El proceso definitivo de reconversión del ex zoológico de Mendoza a Ecoparque comenzó a tomar forma definitiva luego de un triste episodio que será recordado por siempre entre los mendocinos (y fuera de la provincia también): la muerte del querido Arturo, el único oso polar que quedaba en Argentina y que había llegado al entonces Zoológico de Mendoza desde Estados Unidos en 1993.
Anteriormente, en 1980, había llegado ya a Mendoza la osa Pelusa, por lo que Arturo se convirtió en su gran compañero. Arturo murió durante la tarde del 3 julio de 2016 a sus 31 años, mientras que Pelusa ya había fallecido 4 años antes (el 1 de mayo 2012). También en 2012 falleció Winner, otro oso polar que estaba en el Zoológico de Buenos Aires, y esos dos fallecimientos le valieron a Arturo convertirse en el único oso polar que quedaba en el país.
Los últimos años de Arturo en el Zoológico de Mendoza fueron un verdadero martirio. Y es que la salud del imponente ejemplar evidenciaba las consecuencias de haber vivido más de 23 años en un clima diametralmente opuesto al de su hábitat natural, debiendo soportar sensaciones térmicas de más de 40 grados en las siestas mendocinas de verano y a la vera del Cerro de la Gloria. En nada se asemejan esas condiciones al frío polar y la nieve en la que, en circunstancias normales y naturales, transitan sus días estos animales.
“Empezamos a juntar firmas por Arturo, por su estado y para que se autorice el traslado a una reserva que había en Canadá y desde donde hasta se habían ofrecido a llevarlo sin costo. No estaba nada bien él, pero cuando vinieron especialistas nacionales a revisarlo, dijeron que no iba a sobrevivir al viaje, que estaba viejito, y que era mejor que se quedara acá. Lo mismo dijeron los que pasaron por la dirección del Zoológico en ese momento. ¡Pero estuvo 4 años más viviendo en un lugar que no estaba preparado para él! Podrían haber sido 4 años de mejor calidad de vida”, recuerda el activista Gabriel Flores, co fundador del grupo Ecológicos Unidos Mendoza sobre los inicios de la masiva campaña que se inició para pedir por el traslado del único oso polar que quedaba en Argentina en 2012.
“Arturo se terminó convirtiendo en la bandera principal que llevamos nosotros y su muerte fue la gota que terminó de definir el cierre del zoológico y la reconversión del Ecoparque. Pero no era el único. Los elefantes y las elefantas, los chimpancés, los osos pardos, las condiciones de todos los animales eran muy inhumanas. Entre 2012 y 2015 juntamos más de 450.000 firmas en las calles y en las redes sociales para pedir que se avance con el Ecoparque, y ese fue el proyecto que tomó el Gobierno cuando cambió la gestión”, recordó Flores, quien junto a su esposa –Rosana- encabezan el grupo de Ecológicos Unidos desde el 25 de mayo de 2011.
Triste, solitario y final
Cuando el domingo 3 de julio de 2016 los veterinarios del entonces Zoológico de Mendoza constataron la muerte de Arturo, el oso polar tenía 31 años. Había superado los 26 años que –en promedio- viven los osos polares en cautiverio. Pero sus últimos años habían sido muy críticos, además de las idas y vueltas que rodearon su posible traslado a la reserva de Canadá que le había ofrecido un lugar.
“En 2012, una mujer nos contactó y nos pidió que hiciéramos algo por Arturo, que era el oso polar del Zoo de Mendoza y que estaba en pésimas condiciones. Ahí nosotros empezamos a ir a visitarlo y nos encontramos con cosas desastrosas. A fines de ese año, cuando se convirtió en el único oso polar que quedaba en Argentina (NdA: su compañera Pelusa había fallecido en mayo de 2012, mientras que Winner murió en Buenos Aires el 25 de diciembre de ese año), los medios también empezaron a preocuparse”, resume Flores.
Fue en ese momento en que entró en escena la reserva canadiense que le ofreció un espacio más acorde a sus necesidades para el oso polar Arturo. “Habíamos visto fotos y videos del lugar, donde habían montañas y nieve, y un estanque muy amplio y con piedras, además del clima que él necesitaba. Pero las autoridades se negaron, dijeron que el oso estaba bien acá en Mendoza, y ya se había acostumbrado. A mí me llegaron a amenazar de muerte para que deje de insistir con el traslado de Arturo. Recibí muchos llamados intimidantes, y luego se comprobó que venían del Zoológico”, recapitula el activista. “Aún hoy, a 10 años de que empezamos toda la campaña y a 6 de su muerte, Arturo nos sigue partiendo el alma”, destaca.
Mientras desde el lado del activismo se insistía una y otra vez con un traslado para el oso polar –que podría haber corrido la misma suerte que corren actualmente las elefantas Pocha y Guillermina, o tal vez no-, la decisión política era la de mantener a Arturo en el Zoo mendocino. Y mientras todo esto ocurría, los días del oso polar transcurrían en una desesperante monotonía.
Y es que Arturo pasaba el día entero moviéndose permanentemente de un lado para el otro dentro de su recinto con la pileta pintada de azul. Daba dos pasos hacia adelante, luego dos hacia atrás y repetía la secuencia una y otra vez, hasta que se quedaba dormido echado. Cuando despertaba, repetía la secuencia una y otra vez, hasta que volvía a dormirse. Y así ad eternum. “Es lo que se conoce como zoocosis, que es el trastorno autodestructivo y anormal que presentan los animales en cautiverio. No solo lo tenía Arturo, también lo tenían los chimpancés, los elefantes y las elefantas y los osos pardos”, recapitula Gabriel Flores.
Arturo había llegado a Mendoza en 1993, con casi 8 años y procedente de Estados Unidos. Según investigó Flores oportunamente, el Zoológico de Mendoza había adquirido algunos ejemplares de otras especies (algo que por entonces no estaba prohibido) y, con un remanente que quedó se incluyó en el “combo” al oso polar.
“Mucha gente no llegó a verlo de cerca a Arturo, porque estaba en un foso y se lo veía desde arriba. Parecía chiquito y no se alcanzaba a ver que estaba mal. Pero nosotros pudimos verlo de cerca, porque un día nos invitaron a ver la zona que daba a su dormitorio. Y no solo que era gigante, sino que ahí vimos en detalle lo mal que estaba”, recapitula Flores quien, junto a su esposa, recorrió 23 veces el zoológico en 3 años y registró en fotos y videos absolutamente todo lo que encontró a su paso.
Cuando el artista plástico Norberto Filippo ocupó la dirección del Zoológico, él mismo se encargó de ordenar la compra de tres equipos de aire acondicionado para que la habitación del oso estuviera fresca. “Pero igual en el patio hacía muchísimo calor, y cuando Arturo salía, la pasaba realmente mal. En el pasillo, por ejemplo, tenía que caminar o para adelante o para atrás, ya que era tan angosto que no podía girar en el lugar”, describe Gabriel Flores, quien escribió un e-book sobre el oso polar más famoso del país (“Oso polar Arturo y Zoológico de Mendoza: Prisión Perpetua”).
¿Por qué la osa polar Pelusa estaba teñida de violeta?
Hasta 2012, Arturo tuvo compañía en la categoría “osos polares” en el Zoológico de Mendoza. Con el convivía la osa hembra, Pelusa. Sin embargo, en febrero de ese año habían tenido que separarlos en dos recintos distintos (y reducidos), puesto que –según se dijo- habían mantenido una pelea entre ellos y eso le había generado una lesión a la osa. En un principio se indicó también que la muerte de Pelusa –que se produjo el 1 de mayo del 2012- había tenido que ver con las lesiones producidas por esa pelea, aunque luego tomó fuerza la hipótesis de que el deceso de la hembra había estado vinculado a una enfermedad relacionada a la marcada exposición del animal al sol.
Pelusa, la osa polar que acompañó a Arturo en el Zoo mendocino durante 19 años, había llegado a Mendoza en 1980 y cuando falleció tenía cerca de 40 años (también una cifra elevada si se tiene en cuenta el promedio de vida de esta especie en cautiverio). El rasgo distintivo por el que la provincia y el país entero llegaron a conocer -y reconocer- a la osa fue porque su pelaje se teñía de violeta, y la imagen de la osa polar lila era –cuando menos- sorprendente. Pero no se trataba de algo accidental o inesperado, sino que tenía que ver con una medicación que le aplicaban los propios veterinarios del entonces tradicional paseo mendocinos y que pintaba su pelaje de ese color.
Según explicaron oportunamente en 2003 desde el Zoo, el procedimiento de teñir de violeta el blanco pelaje de Pelusa tenía que ver con una estrategia que permitiera prevenir la aparición de hongos. Luego de ser aislada de Arturo, la hembra evidenció un marcado cambio de carácter y comenzó a rascarse permanentemente contra las piedras y bordes sólidos de la jaula, lo que le provocó pequeñas llagas en la piel. Estas lesiones facilitaban la proliferación de hongos, por lo que los veterinarios del zoológico recurrieron a un método poco conocido: pintar al mamífero con una sustancia de color violeta.
“Si no la pintáramos periódicamente, el color violeta desaparecería con el agua y la enfermedad se extendería por toda la piel, lo que podría hacerle perder el pelaje”, explicó doctora Analía Pedrosa, miembro del equipo de veterinarios del Zoológico de Mendoza en declaraciones al diario La Nación en julio de 2003.
La sustancia que se utilizaba para pintar a la osa polar era un fungicida de color violeta y que contenía genciana. En aquella oportunidad fue la segunda vez en que se sometió a Pelusa al tratamiento.