Viña del Mar, enero de 1977. Con sus flamantes 16, Carlos Pérez se había convertido aquella noche en el alma de la fiesta. Relataba historias con tanta gracia que no había quien no lo admirara entre los chicos y chicas que veraneaban en Chile. De pronto, una hermosa quinceañera pasó, indiferente, entre el tumulto: era Ximena Gray, la Luli. Quedó “flasheado”. Y cuando por fin ella se sentó a escucharlo, él multiplicó sus artilugios para conquistarla.
El amor es algo que ocurre y se produce sin explicación. Por eso Carlos no dudó en dejarle una carta antes de cruzar la Cordillera y regresar a su Rivadavia natal, en Mendoza. Aquellas líneas resultaron la primera semilla de una increíble historia con matices de novela. Pero luego de varias temporadas de un romance que se forjó en los veranos, con cartas de correo postal esperadas con impaciencia, finalmente la distancia jugó en contra y cada cual siguió su rumbo.
En las últimas líneas escritas por ella, le dijo que se casaba. Y, claro, cuando llegó enero, Carlos llegó a Chile y Luli ya no estaba. “Se me cayó el mundo, pero era comprensible y no hice reproches. Le deseé lo mejor. Qué otra cosa podía hacer”, cuenta.
Después de estudiar licenciatura en Arte en Santiago, Luli fue una exitosa cantante, tuvo dos hijos y se desarrolló profesionalmente en el área financiera de bancos. Carlos siguió la carrera de Enología y también se casó y buscó su futuro.
Rivadavia, Mendoza, noviembre de 2016. Él no era un hombre de redes, pero ese día, intrigado por la vida de una mujer que no había olvidado, la buscó a través de un Facebook ajeno. La primera imagen que apareció en la pantalla era la de una mujer madura, tanto o más hermosa que en los 80. “Se me encendió un deseo inmenso de saber más”, confiesa Carlos, que a los 56 imaginaba su futuro “regando plantas y paseando perros”.
Le envió un mensaje y la respuesta llegó de inmediato. Casualidad o causalidad, los dos finalizaban una relación. Carlos inventó cualquier excusa para viajar a Chile. “Apenas leí sus mensajes, los sentimientos afloraron intactos. Su humor tan particular, su frescura, su redacción impecable. Otra vez estaba atrapado”, recuerda.
Llegó a Santiago y quedaron en verse en el restaurante que frecuentaban, El Huerto. La esperaba nervioso como un adolescente. Ella no llegaba y decidió llamarla. “Cuando me atendió se me cayó la estantería. Volver a escucharla fue una de las experiencias más maravillosas de mi vida”, asegura.
Así, se convirtieron en adolescentes de casi 60, “resplandecientes, muertos de risa, con proyectos que iban concretándose en tierra firme”, definen. Un año más tarde, a fines de 2017, Luli se mudó con él a Mendoza. “No queríamos perder más tiempo separados, la vida nos estaba regalando una hermosa oportunidad y no la íbamos a desperdiciar”, recuerda.
“Mi familia -agrega ella- por fin me vio feliz, con un hombre encantador, lindo en todo sentido y pendiente de los detalles”. Desde que comparten la vida, la relación crece, se fortalece y avanza en la misma sintonía. “Encontramos la belleza en las pequeñas cosas, pero con los avatares diarios. No vivimos en las nubes, sino con los pies sobre la tierra y a la vez conectados”, enfatiza Carlos, para concluir: “Soy inmensamente feliz”. “Ha sido una hermosa aventura, siempre recordando quiénes fuimos y viviendo este amor como personas maduras, seguras, privilegiadas”, completa ella.