación de saberes y de tanta complejidad?
-Es así, fue un año más complejo, porque tuvimos clases, burbujas, virtualidad junto con no virtualidad, y momentos de mucha tensión con la presencialidad. También momentos de tensión en cómo administrábamos la logística del reparto de alimentos... En ese balance, el vaso está medio lleno. Uno puede reconocer deudas o cosas complejas, pero ha sido un buen año. La decisión del gobernador permitió no cerrar las escuelas en todo el año, y eso fue el punto más alto. Estuvo basado en información del GEM, del seguimiento de los contagios. No fue una decisión no sólo política: quedó demostrado que era buena al ver que la curva de contagios se movía igual y lo logramos sin cerrar las escuelas.
-En medio de todo eso se hizo el estudio sobre la capacidad lectora de los chicos.
-Sí, otro punto muy alto fue que logramos hacer el censo de fluidez lectora, que no se había hecho nunca en el país. Testeamos a 100.000 chicos. Vimos cosas complejas, con alumnos en nivel crítico, pero eso lo hicimos en marzo-abril. Implementamos políticas remediales, y al 45% de los estudiantes en estado crítico, lo llevamos al nivel siguiente, sobre todo a lo de sectores vulnerables. No es una solución todavía, pero es el camino. Una política que dio resultado. Mientras otras provincias no abrían escuelas, nosotros logramos dar jornada extendida para reforzar trayectorias débiles. Logramos aplicar la jornada extendida en el 100% de las primarias de Mendoza. Se han logrado cosas a pesar del año difícil.
-¿Cuál fue la clave?
-Los docentes y los directivos se pusieron el equipo al hombro. Y el rédito pedagógico de haber logrado el cambio tiene que ver con todos ellos. Un día fuimos sin aviso a San Rafael, y encontramos a dos directoras de escuelas distintas trabajando en chicos con dificultad de fluidez lectora para mejorar sus casos. Hemos tenido 400 escuelas trabajando en comunidad.
-¿Qué resultó de la recuperación de saberes, sobre todo en el secundario?
-En general, 2020 fue un año excepcional de egreso efectivo. Muchos chicos que estaban lejos de la escuela, gracias a la virtualidad pudieron sacar materias y egresar. Este año el egreso efectivo ha bajado un poco, pero está más alto que 2019. Y los indicadores con chicos en febrero, son similares a los previos a la pandemia. Más allá de eso tenemos que saber si los chicos realmente aprendieron o no y lo vamos a saber el año que viene. El formato de recuperación de saberes es el camino que debería desarrollar una secundaria distinta, pero llevarlo a años normales, con mucha presencialidad.
-¿Se ha bajado la exigencia para acreditar saberes para los alumnos que tuvieron estos dos años difíciles?
-Hace 20 años que la Argentina cae en todos los exámenes de evaluaciones nacionales e internacionales. Evidentemente estamos cayendo en la calidad. Y ese es el desafío para adelante. Pero recién durante 2022 tendremos la evaluación real. Lo que no podemos hacer es desconocer que el sistema educativo viene perdiendo y se debe recuperar. Hoy, en la primaria, hay mejor fluidez lectora que a principios de año, y eso está medido. Ese aprendizaje mejoró. Lo demás, es percepción. Es muy difícil, a ojo, saber cómo estamos, por eso es fundamental la medición permanente. Por eso hicimos nuestro operativo provincial de evaluación con el GEM. Ahí tendremos datos concretos en lengua, matemática (para cuarto y quinto de primaria, y segundo y tercero de secundaria, para tomar decisiones en febrero.
-¿Qué pasó con el número estimado de 3.500 estudiantes mendocinos en riesgo de abandono escolar?
-En Mendoza, desde abril de 2020 tenemos un seguimiento nominal de estudiantes de su nivel de conexión con la escuela, volcado por docentes y directivos. No es una encuesta: es nominal, con nombre y apellido. Ese número real no es más grande que en tiempos normales. Antes no estaba el foco puesto ahí, en los desconectados. Hoy, a raíz de la pandemia, los tenemos en una red de apoyo. Y más: gracias a la información, tendremos un sistema de alerta temprana que nos mostrará el riesgo de abandono, para remediarlo pronto. Es valorable la política llevada a cabo para remediar el problema. Una política que queda.
-¿Imagina, en un contexto de muchos contagios, un escenario de regreso a la total virtualidad para 2022?
-Creo que los datos de Mendoza son contundentes para entender que el cierre total de las escuelas no tiene sentido, a menos que se cierre todo lo demás. En otros momentos en que está todo abierto, cerrar la escuela no tiene impacto. En Mendoza tenemos un análisis muy profundo de relación entre contagios y colegios abiertos, y vamos a pelear la escuela abierta siempre.
-Hay un tema pendiente para la DGE, que es el plan de una nueva ley de educación. ¿Cree que 2022 será posible llevarla a cabo?
-Cuando al principio hablamos de fortalezas, también hubo errores. El error personal fue abordar ahí el debate para un nuevo marco normativo. En el cómo, no en el qué. Tenemos que mejorar ese cómo, pero lo que vamos a proponer es sentar a todos los sectores de Mendoza (docentes, directivos, gremios, pero también las cámaras empresarias, intendentes, padres, estudiantes) a reflexionar sobre la educación que queremos. Si hace 20 años que estamos cayendo en calidad, algo estamos haciendo mal. Si nos dicen que los que egresan de las secundarias no están preparados para la universidad, y de la universidad no están preparados para el mundo, algo hacemos mal. Si como sociedad no podemos escribir un documento de acuerdo para decir adónde vamos, y defendemos un sistema viejo, tenemos un problema. Vamos a proponer eso. Ojalá logremos avanzar. No creo que consigamos todo el marco normativo que necesitamos, pero esperemos dar algunos pasos cortos y consensuados.
-Además de director de Escuelas, también es padre de niños en edad escolar. ¿Qué piensa de lo que quedará en la calidad de formación de estos estudiantes de la era de la pandemia?
-No es lo mismo un chico al que le tocó primer grado que quinto grado en pandemia. Para los del primer año fue muy difícil. La familia entendió que la educación no es tan fácil como parecía, que necesitamos la presencialidad, que las horas de clases son importantes, que tenemos debilidades. Si tomamos esto tal vez los chicos puedan terminar mejor, puede la pandemia ser un catalizador. Si el chico estuvo muy desconectado, hay que hacer mucho para ayudarlo. A la vez, los sectores más conectados, con mayor ayuda y nivel cultural, vieron muchos formatos pedagógicos que resultó un avance. Hubo cosas ahí de muy buenas prácticas. Es muy difícil determinar hoy el verdadero impacto, tendremos que esperar para ver pérdidas y ganancias. Lo malo es que las pérdidas ya están, y el desafío es capitalizar lo bueno que nos deje. Puede ser 2022 un buen año para consensos, porque la pandemia abrió puertas. Hay una analogía que me parece buena: el terremoto de 1861 destruyó la capital provincial, causando la muerte de 4.247 personas y cerca de 1.000 heridos, entre una población estimada en casi 12 mil vecinos. Hubo años sin clases, pero la administración central priorizó un plan de reordenamiento, para el cual el desarrollo urbano contemplaba la aprobación de la creación de múltiples escuelas en la provincia. La catástrofe obligó a replantear cosas que después fueron mejores y que hicieron la Mendoza de hoy. Hay que hacer como entonces, buscar consenso para la construcción colectiva.