Hay quienes pretenden ponerle alguna etiqueta y buscan encuadrar a José Bahamonde como periodista o comunicador, cocinero, sommelier. Él, que formalmente cuenta con el título de licenciado en Publicidad y Marketing, rechaza esos encuadres y se define como “un chico curioso con necesidad de expresarse”. Alguien que aprendió que aquello que parecía una grieta en su vida era lo que lo transformaba en único: “Para el mundo empresario era un bohemio y para el arte era un cheto”.
Espontaneidad y creatividad, pero sobre todo “leer a las personas”, “construir la propia vida”, “ser agradecido”, “hacer las cosas con mucha pasión” son las expresiones que más repite en la hora que duró la entrevista bajo el sol otoñal de Chacras de Coria en La Gloria, la cantina que lleva adelante “con el Fede”.
Mientras de fondo suena una canción, una mesa entona el feliz cumpleaños, los comensales disfrutan sus platos y una bandada de aves ruidosa surca el cielo, el hombre de 52 años confiesa que lo emociona “la gastronomía”, “la bondad de los seres humanos” y “el marketing como concepto”.
Detrás de los anteojos negros -obligados porque la sombra de la enredadera se corrió- y del aspecto de “tipo rudo” que -él mismo admite- le dan los tatuajes, surge el poeta, el hombre sensible, el padre orgulloso de Lola y Mora. “Esas sanas contradicciones me encantan porque son las cosas que te ponen a prueba, cara a cara con alguien que se cree que para ser serio, sólido, tenés que estar con un pantalón pinzado y una camisa celeste; que no tengo nada en contra de eso, pero hay otra manera de ser serio, sabio, buen tipo y profundo”, reflexiona.
Durante la charla, José desmenuza momentos de su vida trascendentes y asume que estar abierto y construir el presente ahorra frustraciones. “En general, me llevo mal con los dogmas. Sueño cuando creo imágenes de la vida para contar una historia, escribir poesía, hacer las cosas que hago con mucha pasión. Pero en mí, como protagonista, nunca tuve sueños. Cuando me fui a Chile, lo decidí en un mes”, dice y confirma: “Nunca tuve sueños. Tengo mucha confianza en las buenas decisiones del bienestar y una apertura absoluta a lo que te plantea la vida”.
Este amante de la cocina, que tiene una mirada muy visual de la vida y lo demuestra en cada ejemplo que aporta, se autodefine como “un tipo muy espontáneo” que nunca estuvo empecinado en convertirse en empresario. Pero admite que no tendría 80 empleados como tiene hoy en sus empresas si fuera disperso. “Cuando tengo que ser concreto, lo soy y mucho”, destaca.
El Jose de la gente
“Siempre ha habido en mí una necesidad muy grande de expresarme”, señala José Bahamonde como explicación de su usuario en las redes sociales. “ElJoseDeLaGente” con el que bautizó primero su Twitter y luego su perfil en Instagram salió de “ese ser muy brindado, buen anfitrión, preocupado por los demás y por sus amigos”.
Ese darse indiscriminadamente devino en aprendizaje y, por eso, adoptó como lema la frase del escritor Charles Bukowski: “No tengo tiempo para cosas sin alma”.
“Creo que con el tiempo aprendí desde las personas, desde los procesos y de todo, a ser un gran seleccionador de cosas que me ayudan a trascender, a hacer una lectura bonita de la vida, que me dejan algo, que me nutren”, apunta y agradece la suerte de poder trabajar desde su estudio con la gente que le gusta, con los clientes que vibran en la misma dimensión.
Desde allí es desde donde se ha parado siempre para desarrollar sus actividades; desde “esa concepción de leer al otro”.
Cuando era un niño y ayudaba en la zapatería de la familia, prestaba atención a los requerimientos de las compradoras. Desde la publicidad y el marketing ha bregado por “escuchar y entender al otro para satisfacer una necesidad”. Desde la gastronomía, acercarse a cada cliente es como leer un libro: “Cada mesa es un universo diferente. Si hay una pareja rápidamente te das cuenta si el tipo es celoso y lo mirás a él, lo ponés bien y a ella la mirás poco. O te acercás a otra mesa en la que son muy abiertos y quieren que les recomiendes algo”.
-¿Cómo aprendiste a leer así a las personas?
-Tiene que ver con la sensibilidad, con las ganas de hacer un mundo mejor. A ver en qué momento uno puede dar una mano al que lo necesita. Eso fue lo que me motivó en la pandemia a estar tan activo en las redes sociales. Pensé, si tengo algún talento me tengo que hacer cargo y ver de qué manera ayudo a la gente que no la está pasando bien. Por eso, cociné, hice días de poesía, noches de pensamientos, subí videos más filosóficos… Y hoy vienen algunas personas y me cuentan que aprendieron a hacer lactonesa con mis hijas, me abrazan y me agradecen.
Patear el tablero y descubrirse
Dueño de un próspero y conocido negocio familiar, Calzados Bahamonde, en el que desde muy chico había incursionado, se podría decir que José tenía el destino escrito. Pero él no cree y nunca creyó en el futuro. “Me parece hermoso ir construyendo la vida”, explica.
Recuerda aquellos días en los que salía de la primaria Arístides Villanueva -y luego de la secundaria en el colegio San Luis Gonzaga- para ir a la casa más grande en 9 de Julio y General Paz de Ciudad. “Me resultaba amoroso atender a las señoras grandes, escucharlas”, cuenta y relata que también viajaba con su papá a Buenos Aires para visitar las fábricas y comprar el calzado.
“Con 10 años, me dejaba hacer el primer pedido que él luego corregía; aunque la gran mayoría dejaba lo que yo había pedido. De nuevo pasaban cosas que yo no era consciente, pero como yo escuchaba a la señora gordita, a la flaquita, le decía a mi papá ‘la capellada de éste tiene una costura que puede hacer doler el dedo chiquito’ o ‘busquemos los de capellada más recta’ o ‘este elastizado le sirve a la gente de empeine grande’. Tenía esa mirada desde chiquito”, detalla.
Cuando José tenía 18 su papá falleció y él entró a estudiar abogacía. Pero cuando estaba en tercer año de la Universidad de Mendoza se dio cuenta de que no quería vivir como un abogado y estuvo un año continuando con el negocio familiar hasta que dijo que no era lo suyo. “Fue una experiencia divina, pero necesitaba hacer otra cosa” y se fue a Chile a estudiar Publicidad y Marketing porque no existía esa carrera en Mendoza.
“Cada uno transita la vida y se construye como puede. La muerte de mi papá me hizo conectarme con el dolor de perder a un cumpa porque no tenía cuentas pendientes con él, a un tipo interesante… Ahí me fui a Chile; a los 22 fue como una prueba hermosa. Me podría haber quedado acá siendo ‘el hijo de’, pero me fui y pasé a ser un desconocido.”
Sin embargo, José atesora aquella experiencia como una “bisagra hermosa”, ya que el menor (por muchos años de diferencia) de tres hermanos había podido demostrarse que podía solo, que nadie lo tenía que validar, que era capaz. “Me conecté por primera vez con mi creatividad profunda… Fue mi liberación absoluta y el tiempo de solidificar mi seguridad”, reconoce y confirma que lo que más lo enamoró de su carrera era la posibilidad de tener clientes diversos y de actividades tan distintas.
Crear, alimentar, sentir
Aunque lejos del libro de Elizabeth Gilbert y de la adaptación para el film “Comer, rezar, amar” que protagoniza Julia Roberts, el Instagram de José Bahamonde describe sus tres maneras de expresarse: crear en @arenabahamonde, alimentar en @lagloriacantina, sentir en @asdecorazon.
Al volver de Chile, en 1999, puso una agencia de publicidad y en 2001 la achicó bastante, al punto de plantearse si tenía ganas de seguir dedicándose a la publicidad. Entonces la transformó en una boutique creativa, que es un poco lo que tiene ahora.
“La gente dice ‘estudio de diseño’ porque es el lugar donde se encuentra el formato, pero creamos diseño, concepto, marcas, historias”, enumera y agrega que halló “en el mundo del vino un camino precioso”.
En 2003, como un modo de unir su faceta creativa con su lado gastronómico, abrió La Sal, su primer restaurante. Ubicado en Belgrano casi Sarmiento, recibió comensales por seis o siete años. Era un espacio novedoso en Mendoza porque tenía un perfil cultural con música en vivo todos los días.
Eso le permitió hacerse rápido de amigos del rubro de la vitivinicultura y a la vez transformarse en un personaje de ese mundo. “De tener la mirada de la gastronomía, de diseñar etiquetas y entender desde el punto de vista del marketing del vino y estar muy metido en la comunicación del vino, se fue creando un personaje raro”, apunta.
La Gloria llegó de la mano de la pandemia de Covid-19. Era junio de 2020 cuando José se comunicó con su amigo “del alma” y “hermano muy elegido” Federico Ziegler, quien estaba trabajando en Chile “y medio lo dejaron en banda”.
“Un día lo sentí tristón y le dije: ‘che, a ver si hacemos algo juntos’. ‘Bueno, empecemos a pensarlo para el año que viene’, me dice. Corté el teléfono, empecé a buscar y llegué a esta casa (donde funciona La Gloria). Le volví a llamar y le dije: ‘Acabo de comprar un restaurante para los dos’. Él tardó dos meses en desactivar su vida allá y el 14 de febrero de 2021 abrimos”, especifica sobre este nuevo emprendimiento que le permite asegurar que a los 52 años su vida “es infinitamente más linda teniendo un restaurante que no teniéndolo”.
Entonces la historia vuelve al principio, a su niñez, a los días con su padre. “Desde que nací hasta que murió mi papá, no tengo registro de haber cenado en mi casa. Cenábamos de lunes a lunes, en restaurantes sofisticados y muy lindos o en lomiterías, aquí en Mendoza o cuando viajábamos. Me di cuenta de que tenía una paleta de sabores, de servicios, de personas que trabajaban en servicio que me emocionó mucho”, rememora convencido de que La Gloria es ese restaurante al que quisiera ir todos los días.
Y así como en cada mesa -en las noches suelen haber entre 130 y 140 comensales- Bahamonde ve un cuento, una historia, su alma de poeta también tiene su espacio en @asdecorazon. “Siempre me gustó la poesía porque tiene que ver con mi noción del orden, en el sentido de sintético para expresar algo”, cierra.