Como cada Viernes Santo, los fieles católicos se congregan en el punto neurálgico de la celebración de la Pascua en el Gran Mendoza: el Calvario, en Carrodilla, Luján de Cuyo.
Hasta allí llegan emoujados por la fe, con sus pedidos y pesares pero también con el agradecimiento por todo lo que tienen, en un contexto socioeconómico complicado para el país.
En el lugar se encuentra el recorrido por las 14 estaciones en las que se relata y conmemora la Pasión de Cristo hasta la Cruz. Allí se realiza el Vía Crucis, de manera individual y colectiva. Justamente para esto último es que llegó hasta el lugar Monseñor Marcelo Colombo, Arzobispo de Mendoza, cerca de las 10, para pasar por las estaciones con una intención en cada una. Fue seguido más cerca o más lejos por los presentes para acompañarlo en la oración comunitaria.
Al terminar el recorrido dirigió unas palabras a los presentes: Monseñor Colombo apuntó a repensarse desde el apoyo y acompañamiento a quienes pasan momentos difíciles y hacerlo no como una actitud ocasional sino como estilo de vida.
Las palabras completas:
Estas estaciones también fueron la oportunidad de reflexionar sobre nuestra vida social, sobre nuestros comportamientos. Me queda de este Vía Crucis que, frente a tanta palabra, frente a tantas recetas, frente a tantas veces que se señalan cosas, hoy podemos quedarnos con las figuras de cuidado, aquellas figuras del Vía Crucis que a lo largo de las estaciones tuvieron un gesto hacia Jesús o hacia su dolor, para acompañarlo, para animarlo, también para hacerse cargo de ese dolor. La Verónica, Simón de Cirene, las mujeres que seguían a Jesús, también José de Arimatea que le va a prestar una tumba, una tumba nueva, y sobre todo María. Al imaginar estas figuras de cuidado, de ternura, de aliento, de esperanza, nos queda también el deseo de aprender de ellos para poder también dar nosotros esos gestos, esas palabras, esos signos, que en medio de tanto desencuentro acerquen corazones en torno a Dios y al cuidado de la vida.
En estos días del Vía Crucis y de la Pascua de mañana, que es la gran noticia que nos llena de alegría, nosotros podemos transitar esos gestos de cuidado y vivirlos, no ya como episodios de Semana Santa, sino como un estilo de vida, como un compromiso, para poder poner gestos de consuelo, de aliento y de confianza en las personas. Estos días estamos especialmente urgidos por la imagen de Jesús a sufrir con él, pero también él nos invita a poner en su carne y en su cuerpo tantos rostros sufrientes, tantas historias de dolor. Así nos invitaba el texto del Vía Crucis a poder sufrir con los que sufren, para no ser indiferentes o para no imaginarnos nada más que la vida en lo que dicen las tapas de los diarios o los anuncios de la televisión.
Los dolores concretos, los sufrimientos cercanos, incluso de nuestras familias y comunidades, sean para nosotros motivo de oración sentida, motivo de oración verdadera, y que podamos, como la Verónica, como el Cirineo, como los distintos personajes que están en torno a Jesús para acompañarlo hasta llegar a María, que podamos ser como ellos, personas que alientan, consuelan y animan. Ahora entonces los invito a poner la mano en el corazón y a poner esos rostros en el corazón ahora mismo. Esas personas que sabemos están sufriendo. Entonces, con esos rostros, con esos nombres, queremos ponerlo todo en las manos de Jesús, de su silencio, pero de su obra, que es la de curarnos, sanarnos y liberarnos para la vida nueva.
Les deseamos una feliz Pascua. Cuando decimos feliz Pascua, no decimos una fiesta de esas que están involucradas en aspectos superficiales. La fiesta del corazón, la fiesta de la vida verdadera. Que puedan, después del lunes, sentirse más fuertes, porque Jesús ha vencido a la muerte y al pecado, y Él es nuestra esperanza. Un gran, gran abrazo para todos ustedes.