Cinco meses de distancia, sin abrazos, sin la vida de antes. Marzo hizo realidad la amenaza que se veía en pantallas y, coronavirus mediante, hubo que aprender de un día para el otro a hacer las cosas de otro modo, de lejos, como se pudo. Y aunque ha sido un gran desafío para todos, sin dudas los más aislados entre los aislados (o distanciados, desde junio) son los adultos mayores.
Quienes tienen más de 60 años han sido considerados grupo de riesgo y es a quienes más se ha pedido acatar la medida. Algunos lograron adaptarse, otros se sienten atrapados. Pero todos coinciden: lo que más duele es no poder abrazar a los nietos e hijos.
“Anímicamente estoy bien, no me ha afectado esto de estar encerrada, sólo me da angustia no tener los abrazos de mis nietos. Tengo tres hijos valiosísimos y diez nietos que son un farolito. Me falta el contacto físico con la gente que amo y eso que mis nietos nos escriben siempre, me tienen entretenida, nos vemos por Zoom pero la máquina no es lo mismo que estrecharlos y sentir su corazón latir cerca del tuyo”, contó Mirta (78), quien vive con su esposo.
Para Cristina (69) ha sido más duro, vive sola, tiene una hija en Mendoza y otro hijo fuera del país. “Después de 150 días ya estoy harta, para mi es una condena, es como estar en la cárcel”, describió.
Contó que su hijo iba a volver a Argentina con su nuera y su nieto dos días después de que dictaron el cierre de fronteras. “Eso me dio un bajón muy fuerte. No hacía nada, no tenía interés, estuve tomando un antidepresivo; la soledad fue un shock, sobre todo no poder ver a mi familia y no poder salir a la calle”, relató.
Actitudes y aprendizajes
Si hay alguien que le ha puesto actitud a la situación, esa es Mirta. Contó con la ayuda de la vecina para las compras. Con su esposo disfrutan de armar rompecabezas de hasta 3.000 piezas. Pero no sólo eso. “He tejido todo para regalar”, compartió esta docente jubilada. “Estoy haciendo muñecas tejidas rellenas con vellón y ropita para escuelas, llevo 16 conjuntitos, son para la escuela Estrella Andina, hechas de materiales nobles como tela, nada de plástico”, relató.
Mirta tiene visión clara y por eso aseguró: “Cuando uno tiene problemas encuentra puertas. Yo suelo buscar las puertas que se pueden abrir”.
Marta (74) y su esposo José (82) estaban habituados a la independencia, pero en esta situación no les quedó más opción que depender de la ayuda de sus hijos. Uno de los mayores desafíos fue la conexión digital, que no tenían muy aceitada. “Casi no uso el celular, es más, siempre lo pierdo”, dijo él.
Por todo, debieron adaptarse. “Los médicos suben los pedidos de medicamentos a un sistema y los pido a la farmacia, que me los trae a domicilio. Pero pagar impuestos y servicios no sé, así que lo hacen mis hijas” contó Marta. Tratan de minimizar las solicitudes, pese a que su familia está siempre pendiente de todo y aseguran que no incomodan pero ellos prefieren “no molestar”.
Un amor nacido en pandemia
Margarita (69) vive en un hogar para adultos en Maipú. “Me interné en enero, voluntariamente. Me caí y con la cadera rota y no quería ser una carga para mis hijos, así que yo estoy en cuarentena desde entonces porque no podía subirme a un auto”, relató.
En estos lugares fue donde desde el inicio, tras la llegada del virus Sars CoV-2 y por protocolo, se suspendieron las visitas, así que allí quedó, aunque reconoce que en el lugar “tiene coronita” y la dejan tomar cerveza.
“A mis hijos los veo cuando me traen algo. Es a través de un portón y hay que estar a más de un metro de distancia y con un asistente al lado”, remarcó. Dijo que, como una familiar de las cuidadoras había dado positivo de Covid-19, estuvieron cinco días dentro de la habitación. Pero no le resultó terrible: “Tuve una propuesta de casamiento muy formal. Él tiene 98 años y hasta quería presentarme a la hija. Le dije que tengo que pensarlo y todos los días por la mañana me pregunta”.
El bolsillo
La manera como los adultos mayores pasan la pandemia depende de los recursos con los que se cuente. Los económicos son parte de ellos y determinarán poder acceder a más comodidades o lidiar como se pueda con las carencias.
Marta dijo que la situación de algún modo tuvo impacto en su economía: tuvieron que cambiar los hábitos de compras y ya no salir a buscar precios a una feria, como antes, sino pagar lo que pidan los comercios en las cercanías de su vivienda.
Alejadndra Roja es referente social de la organización Barrios de Pie en Guaymallén y señaló que a las meriendas que daban para los niños han sumado un vaso de leche para muchos adultos mayores con necesidades. “Algunos la están pasando mal. La jubilación no les alcanza y no pueden salir a buscar ofertas”, explicó. Dijo que muchos, con su magra jubilación, ayudan a sus hijos y nietos que también están complicados y que, a veces, conseguir ayuda y medicamentos de Pami requiere trámites que no pueden hacer. Por eso gastan más dinero en medicamentos sin la cobertura o peor aun, no los compran.
Advirtió que también a muchos les ha resultado difícil acceder a atención en centros de salud, ya que no les han informado bien cómo hacer e incluso los maltratan por estar en la calle a su edad. “Están desorientados -apuntó-, no se atienden y se deterioran”.
Otra inquietud es que muchos están solos y le tienen que pedir a alguien que les compre mercadería, muchas veces con el temor de ser estafados.
Los miedos
Hay quienes dicen no tenerle temor a este “bichito” que a los jóvenes provoca cuadros leves pero a los mayores puede llevarlos a una situación crítica. Aunque a muchos se los ha visto salir triunfantes de la batalla, el riesgo existe.
Lo llamativo es que suelen asegurar que si tienen temor es más por el contagio de sus familiares. “Estoy en la edad de riesgo pero estoy sana y no tengo enfermedades, entonces no me da tanto miedo enfermarme. Si me da un poco de pánico que me internen en un hospital sola”, confesó Cristina.
Dijo que lo más duro es no ver a sus nietos. “También que mi hijo se quedó fuera del país y me preocupa la situación de mis dos hijos de acá para adelante, porque el mundo va a estar complicado; yo ya tengo la vida hecha, ya no tengo que preocuparme por si me despiden, pero me preocupa el país”, reflexionó.
Después del desánimo vino la adaptación
La psicóloga social Nilda Bautista, explicó que las emociones y sentimientos de los adultos mayores han ido cambiando en el transcurso de estos meses.
Hubo enojo, sentimiento de discriminación y angustia al principio, pero muchos lograron adaptarse y encontrar sus recursos.
“Si bien en un momento costó un montón e incluso se enojaron con las medidas en general, hoy he visto que hay una mayor responsabilidad y adaptación a la situación que en los jóvenes”, destacó.
Han logrado incorporar servicios digitales, entre otras cosas para el entretenimiento y nuevas actividades.
“Lo que nos ha dejado la pandemia en este tiempo es poder aceptar lo que estaba ocurriendo, poder apropiarse de herramientas. Las crisis, si sabemos transitarlas, nos dejan un gran aprendizaje”, remarcó.