Rosa Sosa tiene 37 años, vive en el barrio Grilli (Guaymallén) y está en vías de iniciar los trámites legales para cambiar su nombre por el de Camila que, aclara, le gusta mucho más. Es una de las hermanas mayores de Claudio Sosa, quien el 4 de enero de 2020 fue a un cumpleaños en la casa ubicada frente a su vivienda en este humilde barrio, cumpleaños del que nunca regresó. El 11 de enero su madre radicó la denuncia por averiguación de paradero del joven –que tenía 22 años por entonces y tenía una discapacidad mental-, mientras que más de un mes después, el 18 de febrero de ese año, encontraron sus restos quemados en una finca de Corralitos.
“Tuvieron que confirmar con una prueba de ADN que eran los restos de mi hermano porque eran apenas unos huesos quemados lo que nos entregaron. Y fueron esos pocos huesos lo que tuvimos que velar en un cajón chiquito”, destaca Rosa –quien espera ser Camila ante la ley muy pronto- a Los Andes a dos años de la desaparición de su hermano.
“En estos dos años la investigación no ha avanzado nada. La última vez que se comunicaron con nosotros de la fiscalía nos contaron que no tenían nada y fue dos meses después de que empezó la pandemia. Incluso, al principio vinieron a entrevistarnos y nos dieron a entender que tenían que investigar primero a la familia. Allí nosotros le explicamos con qué personas podría haber tenido algún problema Claudio, pero así quedó todo; en la nada”, resume la hermana mayor del joven.
Estos días ha sido por demás movilizadores para Rosa, sus hermanos y su madre –quien también tiene una discapacidad-. En su Facebook, la mujer ha intentado mantener presente la memoria de su hermano más que nunca, aunque en ningún momento deja de pensar en él. “Aún no se resuelve el caso de mi hermano Claudio (Negrito), En estas fecha se cumple dos años y la Justicia no ha hecho nada. ¡¿Será que por ser pobre y tener discapacidad es menos importante que otros crímenes?!”, cuestionó en uno de los posteos.
“El barrio está mudo y no me termina de cerrar. No sé qué puede haber pasado para que nadie se dé cuenta de qué le pasó a mi hermano. En las fincas que están donde termina el barrio donde vivimos, los días posteriores a la desaparición de Claudio, hubo fuegos encendidos durante más de tres días. Son terrenos en los que nadie puede entrar porque los dueños están siempre vigilando y hasta hemos escuchado disparos al aire para que nadie se meta. Y, de repente, hubo un fuego encendido por tres días y nadie vio nada, nadie se asomó a ver qué pasaba”, se pregunta con dolor y angustia la mujer, quien no está dispuesta a bajar los brazos hasta que haya justicia por su hermano y saber qué le ocurrió y quién lo mató. “Para que, por lo menos, pueda descansar en paz”, aclara.
Una desaparición misteriosa
El sábado 4 de enero de 2020, Claudio Sosa salió de la casa donde vivía con su madre. Avisó que se iba a un cumpleaños que se celebraba en la casa de en frente a la suya. Pero esa noche no regresó. “Creímos que se había quedado con alguien esa noche, él tenía su grupo con el que siempre se juntaba”, reconstruye Rosa sobre la rutina de su hermano menor.
El domingo 5 de enero Claudio tampoco volvió a su casa y ya el lunes 6 de enero de 2020 su familia comenzó a preocuparse, ya que nunca se había ausentado por tanto tiempo. “Al principio hubo gente que nos decía que lo había visto el domingo, que se había quedado a dormir en la casa de una vecina. Una mujer hasta juraba haberlo visto en un basural de la zona, por lo que los primeros días no nos preocupamos mucho, pensé que andaba con sus amigos por algún lado”, sigue Rosa, quien reflexiona –en voz alta-: “la verdad es que no podemos culpar a nadie, porque no sabemos qué sucedió”.
El mismo 6 de enero, justamente el día en que se celebran los Reyes Magos, Rosa Sosa vio por primera vez las fogatas encendidas en las fincas aledañas. “Era un humo negro, como si estuvieran quemando cubiertas u otras cosas. Pero a nadie pareció llamarle la atención ni se investigó eso”, agrega la mujer a poco más de dos años de la desaparición de su hermano.
La madre de Claudio y de Rosa recién hizo la denuncia el sábado siguiente, 11 de enero de 2020 y una semana después de que el joven se fuera al cumpleaños del que nunca regresó. “Mi otro hermano, Marcelo, quería poner la denuncia mucho antes. Pero Claudio le tenía terror a la Policía y mi mamá no quería hacer la denuncia, porque como creía que mi hermano estaba en otra casa y no le había pasado nada, se iba a asustar con la denuncia y no iba a volver más”, recuerda Rosa. Y agrega que todavía, y en especial en momentos específicos, la madre cree que su hijo está vivo y que simplemente ha salido, pero “ya va a volver”.
Trágico y macabro final
Tras varias semanas sin noticias ni grandes avances en la búsqueda de Claudio –pero con una angustia cada vez más creciente-, el martes 18 de febrero de 2020 un macabro hallazgo alertó a Rosa y a toda la familia. Los restos óseos de una persona habían sido encontrados en una finca de Corralitos, en las inmediaciones de la zona del barrio Grilli y el distrito de Puente de Hierro. “Antes de que nos avise la Justicia, nos enteramos primero por los vecinos quienes, a su vez, lo habían visto en la televisión”, cuenta Rosa.
Una vez que se confirmó que el ADN de los huesos hallados coincidía con el de Claudio –”el Negrito”, como le llama su hermana-, la familia de la víctima tardó en asimilar la noticia. “El mismo día en que el fiscal nos llamó para confirmarnos la noticia de que habían encontrado el cuerpo de mi hermano, nosotros le decíamos que no era él. No entendíamos qué daño podía haber hecho él para que le hagan eso. Les preguntamos si alguna vez se habían equivocado en algún resultado de estudio de ADN y nos dijeron que nunca. Recién después nos empezó a caer la ficha. Y cuando nos dieron unos pocos huesitos que eran de Claudio, pudimos velarlo en un cajón muy chiquito”, rememora con angustia.
Dos años sin Claudio, dos años de un dolor indescriptible
La falta de datos sobre el o los asesinos de Claudio y lo poco que se ha movido la investigación desde el 18 de febrero de 2020 hasta la fecha es algo que desvela y angustia –en demasía- a la familia Sosa. “Llegamos a pensar en hasta pedir un préstamo para ofrecer una recompensa que permita esclarecer el asesinato. Pero la verdad es que no tenemos fondos. Mi mamá tiene una pensión por discapacidad y yo tengo otros 6 hermanos con discapacidad, coy un poco el sostén de la familia”, piensa –una vez más- en voz alta.
Entre tanto dolor, Rosa no deja de agradecer y valorar lo que hizo –mientras tuvo intervención- el personal de la división Búsqueda de Personas. Pero su día a día no es nada fácil. “Sufrí convulsiones hasta 6 meses después del asesinato de mi hermano. Estoy convencido de que la pandemia favoreció mucho al asesino de mi hermano, porque no se lo buscó más y pudo huir. Por eso necesitamos que se reactive la investigación”, implora.
Tras varios años retraído en su círculo familiar, durante sus últimos meses de vida el hermano de Rosa había comenzado a pasar más tiempo en la calle y con un grupo de amigos que había hecho. “Claudio andaba todo el tiempo en la calle. Creo que fue un error de mi mamá, porque se empezó a juntar con chicos que lo empujaban a dejar la casa. Él estaba medio rebelde, mi mamá lo habló con la psicóloga y ella le dijo que lo dejara salir. Entonces mi hermano se empezó a quedar a dormir en casa de sus amigos”, sostiene Rosa.
El primer mes luego de la muerte de Claudio, Rosa recuerda haber hecho todo de forma automatizada, como si fuera una máquina. “Le hacía la comida de mis hijos y lloraba, me acostaba y lloraba. Fue algo tan doloroso que no se lo deseo a nadie. Todavía apoyo la cabeza en la almohada y lo primero que se me viene es su cara, no hay un solo día que no lo recuerde. Me da mucha impotencia que no haya siquiera un caminito que nos lleve a esclarecer qué pasó con él. No hay ni un solo día en que no nos deje de doler, y eso no se va a terminar nunca, aún aunque se resuelva el caso”, concluye.