Considero a la cultura como un instrumento transformador por excelencia de la sociedad, entendida en su acepción más legítima: la producción de sentido que una comunidad elabora sobre su existencia.
La forma de procurar el alimento, material y espiritual, y de distribuirlo entre sus integrantes, determina el nivel.
Los mendocinos solemos quejarnos de falencias evidentes y, por otra parte, deleitarnos y sentirnos halagados cuando nos elogian los turistas y nos comparamos con lugares de menor entidad.
Nada más positivo que la crítica constructiva, algo a lo que no somos proclives, salvo excepciones.
En materia artística y producción literaria, sabemos que los gobiernos, del signo que fueren, privilegian el espectáculo, el evento masivo, en desmedro de las actividades minoritarias.
Hubo un periodo en que el Estado promocionó y editó libros, creó una librería y logró que se reconociera a Ediciones Culturales como una Editorial. Luego ¿qué pasó?
En cuanto a las artes plásticas, sabemos que Mendoza de destaca en el país como un populoso semillero de grabadores, dibujantes, pintores y escultores. Si bien, tanto la Provincia como algunas municipalidades, ofrecen sitios adecuados de exposición, a lo que se suman entidades privadas, carecemos de un museo institucional de Bellas Artes, acorde con la producción. El Museo “Emiliano Guiñazú”, al efecto, resulta pequeño aun para exhibir todo lo que posee de Fernando Fader.
En cuanto a la música, disponemos de dos orquestas sinfónicas y uno pasa el fin de semana por el teatro Independencia y está cerrado o se lo ocupa con espectáculos sin relevancia, mientras que podría (debería) ser un sitio consagratorio.
La Honorable Legislatura no puede seguir en la Peatonal. En el parque Cívico hay espacio para erigir el palacio legislativo y el lugar que hoy ocupa, destinarlo a Museo de Bellas Artes.
Ya que hay sintonía política Nación-Provincia, en todo caso, se podría solicitar el traspaso del Correo Central para las artes y llevar la actividad postal (cada vez más exigua) a un edificio más modesto.
Lo que edita el gobierno con los premios “Vendimia”, queda reducido a los actos protocolares y la difusión que puedan hacer los autores. Los libros no traspasan el Arco del Desaguadero.
Me parece ver la sonrisa sardónica de los economistas. ¿De dónde obtener el presupuesto?
Imaginación y voluntad política, señores.
*Andrés Cáceres es escritor y periodista.