Sergio Lacón tiene 60 años, tres maravillosos hijos y otros -más de 100- del corazón. Son los hijos que la vida le fue dando a través de años de entrega y vocación, ya no como el sacerdote que alguna vez fue sino como “un hombre que es depósito de amores recibidos”, según él mismo se define.
“Es simple: en mi vida recibí de todo y en justicia tengo que compartir lo recibido. Soy lo que soy gracias a compatriotas que depositaron y confiaron en mí y, nobleza obliga, hoy siento que debo imitar esos ejemplos… y honrarlos”, reflexiona.
Hoy a punto de jubilarse, es profesor de Filosofía y Teología, carrera que estudió mientras cumplió el seminario. Sergio cristalizó hace 30 años una obra que se materializa en la casa 26, ubicada en la manzana “B” del barrio Las Viñas, en Guaymallén, donde una familia donó una pequeña propiedad que hoy se restauró y que recibe a 120 niños y adolescentes sin hogar.
Se trata de un centro de día que, más allá de brindar almuerzo y merienda, capacita a los jóvenes en oficios para que puedan salir al mundo. En sus aulas se dicta apoyo escolar, además de actividades recreativas y hasta organizan salidas y excursiones.
“Amo lo que hago y siento que soy más sacerdote afuera que dentro de la Iglesia. Nunca me alejé de Dios, sino que trabajo desde otro lugar. Es cierto que a veces extraño oficiar misa y confesar, pero cuando observo a los pibes tan necesitados de cariño, vuelvo al foco, me apoyo en ellos y me siento pleno, feliz”, reflexiona.
“En definitiva -completa- nunca he dejado de intentar amar como amó Jesús, teniendo iniciativas, de forma desinteresada, cultivando el intelecto, poniéndose en el lugar de otros, volcando tiempo, paciencia y compromiso. Lo hago con alegría”.
Vocación religiosa
Tras cursar el secundario en el Liceo Militar, la vocación religiosa de Sergio surgió de repente. Llevaba una vida de familia, económicamente holgada, y la obra del padre Baggio lo conmovió. “Desde la parroquia del Carmen, en San Martín, se ocupaba de los niños pobres, huérfanos y enfermos. Era humilde y generoso. Lo mío no fue un proceso, sino que me decidí de un día para el otro”, evoca.
Estudió en un seminario de Córdoba durante más de siete años y luego, ya cura, se abocó tres años a la iglesia. Fue misionero en Santa Rosa, en Coquimbito y en el barrio La Gloria, entre otros lugares de Mendoza. Trabajó en paz y abrió su corazón, evoca hoy, con una sonrisa amplia.
“Fue hermoso porque me dediqué a amar y no siento haberme alejado de Dios, al contrario. Soy más sacerdote hoy, desde afuera, que antes, cuando estaba adentro. Jamás dejé de ir a misa y extraño oficiarlas, así como también confesar a los fieles”, señala, aunque de allí en adelante siempre fue recompensado.
La familia Rojo donó aquella primera casita humilde que hoy tiene espacio y comodidad suficiente para recibir a gran cantidad de chicos necesitados. Para ello fundó una asociación.
Poco después, este ex sacerdote conoció a una mujer, se casó y fue padre de Talía y de los mellizos Pablo y María José. “Fue y sigue siendo una experiencia profunda y hermosa. Me siento orgulloso de ellos, son genuinos, excelentes y siempre muy unidos a la Iglesia”, los define.
Tras muchos años de ejercer la docencia y próximo a poner fin a esa etapa, hoy sigue volcando su vida a la Casita de Guadalupe a través de la asociación Tarcisio.
Ambas denominaciones tienen un porqué: Sergio es devoto de la virgen de Guadalupe, mientras que Tarcisio fue un maestro de Baggio, también sacerdote y dedicado a la franja más vulnerable.
“Nuestra asociación es un orgullo y damos gracias todos los días a la Providencia porque no dependemos de nadie más que de la gente”, señala, para enumerar los muchos voluntarios que se acercan a brindar apoyo, dictar talleres y, sobre todo, mantener las instalaciones.
“No dependemos del Estado y nos sostenemos como podemos. Creo que de alguna manera, cuando existe amor y decisión, lo demás viene por añadidura. Todo fluye naturalmente y jamás nos ha faltado nada, ni siquiera nuestras clásicas salidas y excursiones de verano”, relata.
Ex sacerdote, padre de familia, solidario, atento a los que menos tienen y profundamente creyente, Sergio menciona la importancia de las acciones solidarias en los jóvenes. “Visitar lugares como nuestra casa representa un antes y un después en el corazón de los que se acercan a colaborar. Por eso invito a quienes deseen sumarse. Todos los días aprendemos a ser mejores”, sentencia.
Y concluye: “Al menos es mi experiencia de vida, una vida alejada de egocentrismos y de logros y alegría infinita. Eso sí, siempre muy cerca de Dios”.