Agotada física y emocionalmente, a veces quebrada, angustiada, estresada… Así se siente Daniela Plaza, enfermera de vocación, de 26 años, quien desde muy joven anhelaba trabajar en una guardia de emergencias alentada por el dinamismo y la adrenalina que poseen estos servicios.
Claro que jamás imaginó esta pandemia que cambiaría al mundo y que la obligaría a poner el cuerpo en su trabajo de sol a sol. Tampoco supo que iba a encontrarse sosteniendo a los cada vez más numerosos pacientes que llegan al hospital Central con síntomas de Covid-19.
Daniela nunca pensó que su profesión la alejaría de su único hijo durante siete meses. Tampoco se le había cruzado por la cabeza “tirar todo por la borda”, como le suele pasar, aunque -aclara- enseguida se pone en eje y recuerda que la enfermería “se ejerce y se siente”.
Madre soltera, oriunda de San Martín, Daniela es una de las trabajadoras del sistema de salud que necesita y recibe apoyo psicológico en medio de este virus que está dejando consecuencias impensadas. Es, en definitiva, una de las valientes que -esta vez- necesita apoyo, oído, contención.
Con ese objetivo y en medio de este contexto tan particular, el Central puso foco en el personal sanitario y su situación emocional al haberse conmemorado el 10 de octubre el Día Mundial de la Salud Mental.
Fue así que se instaló en el patio de la guardia respiratoria una carpa que cuenta con profesionales del servicio de Salud Mental, quienes, en dos turnos -de 10 a 12 y de 14 a 16- ofrecen sus servicios para aquellos trabajadores que así lo requieran.
Todos los empleados que consideren que este espacio puede ser de utilidad, como le sucede a Daniela, son bien recibidos, haciendo hincapié en el personal al que hoy le toca atender pacientes con Covid.
“Los pacientes con coronavirus deben estar solos y aislados y nuestra misión es brindarles tranquilidad, explicarles cómo son las cosas. Claro que en esa vorágine nos olvidamos de quiénes nos sostienen a nosotros”, graficó Daniela.
Tal vez por eso ella siente que la pandemia resultó un cimbronazo en su vida. “Si bien nunca me he contagiado, tengo miedo y no quiero ser un riesgo para Liam, mi hijo de 5 años, que está al cuidado de su papá y a quien sólo he visto en pocas oportunidades desde que empezó todo esto”, relató la enfermera.
Luego de cumplir su turno en el Central, por razones económicas, Daniela hace lo propio en una clínica privada. Así, trabaja sin descanso. “Tengo días y días. Siempre espero que el pico pase, que empiece a bajar, pero hasta ahora no ha sucedido y muchas veces pienso en abandonar, en dejar todo”, confesó. Y agregó: “Enseguida entiendo que soy enfermera y que nadie me obligó a elegir esto”.
La trabajadora de la salud resaltó la importancia de desahogarse con una psicóloga, que también se desempeña en el ámbito hospitalario. “Esta herramienta que otorga el hospital, con una carpa en el patio, es fundamental”, sostuvo.
Si bien Daniela tiene su domicilio en San Martín, la intensa labor que la demanda desde marzo hizo que debiera mudarse a ciudad y achicar las distancias. “Todo en mi vida ha sido un cambio brusco y si bien, insisto, no me enfermé, siento que psicológicamente necesito ayuda. La situación que vivo junto a otros tantos colegas resultó mucho más estresante y abrumadora de lo que alguna vez pude imaginar”, concluyó.