Mendoza se extiende íntegramente sobre tierras secas, organizada sobre la confrontación entre tierras secas irrigadas “oasis” y tierras secas no irrigadas “desierto”. El modelo impulsado desde fines del siglo XIX, basado en el dominio de los recursos estratégicos agua y suelo, favoreció un desarrollo regional fuertemente apoyado en las tierras irrigadas que permitió la consolidación del modelo vitivinícola exportador. Actualmente, los territorios no irrigados no sólo dialogan con un ambiente desertificado sino, además, con fuerzas sociales, políticas y económicas que los ubican en los márgenes del sistema. Los espacios no irrigados funcionaron como proveedores de recursos para desarrollar las zonas irrigadas y de mano de obra para sus actividades productivas. De este modo fueron cercenados en su derecho al acceso a recursos estratégicos como el agua y las políticas de desarrollo. Sus habitantes enfrentan severos procesos de desertificación, pobreza, déficit de equipamiento y servicios.
Políticas públicas macroeconómicas, transformaron las tierras secas irrigadas a expensas de las no irrigadas, fundadas en la extracción de su capital natural y social para impulsar oasis y ciudades, manifestado en una disminución sostenida del agua superficial en el desierto, la tala del bosque nativo, la desecación de humedales y la pobreza de la población rural, limitada a actividades de subsistencia. Esto, agravado por el cambio climático que, unido a los procesos de desertificación, agudizan la crisis hídrica actual. Nos preocupamos por la retracción de los glaciares y el cambio de régimen hídrico, pero no percibimos que la falta de agua es una condición “normal” en la vida de los habitantes de las tierras secas no irrigadas.
Una provincia más equilibrada y solidaria requiere mejor y más eficiente distribución de los recursos entre todos sus habitantes. Es tiempo de diseñar/implementar políticas públicas orientadas a la complementación y no la competencia entre tierras secas irrigadas y no irrigadas. Lograr herramientas económicas para recuperar el capital natural y social perdido por estas, como “proyectos integrados” que acompañen la restitución de tierras a los pobladores locales; el acceso al agua para uso humano y animal; la aplicación de un paquete tecnológico para la recuperación de tierras, el aprovechamiento agro-silvo-pastoril con recursos endógenos y la inversión en el mejoramiento de infraestructuras y servicios en estos territorios.
* La autora es profesora de geografía e investigadora del CONICET.