Tal vez, aquellos tres cuentos a los que hoy mira “con mucha ternura” y que logró publicar con tan solo 18 años en un medio paraguayo le abrieron las puertas a su oficio de “escribidor”. Esa pasión llevó luego a Guillermo Giaquinta a despuntar el vicio a través de canciones y de la publicidad, aunque también a través de novelas que no ha publicado porque -dice- no ha logrado que alguien las legitima.
“Soy escribidor porque escritor es el que publica -explica-. Vivo perdiendo en los certámenes, pero insisto... persevero”, admite este hombre que además “jugó” a ser músico y hasta actuó como abogado de Arturo Bonín en una película que se filmó en Mendoza.
Siempre ha estado en el detrás de escena, aunque varios de sus trabajos lo han trascendido. Por eso, siente que la entrevista no debería ser a él. Ahora, retirado de aquellos días de propaganda política, se refugia en su casa de Luján -junto a sus compañeras, mascotas rescatadas, Pocha y Pepa- y graba podcasts “sobre las cosas que nos interesan a los que nos interesamos por las cosas”.
Con ese tono de voz que se escucha en sus episodios, este hombre de 61 años se entusiasma al hablar del mundo de la publicidad. Considera que la palabra “creatividad es gigantísima” y no cree en eso de que sea un don o que venga de afuera. Como dice en alguno de sus más de 40 podcasts -que también se pueden escuchar desde el canal de Los Andes- entiende la vida como algo cíclico.
“Me gusta hablar de ciclos y no de etapas. No entiendo a la vida como algo lineal... Los ciclos se llaman ciclos porque dan la vuelta y vuelven al mismo punto. Y en la vida ese mismo punto que cierra el círculo sos vos... Terminado un ciclo empezás a ser ex”, grafica y reflexiona que de ese modo uno puede “mirar desde afuera, interactuando desde otro lugar” ese ciclo.
Primer ciclo: las canciones
Guillermo es el segundo de los cuatro hijos de dos trabajadores que, para que continuara ligado a las raíces de la familia inmigrante, lo mandaron a cursar la primaria a la escuela Italiana como su padre y sus tíos, y así adoptó el idioma de sus abuelos como segunda lengua.
Ya de más grande se fue de mochilero a Paraguay, donde logró legitimar -como le gusta decir- sus tres primeros cuentos. Mientras trabajaba de lavacopas y barman en un pub, se tomó el atrevimiento de interactuar con dos tipos que le “enseñaron que los buenos tomadores toman en la barra, parados, para saber irse por sus propios medios”.
“Yo era un atrevido de 18 años, charlé con ellos y bien caradura les conté que escribía. Uno de ellos me dijo ‘andá al diario La Tribuna, que era la oposición a Alfredo Stroessner, y preguntá por el director’. Yo tenía unos textitos y los llevé. El director era él. Esos tipos eran Miguel Ángel Caballero Figún y José Luis Appleyard. Es como decirte Sábato y Borges -compara para que no queden dudas sobre la trayectoria de sendos escritores y periodistas reconocidos-. Y me publicó tres cuentitos que yo miro con mucha ternura”, recuerda este hombre que al nacer vivió en Guaymallén, después tuvo “52 domicilios como buen hijo de padres separados en los ‘70″ y hace 15 años se asentó en Vistalba.
Escribe porque le gusta, aclara que todo lo ha hecho “con una A4 y una Bic” e insiste en “esa cosa mágica en la vida que es que alguien te legitime”.
Esa legitimación llegó también de la mano de varios músicos para los que escribió canciones. “Un músico te legitima cuando te pide la letra porque le gusta. Si no sucede eso, no andás de letrista por la vida. Mirá a Horacio Ferrer con Piazzolla: no era autor de tango, era un tipo de una creatividad extraordinaria, pero lo llamó Piazzolla y le dijo ‘quiero que me escribas’. Es un ida y vuelta, pero no creo que el letrista busque al músico, sino al revés”, advierte.
Las letras que más trascendieron y se han vuelto a escuchar estos últimos días por la muerte de Marciano Cantero son las que escribió para los Enanitos Verdes: “Conciencia contra-reloj”, “Sumar tiempo no es sumar amor” y “Vivo dos veces”, que no tuvo el impacto de las dos anteriores.
Mientras mi memoria tararea “sumar tiempo no es sumar amor, sumar tiempo no es sumar amor y en la soledad, se está mejor” y -como en una película- aparecen esos momentos ochentosos de decepción amorosa, Guillermo sirve las tasas de té que nos ofreció cuando llegamos. Y confiesa -como cuentan tantos letristas de canciones exitosas- que estos hits que le “dieron la obra social” para él y su hija Malena “se hicieron en 15 minutos” cuando él tenía 21/22 años.
“Tampoco voy a subestimar que se produce cierta química y magia. Creo que la letra es lo de menos: cuando una melodía garpa, no creo que la letra arruine la melodía. Sí una melodía mata a ese pobre tipo; no lo escucha nadie. Pero cuando se produce ese empate (entre melodía y letra) es una magia increíble”, considera.
Guillermo llegó a “Los Enanos” gracias a Tito Dávila, quien compuso la música de esos tres temas y de otros tantos que escribió Giaquinta. Juntos habían estado en el Coro de Regatas y fueron parte del grupo de folclore fusión Tonal (con Ricardo Bujaldón, Pipi Morgui, Cecilia Díaz, Anibal Cuadros, Tuti Vega y Ángel Parrilla). “He hecho letras para Tonal, Marcelo López, Anibal, Los Enanos. Con Tito tenemos un montón de temas de diferentes ritmos”, especifica.
Segundo ciclo: la publicidad
Si lo de letrista había sido más como un hobby, lo de la publicidad apareció como su trabajo y la considera su “tabla de salvación”.
“Estaba estudiando Filosofía y me cambié a Córdoba, aunque no fui nunca. Llegué a cuarto año. Estaba viniendo mi hija en viaje en la panza de su madre y la publicidad me encantaba. Iba a ver los premios Clio al cine Lavalle”, recuerda.
Mientras destaca que realmente lo buscó, admite que jamás lo estudió. “En mi época no se estudiaba. La publicidad llamaba al músico y lo hacía jinglero; al diseñador y lo hacía armador de aviso; al que escribía lo hacía redactor”, cuenta y reconoce que a pesar de haber dado talleres de creatividad en diferentes casas de estudio, descree que se pueda aprender esa carrera.
“La publicidad es el mecenas del siglo XX. Todos sabemos que es la pata bastarda de cualquier expresión artística. Tu creatividad, que me parece una palabra gigante, está acotada: a ningún artista plástico que vende una obra, el cliente le dice ‘verde no’. En cambio, vos tenés que sentarte con un cliente y aceptar. Dicen que los mejores spots publicitarios están en el cesto de papeles”, analiza.
-¿Cómo has lidiado con eso?
-Hay clientes y clientes. Pero si estás trabajando en una agencia tiene que haber un acuerdo entre el dueño y vos para dar batalla y estar convencido. Entonces el cliente puede decir “si estoy pidiendo asesoramiento, me rindo”.
Dentro de este mundo, decidió inclinarse por la política, ámbito en el que desarrolló su carrera hasta 2019. En su haber hay campañas para “todos los partidos” y en distintas provincias. Además de Mendoza, trabajó en La Pampa, Santiago del Estero, Córdoba, y también para Lilita Carrió. “Perdí muchas campañas, pero gané varias de todos los colores políticos, porque yo era publicista: vendía las balas, no hacía la guerra”, señala “bastante más desencantado que el ciudadano común” de los políticos, aunque todavía sigue “creyendo en la democracia y la política”.
Entre sus casos de éxito, se pueden recordar aquellos avisos televisivos para el partido Demócrata que fueron disruptivos porque “venían de una comunicación de saco y corbata”.
El que contribuyó para que los demócratas se posicionaran en las elecciones de Convencionales Constituyentes de 1994 fue el personaje que se subía a un colectivo y se presentaba como un buscavidas con una caja de zapatos. Y tres años después, para las Legislativas de 1997 en las que Carlos Balter se impuso ante los candidatos del PJ y del radicalismo, fue aquella en que dos señoras tomando mates enumeraban los aspirantes a diputados nacionales.
-¿Traés la creatividad en la sangre?
-No podría decirte de dónde viene eso. No creo en eso de que venga de afuera. No es un don: nadie te lo da. Es una manera de pararte ante la vida. Había un lema en las agencias de publicidad que decía: “Hablar como muchos, pero hacer como pocos”. Eso ya te corre a un lugar. Y el que te escucha piensa “qué creativo ese tipo” y no, solamente lo estoy diciendo de otra manera. Creatividad es una palabra gigantísima; es hacer algo diferente a lo que hizo el anterior; es peinar a contrapelo.
Lejos de creérsela, dice que nunca se sintió en algún lugar y se identifica con las palabras del publicista Gabriel Dreyfus que señala que para ser creativo hay que haber hecho de todo en la vida, pero mal porque te da una mirada desde afuera. “El que lo hace bien queda atrapado en lo que hace bien. Y yo, evidentemente, lo he hecho mal”, cierra.
Tres minutos y 300 palabras para pensar algunas cosas
Este publicista y escribidor -como se define- cuenta que cree en el azar y no en el destino; confiesa que odia el deporte -sólo hizo para acompañar a su hermano cuando eran chicos- y dice que es “bastante escéptico de la humanidad”. “No creo que el hombre esté en el plan del hombre, tiene muchos intereses personales. Se decía que la gente en pandemia había cambiado. Pandemia reafirmó al que tenía alguna búsqueda interior, pero el otro siguió siendo igual”, reflexiona quien antes de retirarse de la publicidad en 2019 estuvo viviendo un par de años en Ibiza.
Con esa sinceridad, encara su nuevo proyecto de los podcasts. “Nunca hicieron falta más de una o dos palabras para decir las cosas en forma sincera y, algunas pocas más, para abrir o cerrar capítulos enteros de nuestas vidas -explica en su muro donde hay más de 40 episodios-. Trescientas palabras parecen pocas pero son muchísimas si se ordenan, una detrás de la otra, y logran el objetivo de comunicarnos. Soy Guillermo Giaquinta. Publicista, autor de canciones (algunas conocidas), escribidor y perdedor en los principales certámenes de novela del mundo (pero insisto).”
Esas 300 palabras, en las que admite no hay erudición, que son todas dudas y preguntas, en las que se deja todo abierto, y que también se pueden escuchar en el canal de Los Andes, Guillermo comparte su “mirada sobre las cosas que nos interesan a los que nos interesamos por las cosas”.
“Nacieron como una propuesta gráfica de las 300 palabras que se usa en publicidad. Los empecé a grabar para una radio y después empezó este formato. Me está dando muchas sorpresas porque es como la tendencia. Es como la radio on demand, escuchás tu programa en el momento que querés”, apunta y aclara que no se mete en política, religión o aquellos temas que se repiten hasta el cansancio en otros espacios.