El Vampiro de Barriales: la leyenda que hace medio siglo aterrorizó a todo un país

Leyendas regionales. La aparición de animales sacrificados en el Este mendocino dio nacimiento a la historia de un monstruo lugareño que llevó a medios de todo el país a contar los hechos. Un mito que aún fascina y que tiene relación con otras historias célebres, entre ellas, la del Chupacabras.

El Vampiro de Barriales: la leyenda que hace medio siglo aterrorizó a todo un país
Dos de las páginas que le dedicó la revista Gente en 1972 a los hechos que se supone sucedían en Barriales, Junín. La fotografía es del célebre Gianni Mestichelli.

Cuando el terror se instala, todo sucede de golpe. Quizás porque su germen ya estaba implantado en los ánimos de cierta gente, en cierto momento, en cierto lugar. Y, entonces, un suceso impreciso, una broma de mal gusto o un cuento mal contado, se transforman en una serie de hechos que ya no importa o no si son reales, porque crecen como una hiedra, sembrados por la credulidad, regados por el adictivo veneno del miedo, abonados por la difusión masiva y cosechados por el puro gusto de escuchar historias.

Como el Adán del relato bíblico, hecho de barro y de un soplo divino, con esos materiales parece haber sido construido este otro ser, deforme y recluido a parajes menos perfectos que el Edén. ¿Su nombre? El Vampiro de Barriales.

Todo sucedió hace poco más de medio siglo. Aquel agosto de 1972 entregaba sus últimas hojas al calendario y Barriales, en Junín, era el mismo pueblo rural que por entonces cobijaba a unos 300 habitantes, que, entre viñas, árboles magníficos y una plaza pintoresca, pasaban sus días sin sobresaltos.

Hasta que una mañana de ese invierno todo cambió. Un vecino de la zona se despertó como cualquier mañana de aquel agosto y, cuando se dirigió al corral, se encontró con un cuadro espeluznante: sus gallinas habían sido degolladas y desangradas, y sus cadáveres, dispuestos en un círculo que parecía trazar con su misma forma el nombre del demonio.

Como cuenta Enrique Guerrero en su blog Huellas Cuyanas, seguramente el hombre sintió terror y las preguntas se agolparon en su mente: “¿Por qué no escuchó ningún alboroto en el gallinero, siendo que las aves estaban siendo atacadas?, ¿De qué habían muerto, si no se observaban rastros de sangre?, ¿y los perros, extremadamente guardianes por naturaleza, por qué no delataron con sus ladridos, la presencia de un extraño en la propiedad?”.

Recuerda el periodista sanmartiniano Jorge Barrionuevo que los casos comenzaron a multiplicarse y pronto hubo “una serie de apariciones de gallinas y conejos disecados, hallados en fincas y granjas de Rivadavia, Junín, San Martín y hasta de San Rafael”.

Según asegura el comunicador, que ha escrito sobre la leyenda, todo esto “tuvo un impacto real (en los lugareños), puesto que cambiaron sus hábitos y empezaron a cerrar las puertas con trancas y doble cerradura. La gente ingresaba a su domicilio ni bien caía el sol y ya no salía hasta el otro día. Las iglesias estaban más colmadas de fieles porque pedían en sus rezos a Dios para que cesara la pesadilla del ‘vampiro’, para que no atacara a las personas”.

Por supuesto, las muertes misteriosas empezaron a generar inquietud y las explicaciones para el fenómeno se contaminaron pronto de las creencias de la época. Como recuerda Barrionuevo, “algunos medios, publican que hubo una novela radial, que generó la psicosis y ayudó a alimentarla. Pero no aciertan con el nombre. Se transmitía en LV8 Radio Libertador y se llamaba Jesús María y el Alma Mula, que reflejaba una leyenda del norte del país”.

El paso definitivo para relacionar las muertes de los animales con el ataque de un ser monstruoso, justamente, vino de parte de los medios, que dieron eco a las creencias más básicas y cuerpo a la leyenda.

El historiador porteño Fernando Jorge Soto Roland supo del Vampiro de Barriales y se sintió fascinado por la historia, sobre la que escribió un largo artículo, que ubica la primera publicación mediática sobre el monstruo: “Sin preámbulo alguno, repentinamente, careciendo de cualquier nota anterior que hiciera referencia al tema a lo largo de todo el mes de agosto de 1972, el diario mendocino El Andino publicó con fecha 29 de setiembre del mismo año —en la sección ‘Policiales’— una extraña crónica titulada ‘El vampiro faltó a la cita. Noche de brujas en Barriales’”, cuenta. Y apunta: “Era como empezar a leer un libro de terror por la mitad. El monstruo irrumpía de golpe en escena y los periodistas involucrados lo catalogaban de vampiro sin más explicaciones. Ningún reporte previo había anunciado el drama que se estaba viviendo a no muchos kilómetros de Mendoza Capital. Aun así, un nutrido grupo de hombres de prensa se había tomado el trabajo de viajar hasta la localidad de Barriales (...) para incursionar en plena noche por ‘la zona de influencia del extraño ser’: el cementerio. El verdadero ‘nido del vampiro’, donde ‘(…) duerme prolongados sueños después de sus orgías con sangre de gallinas y conejos’”.

El autor de ese texto en el diario El Andino parece haber sido el recordado Alberto Perro Atienza, quien viajó a Barriales para cubrir el hecho junto con otros colegas (Juan Carlos García y Germán Bustos Herrera).

Como parte de la cobertura, un poblador de Barriales (don Francisco Bardín) daba su testimonio, citado por El Andino: “Yo lo vi —dijo el susodicho—. No sé qué era, pero algo raro es. Salió del cementerio volando. Es grande. Volaba muy suave, no era un murciélago, estoy seguro. Era mucho más grande y no volaba haciendo gambetas como los murciélagos. Se movía así... así... (y don Bardín movió sus brazos, por supuesto sin levantar vuelo)”.

Atienza no se privó de dar aire a la hoguera del monstruo, quizá para que no se apagara el interés, pero no dejó de insuflar ironía y humor a su cobertura al contar que él mismo no pudo atestiguar la presencia del vampiro: “Quizás esté en una ignota cueva. O viva en la luna. En una tumba. O en la imaginación”.

El vampiro de Barriales, la leyenda que venció al tiempo
El vampiro de Barriales, la leyenda que venció al tiempo

Si el vampiro estaba en la imaginación, eso importaba poco, se ve, a la gente del lugar, porque la leyenda se siguió propagando y alcanzó interés nacional. La revista Gente, por ejemplo, mandó a un excepcional dúo de periodistas para cubrir el hecho: el cronista Alfredo Serra y el fotógrafo Gianni Mestichelli. Este último no pudo —obviamente— captar al vampiro, pero sí tomar una fotografía de Barriales que contenía el suficiente clima misterioso como para dar a entender que ese era un lugar donde cualquier vampiro viviría a sus anchas.

Las “noticias” sobre el vampiro no sólo tuvieron cobertura en medios sensacionalistas o en revistas de variedades: la cosa tomó tanto interés que los principales diarios tuvieron que darle un lugar, entre ellos Crónica, La Nación y La Razón, de Buenos Aires. Este último, por ejemplo, en su edición de 30 de septiembre de ese año, contó: “Las insistentes versiones que corrían entre pobladores de la zona rural de Barriales, departamento de Junín, sobre una matanza de aves de corral y animales caseros que se venían registrando en horas de la mañana, motivaron que la policía, que no había recibido denuncia alguna sobre el hecho hasta entonces, realizara una amplia batida en procura de encontrar al animal, persona o ser extraño que producía el insólito episodio”.

Los diarios se entretuvieron un tiempo más con el vampiro, llegando incluso a caricaturizarlo. El 2 de octubre, El Andino publicó el “Identi Kit del Vampi” (nótese el uso cariñoso del mote): “De los testimonios que por separado brindaron las víctimas, se pudo saber que tenía colmillos largos, trompa de oso hormiguero, alas y patas de vampiro, cuerpo grande y cola de zorro de color colorado (por unos pelos hallados en un gallinero) y una panza prominente, que servía para alojar la sangre, de todos los animales que atacaba durante la noche”, resume Enrique Guerrero.

Identikit del monstruo publicado por el diario El Andino el 2 de octubre de 1972.
Identikit del monstruo publicado por el diario El Andino el 2 de octubre de 1972.

Semanas más tarde, El Andino daba cuenta de un avistamiento: “un tal señor Capelli” denunció “en la Seccional 13ª que (...) vio un animal alado, oscuro, de grandes dimensiones, ojos rojizos y que, distraído, atropelló el alambre de colgar la ropa y prosiguió vuelo perdiéndose en la oscuridad de la noche”.

Pero, como sucede con estas cosas (sucedió décadas después con El Chupacabras, un mito similar a este), los espacios en los medios se agotaron y estos empezaron a ocuparse de otra cosa. Los lugareños recuperaron la tranquilidad y ya para cuando llegó la Vendimia el vampiro parecía haberse esfumado. “La historia se extinguió con el rumor de que hubo una misa en Rivadavia, donde se exorcizó a un bodeguero poseído”, recuerda Barrionuevo.

Sin embargo, el impacto que produjo, las características poderosas del monstruo imaginario, no fueron olvidados, y así (como ha sucedido con otras leyendas regionales), el Vampiro se ganó su lugar. Y por eso, periodistas y escritores vuelven con recurrencia, incluso para descubrir aspectos nuevos.

Entre estos últimos está Natalia Páez, periodista, escritora y editora mendocina, radicada desde hace un par de décadas en Buenos Aires. Ella abordó la historia del vampiro de una manera particular para su libro Mitos y leyendas del vino argentino (Aguilar, puede conseguirse en ebook en la página de Penguin Argentina), combinando hábilmente la investigación periodística con el relato de horror. “Me atrajo escribir sobre esa historia porque tenía todos los condimentos de las historias populares. Algo de misterio, algo de terror, algo inexplicable o sobrenatural. Y todo eso, enmarcado en algo mundano y real como unos viñedos, unos jóvenes de pueblo. Y unos periodistas que investigaron… Me atrajo desde el humor también pensar en un vampiro de Barriales. Como en las historias de terror gótico de Mariana Enriquez, ambientadas en barrios porteños. O los superhéroes del conurbano bonaerense, de Leonardo Oyola”, cuenta a este diario.

Lo interesante es que Páez da un paso más y llega hasta el eslabón menos transitado de la leyenda: ¿quiénes fueron los verdaderos autores de las muertes de los animales? Ya algunos habían comentado que podía ser un grupo de adolescentes traviesos que querían asustar a los crédulos de la época. En su relato, titulado “El bodeguero vampiro”, la autora apuesta por jugar con las armas de los diarios de la época y mezcla periodismo y ficción, narrando el encuentro con un exitoso empresario vitivinícola que, se supone, fue el autor de las matanzas. “Cuando le dije que había estado en su pueblo, con gente que me contó la historia y se acordaba de su nombre, me miró fijo y me dijo: ‘Cambie de tema, porque eso no tiene nada que ver con el vino y su historia. Y no sé nada, porque no creo en eso’”.

“Lo que terminé encontrando fue que esta historia tenía relación con los mitos del vino mendocino y cierta oscuridad que resultó no tan graciosa”, concluye Natalia Páez. La gracia quizá tenga que ver con que, a fin de cuentas, el miedo es también como un vampiro y quién sabe si una mañana ataca con sus finos colmillos, para que la historia vuelva a empezar.

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