Un estudio reciente realizado por un grupo de especialistas de la Universidad de Tel Aviv ha reabierto el debate sobre dos clavos de hierro que podrían haber sido utilizados en la crucifixión de Jesús de Nazaret. Estos clavos fueron inicialmente presentados en 2011 por el investigador Simcha Jacobovic en su documental “Los Clavos de la Cruz”, donde afirmaba con certeza que eran los mismos usados en la crucifixión.
Este estudio generó gran revuelo en el mundo de la arqueología y de la historia al afirmar que los clavos que supuestamente se usaron para la crucifixión de Jesús, realmente tienen restos de madera y material óseo incrustado.
En su momento, la comunidad científica mostró escepticismo sobre el hallazgo, cuestionando la autenticidad de los clavos. Sin embargo, un análisis realizado por el geólogo Aryeh Shimron ha aportado pruebas que podrían respaldar la teoría de Jacobovic. Según las revelaciones hechas por Shimron al periódico israelí ‘Haaretz’, en 2020, los clavos tienen una antigüedad de 2.000 años y presentan rastros microscópicos de hueso y madera incrustados en el metal.
El geólogo retirado se dedicó a analizar la composición de los misteriosos objetos punzantes que la tradición atribuye a los utilizados para sujetar al Hijo de Dios en un madero, tal y como lo describen los relatos bíblicos. Estos rastros fueron interpretados por Shimron y su equipo como una evidencia significativa de que estos clavos fueron utilizados en una crucifixión. Aunque no se puede afirmar con total certeza que fueron los clavos utilizados en la crucifixión de Jesús.
Los clavos en cuestión fueron hallados en la Cueva de Caifás, un lugar de sepultura que se cree perteneció al Sumo Sacerdote judío Caifás, conocido por su papel en la condena de Jesús, según el relato del Nuevo Testamento. El hallazgo fue hecho en una tumba del siglo I, lo que añade relevancia histórica al descubrimiento. El estudio realizado en Tel Aviv concluye con un grado considerable de confianza que los clavos analizados son los mismos que fueron excavados en la tumba de la familia Caifás, en 1990. Además, afirman que estos clavos fueron empleados en una crucifixión, aunque no se puede establecer de manera definitiva la identidad del crucificado.
El estudioso comparó el material de los clavos con el material de los osarios de la tumba: cajas de piedra caliza que se utilizan para almacenar los huesos de los muertos. La hipótesis planteada por Jacobovic, sino que también sugiere que los clavos podrían estar directamente vinculados con eventos históricos descritos en el Nuevo Testamento.
Según lo señaló el portal The Sun, en octubre de 2020, los clavos que analizó Shimron tuvieron un derrotero errático a lo largo de los siglos: fueron encontrados supuestamente en una cueva funeraria del siglo I en Jerusalén, la que se le atribuye a Caifás -el sumo sacerdote judío que envió a Jesús a la muerte-. Por lo tanto, Jacobovici sostiene en su teoría que es posible que Caifás, arrepentido, haya guardado los clavos.
Así, la cueva de Caifás fue la única coincidencia para los clavos de las 25 tumbas analizadas, según explicó el propio investigador. “Hemos descubierto finas astillas de madera acumuladas dentro del óxido de hierro de los clavos. Está bien conservada y completamente petrificada. La madera es, por lo tanto, antigua y no es una unión fortuita o artificial a los clavos”, explicó el Dr. Shimron sobre el material encontrado en la cueva de Caifás.
“Está bien conservado y completamente petrificado... la madera es por tanto antigua y no es una casualidad ni una falsificación hecha por el hombre al fijar los clavos. Dentro del óxido y los sedimentos adheridos a los clavos, también identificamos y fotografiamos una serie de fragmentos microscópicos de hueso”.
La Autoridad de Antigüedades de Israel (AAI) siempre ha sostenido que los clavos en cuestión no proceden de la tumba de Caifás. Y aunque la autoridad reconoció que el nuevo estudio es “interesante y da que pensar”, un portavoz dijo que sus “conclusiones históricas inequívocas son un tanto problemáticas”.
Su declaración decía: “Parece razonable que los clavos mencionados en la investigación de hecho provengan de una cueva en Jerusalén que data del mismo período.