Por amor, por desamor y por nostalgias, la vida de Luis Ángel Olguín siempre ha estado envuelta entre acordes de tango, aunque ni él mismo lo pudo advertir hasta varios años después. “La vida siempre sorprende y yo sólo me he dejado llevar”, reflexiona este mendocino ingeniero en Computación, que hace 25 años dejó Argentina para radicarse en Estados Unidos. Allí acaba de ser reconocido como “Artista del año” por su trayectoria en la promoción de la cultura rioplatense.
Hace casi dos décadas que Luis comenzó a combinar códigos y sistemas con su vocación como bailarín de tango, esa que hoy lo posiciona como referente de la música urbana en otro continente. “Jamás imaginé que viviría del tango ni que sería reconocido por ello”, dice Luis Ángel Tango, como prefiere que lo nombren artísticamente.
Su vida ha estado marcada por el movimiento. De Mendoza empacó para irse a Buenos Aires, después de terminar el secundario en el Liceo Militar. En los barrios porteños vivió 15 años hasta fines del 2000, cuando decidió probar suerte en los Estados Unidos. Inicialmente, el viaje era temporal pero las oportunidades y su temperamento inquieto lo llevaron a quedarse hasta estos días.
Olguín se define como “emprendedor” y “curioso”. En Buenos Aires fue propietario de una peluquería y de un cibercafé en pleno microcentro porteño, uno de los primeros de la zona. “Siempre tuve esa curiosidad y esas ganas de buscar algo nuevo. Pero la burocracia argentina terminó cansándome, aunque me iba muy bien económicamente. De hecho, me costó años en Washington lograr el nivel de vida que tenía en Argentina”, recuerda.
Luis Ángel se graduó como ingeniero en computación en la Universidad de Alaska Pacific, en Estados Unidos, y luego realizó una maestría en Gestión Empresarial. Durante varios años, equilibró trabajos en tecnología con una incipiente pasión por el tango, un arte que redescubrió de adulto y que, curiosamente, lo conectó con sus raíces familiares.
Su papá, Sixto Cayetano Olguín, era cantante de folclore mendocino y amaba al tango, pero lo interpretaba sólo en reuniones familiares. Falleció cuando Luis tenía 17 años. Su mamá, oriunda de Buenos Aires, bailaba al ritmo del 2x4. Sin embargo, Luis Ángel no se involucró con ese mundo, ni siquiera en Buenos Aires porque en ese entonces -cuenta- “era más motoquero y escuchaba música moderna”.
El giro hacia el tango llegó gracias a una relación amorosa en el país del Norte, con una bailarina argentina que le enseñó las bases del tango considerado “tradicional”, más “canyengue”. A partir de allí, Luis comenzó a perfeccionar sus habilidades y descubrió que la experiencia como gimnasta que había logrado en el Liceo Militar era una ventaja. “El gimnasta baila sobre una colchoneta y el artista sobre el escenario”, compara.
Un embajador cultural
Hoy, Olguín le dedica casi todo su tiempo al tango y cada vez menos a las actividades relacionadas con la tecnología. Bailó en lugares emblemáticos como la biblioteca del Congreso de Washington DC, y dio clases a cientos de personas en las embajadas de Argentina y Uruguay, donde sus alumnos suelen ser mayoritariamente estadounidenses y de otras nacionalidades.
Luis combina historia y práctica del tango. A menudo, sus clases incluyen una introducción al 2x4 tradicional y una breve reseña histórica sobre la música del arrabal. Prefiere enseñar con la música de Carlos Di Sarli “porque es más romántico, más lento, y permite que los bailarines se luzcan”. También relata con entusiasmo cómo el tango ha evolucionado desde sus raíces orilleras y alegres hasta incorporar ese dramatismo típico que le aporta el bandoneón.
Luis Ángel baila y enseña tango en numerosos teatros, escuelas y centros culturales. En 2023 mostró su arte en el emblemático Capitolio durante el Mes de la Hispanidad y le valió el reconocimiento de la comunidad latina por difundir, no sólo el baile, sino también la historia y el sentimiento que envuelven a este género musical. “Es increíble bailar en esos lugares, en medio de una cultura tan distinta a la nuestra. Siento que hago patria a mi manera”, dice Luis.
La patria es la infancia
Olguín jura que nunca cortó el fuerte vínculo con sus raíces, aunque su última visita a la provincia fue en 2012, cuando falleció su madre. Sus fotos más nítidas en la memoria son en El Bermejo, Guaymallén, con esas siestas “eternas y tediosas” en su infancia; su mamá bailando tango puertas adentro, su papá recibiendo saludos en la calle por su canto folclórico o viendo a Silvio Soldán cada semana con sus “Grandes valores del tango”. “Cuando uno está lejos del país va caminando por la calle y tiene a todos esos sonidos del tango y de la infancia en la cabeza. Lo curioso es que me conecté con todo eso ya de grande, no de joven”, reflexiona.
Aunque Luis no descarta la posibilidad de regresar a Argentina, por ahora su hogar está en Maryland. En esos pagos se enamoró algunas veces, sufrió por amor, se casó, enviudó, nunca tuvo hijos y encontró su vocación. “El tango es lo que me da alegrías, y eso es lo más importante. Cuando termina una clase, por ejemplo, los alumnos me aplauden y siento que estoy cumpliendo una misión. Entonces yo también los aplaudo, porque gracias a ellos el tango sigue vivo”, concluye el mendocino.
Reconocimiento internacional
En diciembre pasado, Luis Ángel recibió el premio “Artista del año” otorgado por una organización no gubernamental que celebra las contribuciones culturales de los latinos en Estados Unidos. “Ese día se me caían las lágrimas. Sentí que todo lo que había hecho valía la pena”, admite, aún conmovido.
Según Olguín, este reconocimiento es a su labor como instructor y bailarín, pero también a su rol como promotor de la cultura rioplatense. Sus clases no se limitan a los pasos básicos; incluyen anécdotas históricas, explicaciones sobre los estilos musicales y reflexiones sobre cómo el tango conecta con emociones universales. “El tango tiene esa mezcla de amor y drama que cautiva a cualquier persona, sin importar su origen. El tango es universal”, completa el mendocino.