Comúnmente medimos nuestra edad cronológicamente (días, meses, años) es así que a medida que pasan los días vamos envejeciendo. Sin embargo, todos hemos notado que personas de la misma edad lucen diferentes, algunas se ven más activas y enérgicas y otras no tanto. Surge entonces entre los científicos las siguientes preguntas ¿Podemos usar el tiempo como un único parámetro del envejecimiento? ¿Podría existir otra manera de medir el envejecimiento en los seres humanos?
Efectivamente en los últimos años se han descubierto los llamados marcadores biológicos, uno de ellos es el “reloj epigenético”. Para entender estos marcadores biológicos tenemos que hablar de Epigenética. Todos sabemos que la información genética codificada en nuestro ADN es responsable, en parte, de nuestro aspecto (en términos genéticos sería el fenotipo). Es así que existen personas altas, bajas, de ojos claros u oscuros. Recientemente se ha descubierto que el aspecto o fenotipo de una persona también está determinado por la influencia del ambiente en nuestros genes, y a esta relación entre el ambiente y los genes es lo que llamamos epigenética. Los cambios epigenéticos son marcas químicas, entre otros los llamados grupos metilos, que se adosan al ADN y que no alteran el código genético, pero afectan la manera en que el ADN se expresa, lo cual modifica nuestro fenotipo. Lo interesante de la epigenética es que algunas de estas marcas en el ADN pueden revertirse y muchas veces tiene que ver con la forma de vida que llevemos.
Por lo tanto, según cómo vive una persona (es decir su ambiente) estas marcas epigenéticas van modificando la expresión de nuestros genes, influyendo en el aspecto de la persona y he aquí la relación con la forma en que envejecemos. Hay estudios que muestran que una dieta sana, por ejemplo, consumo de vegetales y pescados, bajo peso corporal y ejercicio físico están asociados a una edad epigenética más baja. Por otro lado, una vida llena de estrés y con una alimentación alta en calorías se asocia con una edad epigenética alta.
Es interesante remarcar que estos estudios encuentran que los individuos en sociedades con salarios altos y buenos niveles educativos presentan una menor tasa de envejecimiento. En este sentido se ha demostrado que niños en condiciones de pobreza tenían alterado en su marcado epigenético un gen que codifica para la proteína serotonina, que es una molécula de señalización en el cerebro relacionada con la depresión, haciéndolos más propensos a problemas depresivos (ver el artículo de diario Los Andes “Pobreza: enfermedad mental y cambios epigenéticos” 2/7/2016).
En conclusión, podemos decir que además de la herencia genética que recibimos de nuestros padres, el ambiente en el que vivimos incide en las marcas epigenéticas que se establecen en nuestro ADN, acelerando o retrasando el envejecimiento. Esto se debe fundamentalmente a la relación ya probada que existe entre edad epigenética y presión arterial, niveles de colesterol, triglicéridos entre otros factores.
Diversos estudios científicos han demostrado que si medimos ciertas marcas epigenéticas (como metilación del ADN) podemos estimar la edad epigenética de una persona, la cual no es igual para personas que tienen la misma edad cronológica.
Ahora bien ¿Es posible revertir el reloj epigenético y desacelerar/retrasar el envejecimiento? No hace mucho un grupo de investigadores realizaron un ensayo prometedor. A un grupo de personas entre 51 y 65 años les suministraron un coctel de tres drogas (una hormona de crecimiento y dos medicamentos para la diabetes).
Al analizar los marcadores biológicos encontraron que el reloj epigenético se había revertido y en promedio las personas perdían 2,5 años de edad epigenética y su sistema inmunológico había rejuvenecido. Si bien son resultados preliminares y con bajo número de pacientes no dejan de ser interesantes en el sentido que se puede profundizar este tipo de ensayos para disponer de más datos y llegar a contar en el futuro con dietas o tratamientos que nos permita llegar a envejecer en mejores condiciones.
Claro que esto también nos hace reflexionar sobre las condiciones socio-económicas de un país o de una región, ya que en el caso del ser humano el ambiente no se refiere solo a las condiciones medio-ambientales, sino también tiene que ver con el medio socio-cultural en el que vivimos y nos desarrollamos.
Por ejemplo, en un estudio realizado por Heijmans y colaboradores en 2008 en descendientes de madres holandesas embarazadas que sufrieron la hambruna durante la Segunda Guerra Mundial, se pudo ver que un gen en particular, el IGF2, que es un factor clave en el crecimiento y desarrollo humano, tenía un marcado epigenético (metilación) diferente comparado con descendientes de madres que no sufrieron este mismo estrés. Este marcaje epigenético diferente en el gen IGF2, después de que las madres sufrieron un estrés traumático, lleva a que los descendientes seis décadas después presenten problemas metabólicos, incluso se detectaron problemas de orden psicológico.
En definitiva, los estudios antes mencionados nos dejan la idea de que no solo es importante la herencia genética que recibimos de nuestros padres, sino que según las condiciones de vida que tengamos, y con esto nos referimos a niveles de estrés, alimentación, nivel educativo, entre otros factores ambientales, va a depender el retraso o avance de nuestro reloj epigenético afectando la manera en que vamos a envejecer.
(*) Esta nota se hizo en coautoría con Sofía Masuelli, bioquímica de la Universidad Nacional de San Luis, becaria doctoral de IHEM-Conicet y docente de la Facultad de Medicina de la UNCuyo.
Producción y edición: Miguel Títiro - mtitiro@losandes.com.ar