Verónica, la niña que vivía en una carpa, comía en un merendero y ahora alimenta a 70 chicos

De chica vivió en una carpa junto a su familia, capitalizó los momentos difíciles de su infancia, estudió una tecnicatura, trabaja y junto a otras mamás brinda alimento para 70 niños de Guaymallén.

Verónica, la niña que vivía en una carpa, comía en un merendero y ahora alimenta a 70 chicos
Verónica estudió Tecnicatura en Organización de la Sociedad Civil y creó la entidad “Camino a Casa”, que busca solución habitacional para varias familias / Nicolás Ríos

Cada vez que Verónica Zarandón abre su portón y ve a los niños con su jarrito esperando recibir su ración de leche, aparece en su memoria la niña que alguna vez fue: una niña repleta de hermanos que vivía en una carpa y se alimentaba gracias al merendero del barrio.

Nada resultó fácil en la vida de esta mujer aguerrida, casada y mamá de dos hijos, que estudió y salió adelante para torcer un destino que parecía irreversible.

Capitalizó, así, la historia de aquella chiquita con necesidades materiales y ese impulso la llevó a abrir hoy su propio merendero, “Construyendo Pasitos”, que funciona en el patio de su casa, en Félix Suárez 2240, Guaymallén.

Con la ayuda de un grupo de mamás voluntarias y el aporte del municipio, que se hace cargo de la leche, Verónica recibe dos veces a la semana a 70 chicos del sector para brindarles una suculenta merienda. Además, creó un ropero comunitario.

Si bien ella ya había fundado una asociación civil, denominada Camino a Casa, que tiene como objetivo que un grupo de personas logre la vivienda propia, la idea del merendero surgió frente a las necesidades crecientes de las numerosas familias que quedaron fuera del sistema en tiempos de pandemia.

“Vero” nació el 14 de junio de 1980, en Godoy Cruz y tiempo después la familia se mudó a Guaymallén. Recuerda que solía darse cuenta de que era su cumpleaños cuando su mamá le daba un beso y le decía que ese día no lavaría los platos. Pertenecientes a los Testigos de Jehová, esa celebración pasaba por alto.

Tras haber sufrido los embates del terremoto de 1985, la familia se mudó a casa de una abuela y los merenderos y comedores comunitarios seguían siendo un refugio para ella y su puñado de hermanos.

Más tarde la familia recibió un módulo –algo así como el esqueleto de una vivienda- y permanecieron allí, siempre amontonados, hasta que su papá consiguió un empleo más estable. Verónica pudo finalizar la secundaria y no solo eso, sino que comenzaba a pensar en alguna carrera universitaria. Sentía que su vocación era todo lo referente a lo social.

“Mi madre sufría depresión y en algunos períodos de mi vida heredé esa condición. Fue muy difícil, pero formé mi familia, estudié y ahora estoy viendo los frutos, algo que me pone muy feliz”, reflexiona.

Estudió tecnicatura en Organización de la Sociedad Civil y, en su proyecto final, creó su propia entidad con el firme propósito de luchar por la casa propia, porque el “techo” fue su mayor carencia en el pasado y hoy, asegura, no quisiera irse de este mundo sin convertirse en propietaria.

Vuelve a este presente de tanta recompensa y advierte la felicidad que le provoca poder ayudar a los chicos del barrio, que cada vez son más.

“Tal vez tenga que ver con que a mí no me han festejado los cumpleaños, pero lo cierto es que nosotros celebramos todo”, cuenta y agrega que la llena de satisfacción saber que los chicos tienen su leche y su tortita asegurada al menos dos veces a la semana.

“Ojo, el resto de los días suelen tocarme la puerta para comer. Por ahora tenemos mercadería para miércoles y viernes”, lamenta.

“¿Cómo no hacer esta obra si los comedores y los merenderos eran instituciones que me contenían y sostenían?”, se pregunta, mientras pide ayuda a la comunidad para seguir sobrellevando el funcionamiento del lugar.

En primer término, dijo, necesita un anafe o cocina –actualmente la leche se calienta a fuego—pero también ropa, calzados, alimentos no perecederos, colchones y todo lo necesario para las familias frente al invierno que se avecina.

Insiste, mientras sonríe, en lo recompensada que este proyecto la hace sentir todos los días.

“Mi esposo Leonardo y mis hijos Agustín y Matías son pilares fundamentales en mi vida pero estos niños, los que llenan de alegría el merendero, llegaron para quedarse”, indica, para agregar que volcará junto a las mamás voluntarias, todo el tiempo y el esfuerzo necesarios para darle continuidad.

“La cuarentena representó un antes y un después y las necesidades se incrementan día a día”, señala Verónica.

A Vero, esta situación nadie se la ha contado: la observa todos los días. Es más, la vivió en carne propia.

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