Escuchá el nuevo episodio de “Gestión del optimismo” y aprendé manejar las expectativas a modificar tu realidad

En este episodio hablaremos sobre la importancia de gestionar nuestras expectativas y cómo estas afectan nuestras relaciones y la percepción de la realidad.

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"Gestión del optimismo" con Marita Abraham

Bienvenidos a otro episodio de Gestión del Optimismo, el podcast donde exploramos herramientas y conceptos para cultivar una mentalidad positiva y una vida plena.

En nuestro día a día, tanto en las relaciones personales como en nuestras metas profesionales, las expectativas juegan un papel crucial. Están presentes de manera silenciosa, modelando cómo interpretamos lo que nos sucede y cómo nos relacionamos con los demás. Sin embargo, cuando no las gestionamos adecuadamente, pueden ser una fuente de frustración, conflicto y desilusión.

¿Qué son las expectativas y por qué importan?

Las expectativas son ideas preconcebidas que tenemos sobre cómo deberían suceder las cosas o cómo deberían comportarse las personas a nuestro alrededor. Son esos pensamientos que nos hacen anticipar el futuro y que, muchas veces, guían nuestras decisiones y emociones. En términos simples, son los “guiones” que escribimos en nuestra mente sobre cómo queremos que los eventos se desarrollen.

La importancia de gestionar nuestras expectativas radica en que estas influyen directamente en nuestra satisfacción y bienestar. Cuando las expectativas son realistas y están alineadas con la realidad, nos permiten tener una experiencia de vida más equilibrada y satisfactoria.

Pero cuando son demasiado altas, poco claras o no se comunican adecuadamente, pueden provocar frustración, decepción y resentimiento, especialmente en nuestras relaciones interpersonales.

Expectativas en las relaciones

Uno de los terrenos donde las expectativas tienen más impacto es en las relaciones personales. Esperamos que nuestras parejas, amigos o familiares se comporten de cierta manera o cumplan con ciertos roles que, a menudo, no se han discutido o acordado. El problema radica en que esas expectativas muchas veces son implícitas y no las comunicamos abiertamente.

Por ejemplo, en una relación de pareja, podríamos esperar que el otro siempre esté disponible emocionalmente para apoyarnos en momentos difíciles. Sin embargo, si no expresamos claramente esta necesidad y la otra persona no responde como esperábamos, la decepción está garantizada. Lo mismo ocurre en el entorno profesional: podríamos asumir que nuestro esfuerzo será automáticamente.

reconocido, pero si no establecemos expectativas claras con nuestros superiores, podríamos frustrarnos cuando no recibimos el reconocimiento deseado.

Expectativas en la vida y las metas personales

No solo en las relaciones personales las expectativas juegan un papel clave; también son determinantes en cómo abordamos nuestras metas y desafíos. A menudo, nos ponemos expectativas muy altas o nos imponemos plazos irreales para alcanzar ciertos objetivos, lo que genera un ciclo de estrés y autoexigencia.

Gestionar nuestras expectativas en cuanto a nuestras metas implica ser conscientes de nuestras capacidades, recursos y del tiempo necesario para lograr lo que nos proponemos.

Además, aprender a flexibilizar estas expectativas nos permite adaptarnos mejor a los cambios y contratiempos que surgen inevitablemente en el camino.

¿Cómo condicionan las expectativas los resultados a nivel cerebral?

Desde una perspectiva neurocientífica, las expectativas actúan como poderosos condicionantes de nuestras experiencias. Nuestro cerebro tiene la capacidad de anticipar y predecir los resultados de una situación basándose en nuestras expectativas, y esto puede influir en cómo percibimos y evaluamos lo que sucede.

Cuando esperamos un resultado positivo, nuestro cerebro libera dopamina, el neurotransmisor asociado con la motivación y el placer. Es por esto que, cuando algo sale tal como lo habíamos anticipado, nos sentimos satisfechos y recompensados.

Sin embargo, cuando las expectativas no se cumplen, el cerebro experimenta una “caída” en los niveles de dopamina, lo que puede generar sentimientos de frustración y decepción.

Esto significa que el simple hecho de esperar un cierto resultado ya prepara a nuestro cerebro para sentir satisfacción o decepción. En muchos casos, esta respuesta es más intensa que la realidad misma del evento. Por eso, moderar nuestras expectativas puede ayudarnos a mitigar el impacto emocional de los resultados inesperados y permitirnos disfrutar más del proceso, independientemente del desenlace.

Estrategias para gestionar expectativas de manera saludable

Gestionar nuestras expectativas no significa que debamos eliminarlas por completo ni que debamos conformarnos siempre con lo mínimo. Más bien, se trata de ajustar nuestras expectativas de acuerdo con la realidad, la comunicación y el autoconocimiento. A continuación, algunas estrategias para lograrlo:

1. Comunicación abierta: en las relaciones, es fundamental comunicar claramente nuestras expectativas. Si no expresamos lo que esperamos de los demás, les será imposible cumplir con esos “guiones” que tenemos en nuestra mente.

2. Realismo: ser conscientes de nuestras propias limitaciones y de las circunstancias externas. Preguntarnos: ¿Es realista lo que estoy esperando de esta situación? ¿Tengo control sobre lo que estoy anticipando? ¿Qué debería aprender?

3. Flexibilidad: aprender a ajustar nuestras expectativas conforme cambian las circunstancias. La vida está llena de imprevistos y, a menudo, lo más sabio es adaptar nuestras expectativas en lugar de aferrarnos rígidamente a ellas.

4. Enfocado en el proceso: en lugar de centrarte únicamente en el resultado final, disfruta del camino. Muchas veces, es el proceso el que nos enriquece más que el resultado mismo.

5. Autoconocimiento: ser conscientes de nuestras propias necesidades y deseos. Reflexionar sobre si las expectativas que tenemos están alineadas con lo que verdaderamente queremos o si están influenciadas por factores externos, como las opiniones ajenas o las presiones sociales.

Gestionar nuestras expectativas es un ejercicio esencial para tener relaciones más saludables y una vida más equilibrada. Al aprender a ajustar nuestras expectativas, tanto en lo personal como en lo profesional, podemos reducir la frustración y la decepción, y, en su lugar, fomentar una mayor satisfacción con nuestras experiencias.

Recuerda: no se trata de no tener expectativas, sino de tener las adecuadas, comunicarlas con claridad y estar dispuestos a adaptarlas conforme avanza la vida. Así, podemos construir un enfoque más optimista y resiliente frente a los inevitables desafíos que nos presenta la vida.

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