Enrique Müller, el alemán que amó al Parque

Si bien Carlos Thays proyectó el parque General San Martín, don Müller fue el artífice, “el cultivador”, del mismo durante casi tres décadas.

Enrique Müller, el alemán que amó al Parque
Portones del Parque General San Martín. Foto: Claudio Gutiérrez / Los Andes

El parque General San Martín nació el 6 de noviembre de 1896. Costó mucho esfuerzo su realización y más su mantenimiento, sobre todo teniendo en cuenta que se hizo en un terreno pedregoso y árido, con escasas precipitaciones y heladas tardías que destruían de un día para otro el trabajo de varios años.

Muchas personas pusieron el hombro para su concreción, pero hay una persona que dedicó su vida a engrandecerlo siendo una figura clave en su crecimiento a decir de Gerónimo Sosa, de Edmundo Correas y de Valentín González Manrique.

Hablamos de Enrique Müller, un alemán que se enamoró de Mendoza.

De lejanas tierras

Enrique Müller nació en 1882 en Ehringhausen, en el Estado Hesse de Alemania. A los 25 años obtuvo el título de Ingeniero agrónomo y floricultor y, dado su buen promedio, fue convocado inmediatamente por el instituto de Agricultura para llenar una solicitud del gobierno argentino que buscaba contratar a los mejores profesionales a fin de ayudar a consolidar un país que ya se proyectaba como la gran nación hispanoamericana no sólo por el potencial económico, también por su alto nivel cultural.

En 1909 firmó el contrato que incluía el viaje pago a Buenos Aires. En el barco se le presentó al joven Müller una oportunidad que le hubiera cambiado la vida: una viuda de la alta sociedad brasileña y dueña de grandes cafetales le pidió que se casaran a cambio de que le administrara sus propiedades, pero pudo más el compromiso asumido con nuestra nación y la promesa hecha a su novia, Rosa Trefe, de casarse si lograba consolidarse en el trabajo.

Apenas se presentó en Buenos Aires, los funcionarios le dieron plazo de un mes para aprender el castellano, de lo contrario perdía el contrato. Como buen alemán, sistemático y meticuloso, lo hizo con tanta eficiencia que en el tiempo establecido dominó el nuevo idioma y pudo acceder al puesto de profesor e instructor de Floricultura en la provincia de San Juan.

La atracción de Mendoza

Se instaló con su esposa en la provincia vecina, aunque no por mucho tiempo. Por una u otra razón terminó radicándose en Mendoza y empezó a trabajar primero como asesor en empresas agrícolas y luego, a partir de 1915, como encargado del Vivero de la provincia y luego jefe agrónomo de la sección Agricultura y Viveros del Parque General San Martín, puestos que conservó durante 27 años.

Siendo el segundo en orden de la jerarquía en la Dirección del Parque, fue varias veces su director interino, por tal razón, escribió Valentín González Manrique, el parque podía “llamarse hijo suyo, pues él lo engendró, le dio vida y forma”.

Fuente de los Continentes en el Parque General San Martín.
Fuente de los Continentes en el Parque General San Martín.

Müller, que tenía su residencia en el mismo parque, tuvo total libertad para combinar plantas de distintos tamaños y colores. Como ingeniero agrónomo y floricultor, innovó con nuevas especies, amplió el jardín botánico, fiscalizó la construcción del parque aborigen y colaboró en las obras del zoológico. En definitiva, lo vio crecer sin descuidarlo un minuto. Diariamente, recuerda González Manrique, sorprendía ver “la ecuestre y señorial figura del administrador”, montado en su flamante caballo, recorrer las calles internas para controlar las tareas del personal, los turnos del riego, el estado de las plantas. No se le escapaba nada.

Entre las muchas anécdotas sobre Enrique Müller hay una que sigue teniendo particular significación: en una de los habituales recorridos encontró un bulto en la acequia que impedía correr el agua. Grande fue su sorpresa al descubrir que ese bulto eran las mantas que cubrían a un niño recién nacido al cual inmediatamente llevó al hospital salvándole la vida.

Si bien Carlos Thays proyectó el parque General San Martín, don Müller fue el artífice, “el cultivador”, del mismo durante casi tres décadas. Méritos hoy casi desconocidos y que la prensa mendocina no dejó de destacar al momento de jubilarse en enero de 1943 y que se repitió cuando Müller festejó sus 75 años, recibiendo muestras de cariño y admiración a 14 años de haberse retirado.

Real del Padre, su otro amor mendocino

En 1971 falleció en Real del Padre, pueblo al que estaba unido desde 1916 cuando aceptó el cargo de asesor agrónomo de la sociedad colonizadora de esa localidad. Impactado por el potencial de la región compró una finca de 25 hectáreas y puso un vivero de frutales que administraba los fines de semana, pero en 1923, por complicaciones laborales, se vio obligado a venderla a unos compatriotas: los Jockers, una familia alemana que acaba de llegar a la Argentina con el propósito de dedicarse a la agricultura y secar frutas con métodos naturales.

De todos modos, Enrique Müller y su familia continuaron unidos a esta colonia agrícola de por vida. A pesar de la distancia, periódicamente visitaban a sus amigos y se acentuó aún más cuando Elsa, la única hija, se casó con Enrique Traver Tudor, administrador de extensas fincas locales e hijo de ingleses dedicados a la exportación e importación en la ciudad de Buenos Aires y dueños de propiedades en el Paraguay y en nuestro país.

Así don Müller repartió su vida entre Mendoza y la casa de su hija donde también le ayudaba a su yerno en la supervisión de la finca. Es más, al construirse la vivienda familiar, diseñó y realizó el entorno con árboles traídos del vivero provincial, los mismos que él había colocado en el parque San Martín.

Enrique Miller terminó los últimos años de su vida en Real del Padre. Acá falleció el 17 de noviemnbre de 1970, aunque, por un expreso deseo, fue enterrado en el cementerio de Mendoza, no muy lejos del espacio verde al que dedicó su vida y lo vio crecer como si fuera su hijo.

*El autor es profesor, Instituto de Historia Argentina y Americana. FFyL. UNCuyo.

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