Adrián Vitali tiene 53 años, es cordobés y vive en Río Tercero, Córdoba. A los 18 años ingresó al Seminario de esa provincia y finalmente a los 27 años fue ordenado como sacerdote. Sin embargo, luego de nueve años de preparación e incansable estudio, sus días como cura se extendieron a lo largo de apenas la tercera parte de lo que le demandó la formación; y a menos de tres años de haber sido ordenado, renunció –decepcionado- con 30 años a su vida como cura. “Me enamoré de una chica, empecé a salir con ella y quedó embarazada. Cuando me llamó el cardenal de Córdoba por la situación, me imaginé que me iba a decir que iba a tener que renunciar a ser cura por lo que había ocurrido y yo iba ya dispuesto a renunciar, lo había decidido. Pero, para mi sorpresa, él me propuso seguir siendo cura a cambio de aceptar irme a otro lado y de no volver a ver a esa mujer. Además, me dijo que el Arzobispado se iba a hacer cargo de la cuota alimentaria”, resume Vitali a Los Andes, y agrega que en ese momento entendió lo que –él considera- es parte de la idiosincrasia de la Iglesia como institución.
Este procedimiento y el modo de obrar ante una situación de este tipo (o similar) estaban detallados por aquel entonces (1997) por la instrucción Crimen Sollicitationis (vocablo latín que significa “delito de solicitación”), aprobada por el Papa Juan XXIII en 1962 y dirigida a “todos los arzobispos, obispos y otros ordinarios locales, incluyendo aquellos de las iglesias católicas orientales”.
Este documento de la Congregación del Santo Oficio (actualmente, Congregación para la Doctrina de la Fe) fijaba los procedimientos para afrontar casos de clérigos de la Iglesia católica acusados de “hacer uso del Sacramento de la Penitencia para llevar a adelante acercamientos de índole sexual con los fieles, así como los correspondientes castigos por estos actos”. En lenguaje coloquial, por romper el celibato y, además, se especificaban las sanciones.
El Crimen Sollicitationis constaba, entonces, de normas más concretas que las incluidas en el Código de Derecho Canónico y daba instrucciones de que se siguiesen los mismos procedimientos en caso de denuncias de comportamientos homosexuales, pedófilos o zoófilos por parte del clero. Entre otras cosas, imponía al penitente la obligación de denunciar el delito de solicitación en el plazo de un mes, bajo pena de excomunión. También, una vez realizada la denuncia, el denunciante y víctima del abuso era advertido de guardar la confidencialidad, si fuera preciso, bajo pena de excomunión también.
Si bien esta instrucción fue revisada y modificada en 2001 –luego de los casos de abusos eclesiásticos en Boston y que son los que se exponen en la película Spotlight-, Vitali no tiene dudas de que –tácitamente- sigue siendo esta instrucción la que rige dentro del ámbito eclesiástico.
“Para la Iglesia lo realmente grave es la pérdida del voto del celibato. Puede ser con un encuentro íntimo heterosexual, homosexual, con niños o con zoofilia. A todos casos se los ponía en el mismo orden, y preocupaba más que el cura haya roto ese voto que si se trataba de pederastia o de animales. Además, el Crimen Sollicitationis establecía que debía trasladarse al cura, mientras que el niño abusado debía denunciar el delito a la autoridad del abusador, es decir, a otro cura durante los 30 días posteriores al episodio. Ese segundo cura, a su vez, le advertía a la víctima que no podía contar el hecho a otra persona amparándose en el secreto de confesión. Si no se denunciaba el hecho con un superior en esos 30 días, el niño era castigado ipso facto (de inmediato) con la excomunión. Es decir, el niño que había sido abusado ahora era condenado al infierno si no denunciaba el hecho con otro cura quien, a su vez, no le permitía contárselo a nadie más”, se explaya el ex cura cordobés sobre aquel primer protocolo en el que la Iglesia instruía la forma de manejarse en casos de pederastia. “Ante el problema que surgía, esta instrucción de 1962 buscaba poner orden y la solución era guardar el secreto del abuso”, sintetiza.
Actualmente Adrián Vitali ha conformado su propia familia con la madre de su primer hijo, quien cumplirá en unos días 24 años, y cuya llegada a este mundo le permitió descubrir (“abrir los ojos”, como dice él mismo) la forma en que se maneja la estructura de la Iglesia en su fuero más íntimo. También tuvieron un segundo hijo, quien tiene 20 años actualmente.
“Cuando fui a hablar con el cardenal, yo ya tenía en claro que me tenía que ir. Pero cuando me propuso el traslado y abandonar a mi familia, le dije que iba a asumir mi responsabilidad, me fui y formé una familia”, insiste Vitali.
“La Iglesia tiene un problema antropológico, con el cuerpo. Para la Iglesia, abusar de los cuerpos no es grave, porque consideran que el problema y lo realmente importante está en el alma. Es claro que no lo ven como algo grave, porque confiesan a los religiosos abusadores y los perdonan. La Iglesia jamás expulsó a nadie ante crímenes de pederastia, y no lo va a hacer. Por eso Grassi sigue siendo cura, por eso (Horacio) Corbacho sigue siéndolo y por eso (Nicola) Corradi falleció siendo cura”, sintetiza Vitali en alusión a los dos curas condenados en Mendoza a 45 y 42 años de prisión respectivamente por los abusos a niños sordos y niñas sordas en el instituto religioso Antonio Próvolo (Corradi falleció cumpliendo su condena en un hogar para ancianos).
“Acá no hay un problema de Justicia, es un problema de doctrina”, reafirma.
En sus años como cura, Vitali se desempeñó en una de las barriadas más grandes de Córdoba (la Villa Libertador). Su trabajo fue en la misma línea de la del padre Jorge Mugica (entre otros), comprometido con los sectores más vulnerables. “La pieza en la que dormía era de 1,5 metros por 2 metros. Era la opción de la felicidad para mí, hay quienes trabajan en la villa y por la noche se van a dormir a un country. Pero el compromiso con los pobres te cambia la mirada, y mirar el mundo desde abajo te cambia la concepción”, se explaya.
Ocultamiento
Recientemente, y de forma independiente, el ex cura Adrián Vitali publicó su nuevo libro “El Secreto Pontificio: La Ley del Silencio”. Allí el ex sacerdote –quien también se desempeñó en la Municipalidad de Río Tercero encabezando funciones sociales- no solo se explaya sobre su caso en particular, sino sobre la tendencia común que ha tenido la Iglesia a lo largo de la historia de encubrir los casos de abusos sexuales a niños y niñas por parte de clérigos y de proteger a los acusados.
Cuando tomó estado público el mayor escándalo de pederastia de la Iglesia católica a nivel mundial –el que se refleja en la película Spotlight y que incluyó el período comprendido entre 1984 y 2002-, el entonces arzobispo Boston Bernard Law (arzobispo de Boston) debió dimitir. Su nombre y su figura quedaron salpicados por este impactante escándalo, y Law vivió en Roma hasta diciembre de 2017 cuando falleció.
“En 2001, después de que salió a la luz la investigación, se filtró el mencionado documento Crimen Sollicitationis. Pasaron 39 años desde que fue confeccionado (1962) y en ese momento salió a la luz que ese documento era secreto y estaba en todos los arzobispados del mundo. A partir de ese momento, la Iglesia debió recurrir a un mecanismo nuevo para lograr la impunidad del silencio. Por lo que Juan Pablo II incorporó la pederastia al secreto pontificio que había sido creado por el Papa Pablo VI en 1977 y era para cuestiones de Estado. Comprendía a información que no se podía dar a conocer por ser estratégica. Entonces, se incluyó a la pederastia -que es un acto moral- como secreto de Estado”, recapitula Vitali, quien se tomó alrededor de nueve años para investigar y darle forma a lo publicado en su más reciente libro.
En 2019 en Papa Francisco, en tanto, derogó la inclusión de la pederastia como parte del Secreto Pontificio.
En su libro, Vitali plantea como hipótesis y punto de partida que aquellos niños que se dispongan a realizar la Primera Comunión no deban confesarse más en privado y ante un sacerdote. “Debería suspenderse la confesión privada y hacerla comunitaria. ¿Por qué un niño de menos de 8 años tiene que declararse culpable de algo, ante una persona que no conoce, y lo que se confiesa allí no se le puede contar a los padres? Por lo general, si no podés contar algo es porque se trata de algo malo. 95% de los curas abusadores y pederastas usó la confesión privada para abusar a sus víctimas, detectar si se trataba de un niño vulnerable o no y conocer su entorno. Hacían una especie de espionaje y allí seleccionaban sus víctimas”, reflexiona Vitali.
En Argentina, actualmente hay alrededor de 65 curas acusados o denunciados por cometer abusos sexuales. “La mayoría de los estudios relacionados a la pederastia evidencian que no es el celibato el problema o lo que lo desencadena. Hay un montón de curas que son célibes y no andan por la vida abusando chicos. La pederastia y el abuso de niños es una patología que está en la sociedad”, resume el ex cura.
Para Vitali, es el ejercicio de querer tener el poder y dominar el que interviene. Y se convierte en mucho más grave aún ya que quien comete el abuso usa a Dios para cometer sus actos. “Usan el discurso, la idea de que ‘Dios quiere esto’ o ‘a Dios le gusta esto’. Es una vulneración de lo religioso y muchas víctimas creen que les pasa solo a ello. ¡Los hacen sentir como elegidos hasta para eso!”, acota el cordobés, quien insiste que el problema se mantendrá de raíz en la medida en que la Iglesia considere que el problema es una debilidad de la carne. “A los curas pederastas y condenados por abusos eclesiásticos se los manda a monasterios o casas de reclusión para rezar y hacer ayuno como castigo. Creen que es un problema espiritual, cuando en realidad es un problema psicológico”, agrega.
“Mientras trabajaba para este libro, llegué a la conclusión de que el problema lo tiene la Iglesia con el cuerpo. Ese desprecio al cuerpo justamente viene del siglo IV y es una concepción antropológica: ‘el cuerpo es malo, el alma es buena. Hay que salvar las almas’. En la Edad Media quemaron a las brujas, que no eran más que ‘mujeres de sabiduría’. Y como tenían conocimiento del uso de las distintas hierbas medicinales, las llevaban a un juzgador que las torturaba hasta escuchar la confesión que querían y que le sacaban por medio del dolor. Entonces quemaban el cuerpo del pecado y ‘salvaban al alma’. Luego siguieron con los judíos, con los moros, con los científicos (como ocurrió con Galileo) hasta llegar a la modernidad, en que buscan acallar los deseos de la sexualidad con los cilicios en los monasterios”, se explayó.
Los cilicios son cinturones de metal con pinchos y con los cuales -en determinados contextos y órdenes religiosas- se impulsa a los religiosos a auto lesionarse ante la presencia de deseos de índole sexual.
El Caso Próvolo, “El Reino” y la masificación
La serie argentina “El Reino” es uno de los contenidos más vistos de Netflix de las últimas semanas. Dirigida por Marcelo Piñeyro y co escrita por el director y la escritora Claudia Piñeiro, la serie de ocho episodios aborda una historia que combina religión (en este caso un templo evangélico), poder político y abusos sexuales a niños. Incluso, y aunque no es la Iglesia católica como institución la implicada, si se observa esta necesidad de someter a los grupos más vulnerados.
“Por lo general, quien va a perpetrar el abuso tiene una patología de intentar dominar al más débil y sabe que no va a ser denunciado. En ese sentido, solo una de cada 10 víctimas de pederastia hace la denuncia. Sin embargo, una serie que muestra masivamente estas situaciones –como ocurre con ‘El Reino’- o la noticia de una denuncia de estos casos, aunque sea la única de diez, moviliza a todas las víctimas. La mayoría de las personas que ha denunciado lo hizo porque ha escuchado o leído a otro que denunció. Se movilizan, no se sienten solos y se animan”, se explaya.
De hecho, en el Caso Próvolo mendocino fue clave la denuncia de la primera víctima para que el resto de los niños abusados hicieran sus denuncias. Y así se destapó el aberrante caso.
Vitali publicó su libro “El Secreto Pontificio: La Ley del Silencio” en julio y, desde entonces, se comunicaron con él otras tantas víctimas de abusos eclesiásticos. “Sorprende mucho ver como los hijos de algunas personas que sufrieron este tipo de hechos toman la posta por sus padres e intentan buscar justicia por ellos haciendo públicos y denunciándolos”, concluye.
Cómo conseguir “El Secreto Pontificio: La Ley del Silencio”.
Está disponible en Amazon. También se pueden contactar con el autor al mail adrianvitali@hotmail.com o a su Facebook www.facebook.com/adrian.vitali.7 .