Pocas cosas polarizan tanto a los amantes del buen comer como la combinación de la típica pizza – masa, salsa y queso- con ananá o piña. Muchos consideran a esta variedad como una verdadera aberración al sector más tradicional de la cocina italiana, mientras sus fanáticos le declaran amor incondicional.
El origen de esta particular combinación estuvo en manos de Sam Panopoulos, un cocinero canadiense que un buen día de 1962, abre una lata de piña, la seca y lanza unos cuantos trozos de la fruta sobre una pizza. A él le gustó de inmediato, por lo que corrió a promocionarlo entre sus clientes que, aunque al principio se mostraban reticentes, la convirtieron en un hit con el paso de los años.
Pero no todo son alegrías en la historia de esta combinación: los clásicos amantes de la pizza nunca han terminado de entender qué hace una fruta con un sabor tan característico mezclada con tomate, queso y jamón, así que la pizza con ananá ha dado lugar a batallas que datan de hace muchos años.
Más allá de las opiniones de particulares a favor y en contra, la pizza con ananá, estuvo a punto de originar un conflicto internacional. La debacle empezó cuando, en el año 2017, Guðni Jóhannesson -presidente de Islandia-, tuvo la ocurrencia de decir que “se oponía frontalmente” a ella y que “prohibiría su receta”. Una contundente declaración de guerra -culinaria, eso sí- a Canadá, país de origen de este invento y por el que incluso su presidente, el irresistible Justin Trudeau, dio la cara; asegurando que era deliciosa y mostrándole todo su apoyo.
El repudio a la “margarita” está relacionado con el poco respeto de esta variedad a la tradición italiana. ¿Pero tiene sentido dejar de disfrutarla porque no se ajuste a lo “típico”? Para muchos, la respuesta es no, ya que a estas alturas, la pizza ya no es una receta limitada a la tradición italiana, sino un producto global que se adapta a gustos internacionales y personales.