Algunos fueron meros espectadores, fascinados el jueves con la magnitud de la tormenta de agua y granizo que asoló al Gran Mendoza y que produjo aluviones y daños de diversos tipos. El fenómeno meteorológico del jueves dio lugar a videos viralizados, a fotos sorprendentes y a comentarios asombrados.
Sin embargo, una gran cantidad de mendocinos no tuvieron tiempo para la fascinación: casas inundadas, techos en peligro de derrumbe, mercadería destruida y hasta situaciones angustiantes marcaron el día de muchos de ellos. Son estas situaciones en las que la precariedad de las viviendas muestra su peor rostro.
Carmen Fernández tiene 35 años. Vive en una vivienda humilde de Las Heras, que a duras penas se puede mantener en pie. Bajo el mismo techo viven su esposo y sus tres hijos y se encuentra cerca del control de colectivos de la empresa El Plumerillo. A unas pocas cuadras, vive su suegra, Dalinda Antonia Hinojosa (57), quien está cuidando sola a su nieto, a no ser que su hijo -quien viaja todas las semanas a Lavalle para trabajar- regrese para convivir con ella cuando está liberado.
En la casa de esta última se encontraban durante la mañana de ayer Carmen y Dalinda, y a la nuera le faltaban fuerzas en sus manos para sacar baldes y baldes de agua, consecuencias del temporal y la inundación de la casa de su suegra, casi tan humilde como la propia.
“Nos tomó por sorpresa el temporal. Tuvimos que salir todos, ya que se nos cayó parte del nailon del techo. Después me llamó mi esposo desde el trabajo para que fuera a ayudar a mi suegra. Fui con algunos de mis hijos y la encontramos subida a un caño, descalza y esperando que pasara todo. Y a mi sobrino, también descalzo, y congelado. Todas las cosas estaban flotando”, resumió Carmen, entre balde y balde de agua que iba vaciando para desagotar la vivienda.
Tristeza y decepción son las palabras que elige Carmen -su suegra casi no puede hablar- para describir las sensaciones del día después.
“Da bronca que no se haga nada para evitar que suceda esto cada vez que llueve. Todo el año nos ignoran, y ahora aparecen”, agrega con dolor.
Tristeza por ella y por los chicos
A Érica Bazán (48), la tormenta la sorprendió caminando del Algarrobal de Abajo al Algarrobal de Arriba. Iba junto con sus hijas Malena (16) y Milagros (8), cuando se desató el temporal. “Me chapó en la calle y fue muy feo en lo personal. Sufrimos un montón para volver y se nos congelaron los pies. En un momento me caí y tuve mucho miedo, sobre todo por mis nenas”, cuenta, aún asustada.
Pero lo peor no fue eso. “Lo más duro fue volver. Vivo en el barrio de Luz y Fuerza del Algarrobal de Abajo y allí la mayoría de las familias vive de los hornos de ladrillos. La tormenta destruyó todo. Es muy triste ver a tanta gente así”, asegura.
Érica no puede dejarse caer, igualmente. Vive en su casa con su esposo Gustavo (29) y sus dos hijas. Pero, además, se desvive por 65 chicos del barrio, a quienes asiste a través de Niupys, el merendero y escuela de fútbol que funciona en su misma vivienda. “Dormí en total oscuridad y en medio del barro, pero pensando en cómo se habían mojado los bancos, los tableros, y unas fuentes que tenía para que comieran los chicos y se destruyeron”.
“Por suerte a la noche la municipalidad vino y nos trajo colchones y nailon que recortamos para cubrir los techo. En lo demás, hay que empezar todo de nuevo”, culmina.
Algo parecido vivieron Paula y su familia, del barrio Esperanza (El Algarrobal). “Se nos llovió todo, y se nos mojaron los colchones”, cuenta en el ingreso a su casa, un humilde espacio con un pasillo de tierra que ahora es puro barro.
Por el suelo, además del fango que quedó, se observan juguetes y maderas que sirven para no pisar el agua. Paula, su esposo y sus cinco hijos sólo piensan en los colchones que recibieron en el Centro de Atención al Vecino (CAV) del barrio, donde el intendente en persona entregó unos 250 colchones y plástico a los vecinos, para ayudar a paliar esta emergencia que, en ellos, mostró su peor cara.