Si se nos pidiera que imaginemos una escena familiar cotidiana, es muy probable que la misma transcurra en la cocina de un hogar. El cuadro podría ser el siguiente: mañana de un día hábil, una persona organizando las diferentes viandas de la familia. Al costado del horno, sobre la llave de gas, una bolsa grande, muy grande. ¿Qué hay dentro? más bolsas, una bolsa contenedora de otras bolsas. Ya sabemos cómo continuará la historia, sacando uno o más plásticos de la bolsa. Estos plásticos, que en un pasado cercano sirvieron para trasladar objetos, contener galletitas o conservar pan, serán reutilizados, en este caso, y servirán para guardar las frutas y recipientes que irán a mochilas, carteras y maletines. Cumplida esta nueva función, esos plásticos serán desechados. Tenemos también otra certeza, al otro día se reproducirá exactamente el mismo ciclo.
El problema ecológico que en consecuencia se genera fue muchas veces descripto: personas adquiriendo bolsas porque las necesita y, además, ya que estamos, porque servirán para otros fines. Pero esas nuevas utilidades tendrán un límite y, en definitiva, serán descartadas. La cantidad de esos desechos puede estimarse en toneladas; muchas, demasiadas, cantidades de ceros que exceden nuestra comprensión y que, debido a su casi nula biodegradabilidad, se transformarán en uno de los contaminantes más abundantes y nocivos.
Al momento de buscar estrategias tendientes a paliar este problema, debemos ser realistas, las utilidades del plástico son muchas y muy atractivas. La descripta en el primer párrafo solo es una de las múltiples escenas cotidianas del mundo moderno. Como parte de la comunidad científica entonces nos preguntamos: ¿qué podemos hacer con esta situación? ¿Podemos buscar una alternativa? ¿Existe la posibilidad de desarrollar nuevos materiales que nos permitan las mismas utilidades que las del plástico convencional y que no tenga la contrapartida contaminante? La respuesta: estamos en eso, y cada vez estamos más cerca.
Es cierto que aún no logramos generar un producto que sustituya por completo al plástico, sin embargo, en el Laboratorio de Polímeros y Materiales Compuestos (LPMC) del Departamento de Física, Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, nos hemos propuesto explorar la construcción de envases a partir de compuestos biodegradables aprovechando los recursos naturales del país y la nanotecnología.
La paleta de opciones es muy amplia, nosotros, puntualmente, utilizamos almidones de diferentes fuentes, entre ellos de mandioca, altamente producido el noreste de Argentina. Estos nuevos materiales para envase, no solo resultan amigables con la naturaleza ya que, incluso, puede ser utilizado como compost, sino que también es compatible con otros componentes que tienen propiedades con las que el polietileno no cuenta. Por ejemplo: logramos incorporar elementos antioxidantes, bactericidas y fungicidas a productos de base almidón. Estos agregados permiten alargar la vida útil del material recubierto. Hace años generamos un gel que esparcido sobre una manzana pelada logró ralentizar su oxidación, y en quesos, el desarrollo de hongos y bacterias. Desde luego, estas protecciones son insípidas, no alteran el sabor de los alimentos.
Una de las discusiones que siempre debemos abordar quienes hacemos Física experimental es aquella que versa sobre la escalabilidad de un desarrollo. Resulta necesario, a medida que avanzamos en la investigación, aplicar herramientas que nos permitan constatar si aquello que observamos en el laboratorio puede reproducirse a nivel industrial. Si de construir puentes se trata, la temática a la que estamos aludiendo, por suerte, resulta muy amigable.
Existe equipamiento que se construye en el país, que logran procesar los componentes con los que trabajamos (extrusoras y calandras) a diferentes escalas, y que son los mismos que emplea la industria de los plásticos. Si se introducen los elementos pertinentes, en las proporciones correctas y se les aplica la temperatura y proceso debido, se puede lograr generar este tipo de envases a nivel industrial. Ese punto de encuentro entre ciencia, tecnología y desarrollo industrial, tantas veces esquivo, nos permite proyectar un futuro en el que, de manera paulatina, los envases contaminantes sean reemplazados por otros, que serán biodegradables y contarán con propiedades beneficiosas para los alimentos a los que se le aplique. Claramente no todo es perfecto, seguimos trabajando en mejorar los problemas típicos de los materiales producidos con almidones, como alta susceptibilidad al agua.
Este tipo de desarrollos demandan tiempo, esfuerzo y recursos económicos. Resulta crucial que el apoyo financiero a este tipo de investigaciones no sea interrumpido. Por supuesto, nos preocupamos por abrir las puertas del laboratorio para que todas las empresas que estén interesadas en comenzar a involucrarse con materiales de reemplazo para envases, para que aporten al desarrollo de estas investigaciones. Esta temática cuenta con una ventaja diferencial: si la comparamos con las necesidades económicas de otros emprendimientos, el que describimos es muy económica. No se precisan grandes sumas en inversión, ni para adquirir los productos, ni para adaptar el equipamiento industrial y escalar su producción.
En definitiva, el problema de contaminación por plásticos es actual y grave; sin embargo, se están multiplicando las posibilidades de explorar alternativas que terminarán brindando a consumidores y empresarios mutuos beneficios. Esperemos que se logre mayor participación privada en estas actividades y que, a la espera de las mismas, no se desfinancien proyectos que, reiteramos, no solo tienen impacto ecológico positivo, sino que también contribuyen al desarrollo social y económico de nuestro país.
Volvamos a la escena familiar que imaginamos al comenzar este artículo y supongamos que el mundo moderno emplea plásticos biodegradables, ¿quedará aliviada la carga de la persona responsable que prepara las viandas de la familia? Eso quedará para otro tipo de discusiones; pero lo que sí podemos afirmar es que los envoltorios que estarán en esa bolsa contenedoras de bolsas, al costado del horno, sobre la llave de gas, brindarán mayor protección a los alimentos que se ingieran y no contaminarán el planeta luego de ser descartados; y eso no será menor si queremos un mundo donde la actividad humana y la naturaleza estén en equilibrio
* La doctora Famá pertenece al Laboratorio de Polímeros y Materiales Compuestos (LP&MC), Departamento de Física. Ifiba-Conicet. FCEyN-UBA.
Producción y edición: Miguel Títiro - mtitro@losandes.com.ar