Viene caminando desde uno de los edificios que están cubiertos de nieve. Lo acompañan dos perros, el Mendieta y Ceci Beatriz, dos chuchos que se aguantan el frío tanto como aquel que contaba el escritor Jack London.
Se llama José Gallardo, tiene 45 años y cuida el restaurante llamado Nido de Cóndores, donde trabaja como mozo hace 13 años, en Las Cuevas. Es uno de los seis habitantes que quedaron en la villa antes de que el coronavirus se llevara al resto a destinos menos agrestes. “Hace cuatro meses que estoy sin trabajar. Y hace 8 días que el túnel está cortado, así que acá no veo a nadie casi nunca”, cuenta desde un refugio que resguarda al entrevistado y al periodista de los 13 grados bajo cero que hay en el exterior.
Allí, las máquinas de Vialidad Nacional se afanan sobre la ruta internacional 7, a menos de dos kilómetros de las puertas, cerradas como un panteón, del túnel que conecta con Chile. El paisaje es de un blanco profundo; el silencio cuando no corre viento blanco resulta incómodo y algo inquietante. Pero el ruido de las orugas y las cadenas rompen con él en cuanto los trabajadores se dedican a despejar el camino para que los camiones que van y vienen del vecino país puedan circular.
La vista de José, que un día llegó a Las Cuevas a conocer y se quedó a vivir, se entretiene en este trajinar. Vive en uno de los departamentos que quedaron del ferrocarril a unos pasos de la estación donde se detenían los vagones. Desde allí va al restaurante donde trabaja y hace mantenimiento. Luego cruza la calle y cuenta su historia desde el refugio. Caminar y buscar refugio son dos de las contadas actividades que se pueden hacer en un día post temporal de nieve.
José, que usa barbijo aunque no haya a quien contagiar, mira por la ventana y cuenta, suelto de palabras y sin olvidar las nevadas que llegaban a acumular 8 metros sobre la ruta: “Uno se acostumbra a vivir solo. Es una rutina. Y es algo que te tiene que gustar; si no es así, te volvés caminando a Mendoza”.
Una afinada orquesta
Pareciera desprolijo y al azar, pero si uno pregunta, los hombres que están a bordo de las máquinas saben precisamente lo que están haciendo, como los músicos de una orquesta. Entre cielos y nieves eternas salen a trabajar desde las 3 de la mañana, minutos después de que deja de nevar. Antes es imposible salir, por precaución y porque la nieve no deja ver más allá de la parte delantera de los vehículos.
Fabián Aguilera es el coordinador de Vialidad del paso internacional. Tiene 45 años y desde hace 16 trabaja en esta dependencia nacional. Es de Uspallata, como los 11 compañeros que trabajan con él. Prefieren que los trabajadores sean de este distrito mendocino ya que antes, cuando se buscaba operarios de otros sitios, se capacitaban y se marchaban a trabajar a las empresas privadas.
“Una jornada de trabajo tiene que ver mucho con el pronóstico. Si sabemos que va a nevar -generalmente se enteran un día antes- ya sabemos que después toca despejar la ruta. Lo hacemos desde Punta de Vacas hasta Las Cuevas, pasando por Puente del Inca”, explica Aguilera.
Igual, agrega que cuando nieva mucho se debe hacer una brecha, de manera que los pobladores no queden aislados tanto tiempo y ante una urgencia. “Si alguien lo necesita, puede subir la ambulancia. Se hace muy despacio y con precaución porque es muy peligroso. No se ve nada”, relata.
No más charlas
Es lo que les gusta, aseguran los trabajadores de la Dirección Nacional de Vialidad. Las máquinas son nuevas y tienen calefacción. Adentro de los campamentos tienen internet, zona de esparcimiento, cocina y más estufas, para que el frío no se note. Y el contraste con el afuera es innegable.
Pero la pandemia y la distancia social para prevenir el contagio del coronavirus cambiaron las costumbres. Ya no hay desayuno ni mates compartidos. El esquema de trabajo son simples órdenes, sin posibilidad de intercambiar ideas. “Ahora decidimos todo en una oficina y se distribuyen a la distancia. Cada uno tiene su mate y su taza, ya no se discute el esquema de trabajo. Pero por protocolo hay que trabajar así”, agrega el coordinador.
Tal como cuenta el responsable de seguridad e higiene del DNV, Mario Conellón, los trabajadores no pararon su actividad. El despeje y mantenimiento de la ruta fue constante y por eso fueron exceptuados desde el día cero del aislamiento social. Uno de ellos es Carlos Aguilar (45) el capataz del grupo, que también es maquinista. Hace 14 años que realiza esta labor y dice que muchas veces está más tiempo trabajando que con su familia. “La experiencia de esto es tremenda. Pero también es duro el despeje y esperar a que pare de nevar. Nosotros trabajamos cinco a seis días seguidos y después viene el otro turno”, detalla.
Cuando vuelve a su casa se dedica a cuidar a sus animales (antes era arriero) y a andar a caballo con sus hijos por los alrededores de Uspallata. “Es un trabajo sacrificado pero cómodo. Antes era peor, cuando las máquinas no tenían calefacción”, recuerda.
Andar en la nieve
El maquinista Carlos Borquez (39) añade que lo que más le gusta es andar con los equipos en la ruta, que es “lo que esperan todo el año”. También dice que esta es la labor que siempre quiso aunque antes se desempeñó como trabajador del casino de Uspallata y como soldado. “Todos vamos aprendiendo cosas nuevas”, relata.
Por su parte, Martín Vera (37) es maquinista y soldador. Comenta que está acostumbrado a este trabajo, tanto, que a veces no duermen en todo el día por los turnos para el despeje de la ruta. “Hoy arrancamos a las 3. Tipo 10 paramos, nos tomamos un té y descansamos. Se almuerza y ya estás listo por si hay que salir otra vez. A mí me gusta trabajar de noche porque es más tranquilo. De día te aparecen vehículos y hay que tener más cuidado”, aseguró.
Vera, al igual que sus compañeros, coinciden en los peligros de andar afuera cuando nieva, saben que su trabajo es un riesgo, pero también conocen de su importancia. “Esto hay que hacerlo con ganas, o no hacerlo. Pero sí o sí tenés que tener paciencia”, grafica.
Por último, Claudio Gallardo, de 39 años, señala que no siente presión respecto a las responsabilidades. Él es el encargado de calcular las proporciones de sal que se arrojarán sobre el camino. Un fallo en los cálculos puede ser una jornada de trabajo desperdiciada. Pero el cambio de las chacras a las maquinas le sentó bien. “Te vas acostumbrado a todo. Y hasta ahora todo me ha salido como debía ser, así que estamos bien”, cierra.
Una jornada de despeje
Luego de una nevada, comienza el trabajo de despeje de la Dirección Nacional de Vialidad, que en este caso está a cargo de Rubén Dario Lomas jefe cuarto distrito.
Según contó Fabián Aguilera, coordinador de vialidad del paso fronterizo, lo que se hace es un riego preventivo de sal y vinaza para que el hielo no se adhiera a la calzada. “Después, cuando está todo limpio, se pone sal sólida que soporta siete grados bajo cero. Con 20 bajo cero lo que se hecha es sal y cloruro de calcio de 5% a 8%”, explicó Aguilera agregando que cuando nieva mucho se hace una brecha para que los pobladores no queden aislados.
El equipo de 11 personas que comanda Aguilera se desempeña desde Punta de Vacas hasta Las Cuevas, aunque otras 5 personas más lo hacen en Uspallata, donde trabajan en la ruta 149, que une a Mendoza con San Juan y la 7 desde Uspallata a Potrerillos.
En general, los turnos de trabajo son de 8 días seguidos y las horas dependen de los trabajos que haya que hace por la nieve caída. La maquinaria disponible la componen 12 vehículos especiales para el despeje a los que se suman cuatro camiones que transportan la sal y la solución salina.
Por último, en verano los trabajos son de alcantarillado, mantenimiento edilicio, balizas, bacheo y desmalezado de la ruta.