La Oficina de la Mujer de la Corte Suprema de la Nación tiene registrados desde 2015 a diciembre del 2021 que 65 niños o adolescentes fueron las víctimas colaterales de los femicidios ocurridos en nuestra provincia. A ellos hay que sumar que, según los que lleva contabilizados la organización Madres de Pie, otros cinco hijos perdieron a su mamá en lo que va de 2022, como consecuencia de haber sido asesinadas por la pareja o por un conocido.
Hijos del drama
La última vez que se vio con vida a Agostina Trigo (22) fue hace una semana, cuando celebraba el cumpleaños de su hijo. El recuerdo más vivo que tendrá su pequeño es soplando cuatro velitas de una torta, junto a su mamá y a su otra mamá, Gladys, su bisabuela. El festejo fue frente a la casa y donde participaron su familia, los amigos y los vecinos. Cerca de las 19.30 de ese domingo, cuando todo el mundo se estaba yendo, Agostina se tuvo que despedir del niño para ir a una entrevista de trabajo para el cuidado de otro niño, casi de la misma edad, en la localidad rural de Buen Orden.
El miércoles sus restos aparecieron en un galpón con golpes y cortes. Otro crimen por razones de género. Hasta ahora no se sabe nada del autor del asesinato, el hombre que le arrebató la vida a ella y la mamá a otro hijo de las víctimas de femicidio.
“Ese niño la ama. Ella vivía pendiente de él, siempre pensando en comprarle algo o en regalarle algo. Gladys está con él y seguirá con él”, contaron los amigos de la joven, describiendo a la abuela de Agos como “una mujer de fierro”.
La historia del hijo de Agostina se repite en otros niños, como la del retoño de Julieta González, asesinada por Andrés Di Césare en septiembre de 2016. Era madre de un varón de dos años y medio. Actualmente el chico tiene ocho años, vive con su papá en Guaymallén y está en tercer grado. Son vivencias de una niñez con ausencias prematuras, que molestan, que entristecen, pero que se sobrellevan con el amor de los abuelos, de los tíos, de los amigos manteniendo viva la memoria de esa madre.
Como la experiencia de la hija de Janet Zapata, la mujer asesinada por su marido Damián Minati, con la participación de otros hombres en 2016. La niña tiene 11 años y vive con sus abuelos maternos, luego de cuatro largos años de lucha judicial con la familia del agresor, para lograr la tutela. A poco de convertirse en una señorita, juega al fútbol femenino y comparte el tiempo entre la escuela, los amigos y el hockey. “Siempre quise que se vincule con chicos de su edad y que haga una vida normal más allá de lo que pasó a su mamá y de que su papá está preso”, dice su abuela, Elizabeth Ávila.
Los casos siguen en la lista a pesar de la insistencia del colectivo que reclama “Ni una menos”: Florencia Peralta, la auxiliar de policía estrangulada por su expareja, dejó a un pequeño hijo. Él también perdió a su mamá y a su papá, Damián Ortega, preso de por vida por el homicidio por razones de género ocurrido en San Rafael en septiembre de 2016, el mismo año “maldito” en el que fueron asesinadas Julieta González, Janet Zapata y Ayelén Arroyo. Actualmente tiene 8 años y crece junto a su abuelo, el papá de Florencia, en San Rafael, y con el acompañamiento de su abuela materna, Graciela Bianchi, quien lo visita y mantiene un contacto permanente con él.
Graciela transformó el dolor en lucha y formó junto a otras mamás de mujeres asesinadas por sus parejas, la asociación Madres de Pie, para visibilizar el problema y capacitar sobre la violencia hacia las mujeres, como también acompañar a las familias.
”Sigo por mi nieto, para que él esté bien y crezca como un niño feliz. Hoy me mueve ese sentimiento. El sistema judicial no cambió y lo peor es que no se brinda la contención psicológica que necesita la familia en un momento tan devastador. Se trata de uno de los acontecimientos más estresantes, se da de manera brusca e inesperada y como familia sostenemos, pero hay chicos que pierden a su mamá y no tienen este soporte para sus vidas”, dice Graciela, una de las promotoras de los bancos rojos, que visibilizan la lucha por los asesinatos a mujeres. “Con mi nieto somos muy compinches. Igual que como era con mi hija”, cuenta con el pecho hinchado de amor.
Están todos unidos por una misma tragedia y el mismo lazo de amor familiar para que sigan adelante. Es por eso, por su resiliencia, que A, de 9 años no oculta lo que le pasó, por el contrario, lleva el pañuelo violeta a todos lados. El púrpura es el color de la lucha contra la violencia de género. Ya sabe que quiere ser abogada y le saca los manuales de Derecho a su abuela, Verónica Fretes, que estudia leyes empujada por el horror que vivió su hija.
A es la inicial de una nena que está con la abuela y con sus tías en un hogar en la Ciudad de Mendoza. Mientras que su medio hermano, se cría con su padre, la anterior pareja de Giselle. Es la hija de Giselle Páez, asesinada por su pareja, delante de A, cuando tenía apenas tenía 1 año de vida y de su hermanito, que tenía 6 años para abril del 2015.
Todo cambió, luego de esa noche en la que su papá apuñaló a su mamá en una vivienda en la localidad santacruceña de Las Heras, donde la pareja se había mudado hacía dos años y habían dejado Mendoza pensando en un futuro mejor.
La pequeña quiere sacarse el apellido Romero, que le dejó su papá, condenado a perpetua. El juicio de Germán Romero fue el primero que se llevó adelante bajo la figura de femicidio en la provincia del Sur.
”El caso de Giselle sentó jurisprudencia en Santa Cruz, las otras chicas que fueron asesinadas antes de ella fueron juzgados como homicidios simples o agravados, pero no como femicidio. Fue una de las batallas que ganamos”, recuerda Verónica en la charla con Los Andes, en la que se muestra conmocionada aún por el reciente crimen de Agostina Trigo.
”Cada crimen nos hace revivir todo el dolor. El día que nos enteramos la pasé muy mal. Sobre todo pensando que son muertes que se pueden evitar si damos una educación a los chicos, a las nuevas generaciones, desde la escuela podemos prevenir la violencia de género. Es un tema cultural y social”, sostiene la futura educadora social al ser consultada sobre su opinión y las declaraciones de los legisladores que componen la Bicameral de Seguridad en la Legislatura. En la primera reunión, luego de la constitución de la comisión y a horas de la conmoción por un nuevo femicidio, los legisladores aseguraron que era imposible controlar y predecir la conducta de todas las personas.
“Va a seguir habiendo femicidios con el gobierno que sea. Lo que sí podemos hacer es aumentar las capacitaciones y hacer hincapié en eso, en la concientización de la sociedad. Ahora, evitar que un loco cite a una persona que necesita trabajar y la apuñale o la mate, nosotros no lo podemos evitar”, se refería así al tema, el diputado provincial Diego Costarelli.
Carta a una madre
El hijo de Julieta González, tiene muy presente el recuerdo de su mamá. Su abuela, Susana González, asegura: “Él es igualito a su mamá, las mismas cejas, los ojos. Es tan maduro. Lo veo a él y la veo a mi hija”.
Susana atesora una carta que su nieto le llevó a su mamá al cementerio en Maipú, donde descansan sus restos. Ella junto a otras 200 familias, también la integra la mamá de Janet Zapata y otras mamás de Mendoza, forma parte de una gran red a nivel nacional, “Familias atravesadas por el femicidio”.
“Mamá, te amo, no te conocí porque era muy chiquito”, reza el mensaje que le dejó junto a la tumba. “Me traje la carta porque a veces la gente hace daño a las ofrendas y para que no se perdiera ese recuerdo. En la misiva hizo un dibujito de él de la mano con su mamá, a la que la recuerda con el cabello largo, como tenía mi hija”, dice en medio de la emoción contenida.
Julieta concibió a su hijo de una pareja anterior, antes de haber conocido a Di Césare. Sobre esto último, Susana destaca: “El papá de mi nieto siempre que el nene le pide lo lleva al cementerio para que él pueda estar con su mamá. Siempre han respetado eso, que es muy lindo para él y para todos nosotros”.