Hasta hace poco se pensaba que el síndrome metabólico era una patología que afectaba exclusivamente a los adultos, pero en 2017 la Academia Americana de Pediatría alertó de su presencia en edad infantil y adolescente. Hace poco, el Grupo de Trabajo de la Sociedad Europea de Cardiología también emitió un informe acerca del riesgo cardiovascular que significa para niños y jóvenes.
Los especialistas definen al síndrome metabólico como un conjunto de al menos tres componentes de riesgo cardiovascular, que incluyen alto nivel de glucosa, colesterol, triglicéridos en sangre e hipertensión.
Aunque en algunos casos pueden ser consecuencias de origen genético, relacionado con alteraciones hormonales o con enfermedad renal; su crecimiento en el último tiempo va de la mano con el aumento de la obesidad, la transición alimentaria y el sedentarismo. En este sentido, los estudios epidemiológicos indican que también tiene mucho que ver con los hábitos de vida.
En España, por ejemplo, la presión arterial elevada afectaba al 3,17 % de los niños y al 3,05 % de las niñas en edad escolar en 2013. Pero estas cifras se han incrementado en dos puntos porcentuales durante la última década, según un estudio que publicó un grupo de investigación de la Universidad Complutense en la Revista Española de Cardiología.
La misma investigación detalló que en 2022 la prevalencia de hipertensión alcanzó al 5,3% de los niños y niñas entre 9 y 16 años. Además de la dieta, el otro factor clave parece ser el sueño: dormir menos de lo necesario multiplicaba por 1,5 el riesgo de que los menores padecieran presión arterial elevada.
La restricción del sueño tiene consecuencias perniciosas porque, entre otros efectos hormonales, aumenta la concentración de cortisol y grelina, a la vez que disminuye la leptina, provocando mayor sensación de hambre durante el día.
Prevención y detección temprana
Como aspecto importante que es, la dieta juega un papel fundamental y puede ser positiva si se cuida su calidad. Según el estudio, entre los niños que seguían una alimentación de óptima calidad de acuerdo al índice KIDMED (que evalúa el grado de adhesión al patrón mediterráneo) ninguno era hipertenso.
Por otro lado, entre aquellos otros clasificados con un nivel de calidad dietética media, la tasa de afectados fue del 4,7 %. Y este valor se duplicó (8,1 %) en los escolares cuya dieta se puntuó como de baja calidad.
La actividad física también resulta muy beneficiosa para prevenir la hipertensión infantil: seguir las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (que establecen el mínimo en una hora de practica intensa), o hacer deporte extraescolar tres veces a la semana, disminuyen el riesgo en torno a un 20 %.
Aunque la prevalencia de la hipertensión en la infancia y adolescencia no presenta todavía cifras alarmantes, sí que está aumentando de manera paulatina, razón por la cual conviene identificarla cuanto antes.
En conclusión, ya son muchos los estudios que relacionan la presión arterial elevada en la infancia con la hipertensión, el daño orgánico y otras enfermedades asociadas en edad adulta. Sin duda, es una condición poco diagnosticada y aún no hay datos sobre el riesgo que asumirán en el futuro los niños hipertensos no tratados.