Cada mañana, tempranísimo, cuando las calles de la ciudad aún permanecen oscuras y desiertas, los vendedores ambulantes de café son testigos y protagonistas del día que comienza.
Los puestos en las plazas o las esquinas céntricas forman parte de las postales mendocinas y, para muchos clientes, transeúntes y especialmente empleados de comercios, representan el desayuno o la media-mañana de cada día.
Por lo general, a un valor de 60 pesos, el combo que ofrecen contempla varias opciones: café con leche o solo; mate cocido y elección de tortitas: comunes o raspaditas.
Si bien proliferan en la Ciudad, los cafeteros caminan las calles céntricas de todos los departamentos. Eso sí, la competencia es sana, según aclaran.
Si bien buena parte posee los permisos municipales correspondientes, cada vez hay más vendedores no registrados que se ganan la vida de este modo.
Se levantan a las 4 y un rato después comienzan con la venta de café, pero también se convierten en una suerte de psicólogos: el clima, los precios, el papel del gobierno de turno, son algunos de los temas repetidos. Porque el cafetero -coinciden- presta su oído casi como lo hace el peluquero con sus clientes.
La dama del café
A fuerza de levantarse todos los días de madrugada, Blanca Torres logró el premio mayor: un hijo abogado.
Llegó de Arequipa, Perú, junto a su esposo y la menor de sus hijos con una mano atrás y una adelante y el deseo de progresar en un país con mejores oportunidades.
Pero los primeros tiempos fueron muy difíciles. Vender café resultó una alternativa para obtener efectivo rápidamente.
Y así comenzó a salir con su esposo: él en bicicleta y ella, empujando un carro repleto de termos y raspaditas. Eso sí: Blanca supo desde el “vamos” que ser una buena comerciante también pasa por la atención y la sonrisa.
“Los problemas, afuera. La gente no tiene la culpa”, advierte, en San Martín y Catamarca. La esquina, a esta altura, es “su” territorio, y si bien la competencia está muy cerca, existe respeto y sana convivencia.
Para Blanca, el secreto para lograr ventas sostenibles es ser constante y jamás defraudar al cliente. La mercadería debe ser de calidad, la atención de lujo y jamás dar el faltazo.
Vuelve a la carga con su mayor orgullo, los chicos. Y dice que la única herencia es el estudio y que para poder costearlo, ni ella ni Luis, su esposo, pueden distraerse. “Ahora -agrega-estamos haciendo el esfuerzo para el segundo hijo, que estudia Arquitectura”.
“Vengo con el mejor humor, siempre valorando a Mendoza por la oportunidad que me dio”, remata.
Una opción para sobrevivir
Cuando la pérdida de la visión le impidió a Daniel Castro continuar haciendo trabajos de serigrafía, empezó a vender café al paso. Sin embargo, el mal trago llegó poco después con la cuarentena, que lo dejó tres meses encerrado y desempleado.
“Subsistí gracias a la ayuda de mis hijos, pero fueron momentos muy duros”, evoca, mientras comenta las noticias del día con Raúl, el taxista de Rivadavia esquina San Martín, que de lunes a sábado pide el mismo desayuno, mitad café, mitad leche y una tortita y entrega el dinero justo: 60 pesos.
En el turno mañana vende 44 vasos de un cuarto, es decir, 11 litros. De tarde, la mitad. Por eso, de algún modo, las horas que vuelca a su tarea definen su ingreso.
Es que, invariablemente, el cafecito suele invitar a la charla, de modo que nunca falta alguien que junto con la compra intercambie opiniones políticas y económicas, los temas del momento, según Daniel.
Cuando el período estricto de la cuarentena no podía llegar desde Lavalle a Ciudad, decidió vivir en una pensión cerca de su trabajo. “Quisiera volver a lo mío -se sincera-, pero mientras tanto sobrevivo y no me quejo”.
Muy cerca de su puesto, Edith instaló el suyo y llega en bicicleta, desde Guaymallén, todas las mañanas.
“Estoy segura de que en el invierno habrá mucha más gente, seremos miles. Se vienen tiempos difíciles y hay que rebuscárselas”, se resigna.
También peruana, llegó a Mendoza hace casi 20 años. Había más trabajo, claro, pero eso sí, con el confinamiento retrocedió varios casilleros.
Joven y emprendedor, José Luis dice que sobrelleva este presente como mejor puede: de mañana atiende su puesto de café en Plaza Independencia y de tarde se desempeña “en blanco” en el área de mantenimiento de una empresa. Papá de dos pequeños, aclara que tiene todo lo que el municipio exige: el permiso de circulación y el curso de manipulación de alimentos.
Calcula que en Ciudad hay más de 30 cafeteros habilitados, aunque muchos, en especial los que elaboran café en sus domicilios, son informales.
“Mi competencia está a menos de 10 metros, pero nunca hay un problema. Sabemos que algunos clientes son de cada uno, pero el resto va en suerte”, concluye, apurado. Lo espera Jorge, de 70 años: en breve tiene turno para aplicarse la vacuna y quiere ir “desayunado”.